jueves, 27 de octubre de 2016

¿Se ha vuelto Caruncho naturalista?

La respuesta a la pregunta que titula esta entrada debería ser, supongo, un rotundo no. Ni falta que le hace, claro. Pedirle a Caruncho que haga jardines naturalistas sería como pedirle a Velázquez que haga sus pinitos en el impresionismo. O a Picasso, que no quiero sugerir que una hipotética evolución de Caruncho al naturalismo sería una evolución de lo antiguo a lo moderno. La jardinería de Fernando Caruncho no puede ser más moderna y actual. La pregunta no es más que la ironía que ha venido a mi cabeza al leer la historia sobre el jardín de su casa que ha publicado recientemente la revista Architectural Digest. El elemento central del jardín de la casa Caruncho es una estanque elevado rodeado en tres de sus caras por una columnata en forma de U y por una ladera cubierta de densos y sinuosos setos de escalonia en la cuarta. Esos setos de escalonia que trepaban hacia un kiosko abierto a la luz y a las montañas eran el elemento vegetal icónico de ese jardín. Y digo eran porque hace cinco años un par de hongos introducidos por nuevas plantas fulminaron los fabulosos setos de escalonia. Después de tratar de eliminar por todos los medios la infección fúngica, Caruncho se vio obligado a asumir que la única solución viable era arrancar todos los macizos de boj y escalonia arrasados por los hongos. La historia es triste pero también inspiradora. Triste porque uno esperaría que un jardín como ese fuese tan eterno como el David de Miguel Ángel. Inspiradora porque lo que acabo de decir es una tontería: no hay jardín eterno e inmutable y si hasta el mismísimo Caruncho con todo el conocimiento y medios a su alcance debe someterse a los caprichos de la naturaleza, qué no deberemos hacer los demás. Cómo dicen en el artículo, después de la desolación inicial Caruncho enseguida percibió que la estructura principal de su jardín aún seguía allí esperando a que enterrase su dolor y se pusiera manos a la obra a cultivar una nueva encarnación del jardín. "Los jardines, como las personas, tienen un ciclo: nacen, crecen, maduran y mueren. Por primera vez en mi vida, entendí esto. Necesitaba aceptar las nuevas condiciones pero retornar a las ideas originales", dice Caruncho al respecto de la debacle de sus escalonias. Mira, en eso llevamos ventaja al maestro. Yo hace mucho que aprendí que el aspecto de mi jardín puede estar marcado por lo caprichos nocturnos de un jabalí. Pero quizás lo más sorprendente ha sido la forma en la que ha rediseñado su jardín, porque los nebulosos y compactos setos han sido sustituidos por una exuberante plantación de cosmos blancos. Anuales para sustituir un seto de arbustos perennes. Frente a lo estático y estable lo movible y variable. Frente a lo robusto y perenne lo frágil y mortal. Frente a la severidad de los setos primorosamente recortados la exuberancia y descontrol de las anuales que se resiembran cada año. Da la sensación de que la crisis de sus escalonias ha abierto los ojos del diseñador hacia los ciclos más fugaces de la naturaleza. Vean la mutación del jardín dentro de una misma estructura formal para entender el cambio sustancial: 
Foto del antes
Foto del antes
Aspecto tras la debacle de las escalonias. Fuente: Fotos de Silvia Cerrada en Architectural Digest


Aspecto tras la debacle de las escalonias. Fuente: Fotos de Silvia Cerrada en Architectural Digest
Parece que los cosmos son una solución temporal que vendrá a ser sustituida por alguna otra especie. Alguna planta que estuviera de moda en los jardines del siglo XIX y haya caído en desuso, dice el paisajista, o alguna especie nativa como Myrtus tarentina porque la debacle de las escalonias le han convertido en un ardiente defensor de las nativas. Ay, las nativas tampoco son la solución o toda la solución. Que se lo digan a los amantes de los olmos o de los castaños. Hasta la invencible encina parece que está siendo diezmada por algo de nombre tan horrible como "la seca". Lo más parecido a una solución puede estar en asumir profundamente las propias palabras de Caruncho: "Es posible tener un jardín que dure para siempre y sea a un tiempo efímero. El renacimiento es el milagro de los jardines, y eso es algo que estará conmigo para el resto de mi vida".
La historia de las escalonia de Caruncho me ha recordado un montón a la historia del fin de otro seto que en su día fue muy conocido: la cortina de setos de tejo que con sus formas de olas creaban el fondo del jardín de Piet Oudolf en Hummelo. Estos setos se encontraban en una zona que se inundaba periódicamente y los hongos habían terminado por hacerles bastante daño, y en Mayo del 2011 Piet decidió eliminar uno de los elementos más representativos y estructurales de su jardín. Tuvo que ser una decisión difícil para él y un disgusto para muchos de los admiradores de su jardín, pero de esto va la jardinería, aunque no todo el mundo lo entienda. El libro Oudolf, Hummelo, acaba con una anécdota muy curiosa sobre la eliminación de estos setos de tejo. Piet Oudolf lo cuenta así: "Una día, dos personas estaban caminando alrededor de nuestra propiedad. Caminaban hacia delante y hacia atrás y noté que no miraban las plantaciones. Me acerqué a ellos y les pregunté si podía ayudarles a encontrar algo. Dijeron que había hecho todo el camino desde Bruselas para ver los setos que habían visto en el libro Landscapes in Landscapes. Les dije que habían muerto, pero que había otro montón de cosas para ver. Estaban sorprendidos y decepcionados. Habían conducido dos horas y media para ver los setos. Sin mirar nada más, se montaron en su coche y se marcharon". En fin, no siento mucha simpatía por esa pareja de belgas. Hay que ser cenutrio para llegar a Hummelo y frustrarte por no ver unos setos de tejo. Hay que entender poco la jardinería. Hasta los mismísimos tejos de Jacques Wirtz, que supongo que la pareja de belgas adorará, un día serán pasado. Porque los jardines son seres vivos que distan mucho de ser eternos. A veces pueden parecerlo, pero no nos engañemos, es sólo porque nosotros aún duramos menos. Quien quiera amar la jardinería debe estar dispuesto a amar los ciclos de la naturaleza, que a veces serán lentos hasta la desesperación y otras fugaces como un suspiro. Y casi nunca se adaptarán a nuestros deseos. Pero bienaventurado el que sea capaz de adaptarse a esos tiempos, de contactar con la naturaleza y acompasar sus ilusiones y anhelos a los caprichos de aquella, porque de él será el reino de los jardines. Pero ojo, que este acompasar y encajar los golpes no es una actitud pasiva. Si me lo permiten voy a usar una frase de Thomas Mann que aunque escrita en un contexto que no tiene nada que ver encaja a la perfección aquí: "Pues la entereza ante el destino y la gracia en medito del sufrimiento no sólo suponen resignación paciente: son también actividad, un triunfo positivo". Así es. Soñar y tratar de anticiparse a los resultados son el núcleo mismo de la jardinería. Y diría que adaptarse y ser resiliente (y aquí me refiero al jardinero, no al jardín) frente a la cruda realidad es el resto.  
Y todo esto me lleva a replantearme de nuevo la pregunta. ¿De verdad no es Caruncho naturalista? Pues a ver, si entendemos por naturalismo la Nueva Ola de Vivaces, pues parece claro que no. Al menos no conozco ningún jardín de este jardinero en el que se empleen complejas mezclas de vivaces para evocar una naturaleza salvaje y exuberante en el espectador. Pero ¿es acaso sólo eso el naturalismo? Yo diría que no, que naturalismo es considerar a la naturaleza como referente y fuente de inspiración fundamental, y que visto desde esta perspectiva cualquier jardinero que se merezca tal nombre, no puede ser más que naturalista aunque no use una sola vivaz en sus plantaciones. La charla Ted de la investigadora y escritora Emma Marris arranca así: "Estamos robando la naturaleza a nuestros hijos. Ahora, cuando digo esto no me refiero a que estamos destruyendo la naturaleza que ellos querrán que nosotros hubiéramos preservado, aunque eso por desgracia es lo que está pasando. Lo que quiero decir aquí es que hemos empezado a definir la naturaleza de una forma que es tan purista y tan estricta que bajo la definición que estamos creando para nosotros mismos, no habrá naturaleza disponible para nuestros hijos cuando sean adultos". A partir de aquí se lanza a una brillante charla de 15 minutos donde hace un excelente resumen de los pilares su libro. El impacto del ser humano sobre los ecosistemas terrestres es tan grande que algunos científicos ya llaman a este período el Antropoceno. Para algunos como Bill McKibben la naturaleza es algo apartado del hombre, y dado que sólo el cambio climático ya supone que cada milímetro del planeta ha sido alterado por el hombre, entonces la naturaleza ya no existe. Pero este supuesto parte de una base injusta y despectiva en grado sumo, que es considerar al ser humano como ajeno a la naturaleza. Seremos dañinos, pero somos tan naturaleza como una simpática ballena o el detestable picudo rojo que acaba con nuestras palmeras. Naturaleza no es aquello que no está tocado por el ser humano, naturaleza es cualquier espacio donde la vida prospera, donde múltiples especies conviven. Y  con este cambio de perspectiva, milagrosamente la naturaleza nos rodea por todas partes. Y además esta naturaleza se encuentra mucho más a mano que los hipergestionados, primorosos e intocables parques nacionales. "Hay una paradoja interesante: esta naturaleza, esta parte salvaje y desatendida de nuestros paisajes urbanos, periurbanos y agrícolas, es más salvaje que un parque nacional, porque los parques nacionales están gestionados con mucho cuidado", dice Marris, que acaba dando dos líneas de acción para que no robemos la naturaleza a nuestros hijos: primero, no podemos definir la naturaleza como algo que no haya sido tocado por el ser humano. No tiene sentido nunca más porque no hemos dejado de tocar todos los ecosistemas terrestres desde hace miles de años y porque eso excluye la naturaleza que la mayoría de la gente puede visitar y disfrutar. Y segundo, dejemos que nuestros hijos toquen la naturaleza, porque lo que no es tocado no es querido. La charla acaba con la foto de un niño con una flor en la mano y Emma dice: "Yo no quiero ser quien le diga que la flor que sujeta es una hierba mala invasiva no nativa que debería tirar como basura. Creo que prefiero aprender de este niño que no importa de dónde viene esta planta, es hermosa y se merece ser tocada y apreciada". 
Pues creo que esta misma argumentación hecha sobre los ecosistemas planetarios se puede llevar al mundo de la jardinería. La nueva ola de vivaces, como producto tierno de nuestros tiempos ha recibido palos a diestro y siniestro. No es difícil encontrar artículos, especialmente en el mundo anglosajón de fuerte tradición horticultural, que hablan de ella con la misma condescendencia despectiva con la que Louis Leroy bautizó a los nuevos pintores como Impresionistas después de ver el famoso cuadro de Monet. Pero curiosamente también reciben críticas de las corrientes más ecologistas que consideran que se quedan tan cortos en su pureza ecológica que hasta son perniciosos. Las críticas de los primeros no preocupan mucho, porque el movimiento está ya tan maduro y son tantas las figuras de primer nivel que conjugan naturalismo con vivaces con planteamientos más tradicionales que la opinión de ciertos críticos puede hacer ya poca mella. Pero las críticas de los segundos, apoyadas en su autoproclamada superioridad moral por defender algo tan noble como y altruista como la supervivencia del planeta pueden hacer más daño. Si hay quien critica como poco ecológicos los jardines de Noel Kingsbury o Piet Oudolf, que no dirán de los jardines de Fernando Caruncho. ¿Pero saben qué les digo? Pues que yo cuando veo un jardín hermoso veo la foto del niño con una flor de Emma Marris, algo que se merece ser disfrutado y apreciado. No dejemos que los jardines de vivaces se hagan con el monopolio de la naturaleza, porque una pradera de gramíneas de Dakota no es más naturaleza como un olivar de Jaén. Y mucho menos dejemos que lo hagan los ecosistemas definidos por algunos rígidos puristas. Hagamos jardines hermosos y larga vida al naturalismo que esconden todos ellos. 

jueves, 13 de octubre de 2016

Amalia Robredo. Pasión por las Nativas

Leyendo las últimas publicaciones sobre jardines naturalistas uno podría pensar que su diseño siempre se ha sustentado fundamentalmente sobre principios ecológicos y de sostenibilidad. En realidad yo tiendo a pensar que estos principios son consecuencia lógica y reciente de la madurez y el contexto social de un movimiento que surgió con ideas más estéticas y funcionales que ecológicas. Los primeros autores  buscaban despertar en el espectador un sentimiento emocional y lo hacían a través de la evocación de determinados paisajes. No deja de ser lo mismo que ya hizo Capability Brown pero cambiando la Arcadia por praderas y prados silvestres. Aún así, el movimiento en seguida se diferenció de las costosísimas borduras inglesas de Gertrude Jekyll o Christopher Lloyd en su afán por poner algo de racionalidad al mantenimiento de los jardines y siempre se apoyó con firmeza en el "la planta adecuada para el lugar adecuado" de Beth Chatto. Pero ha sido en tiempos más recientes, justo cuando grandes segmentos de las sociedades más prósperas perciben el mundo como un ente frágil a punto de ser devastado por cataclismos climáticos bien merecidos por nuestros desmanes, cuando el movimiento se ha visto más influenciado y a veces incluso forzado por criterios de tinte ecológico. La sostenibilidad y la necesaria reducción de los insumos en cualquier actividad, jardinería incluida, son aspectos que sin duda deben preocuparnos en un mundo hiperpoblado e hiperinfluenciado por el hombre. De esta preocupación surgen El Tercer Paisaje de Gilles Clement, The Rambunctious Garden de Emma Marris o Planting in a Post-Wild World de Claudia West y Thomas Rainier. Y también surgen estupideces con tintes absolutistas y a veces hasta un tanto xenófobos que nos hacen leer discusiones tan peregrinas en internet como si Pictorial-Meadows se merece usar la palabra meadow en su nombre o si los jardines de Piet Oudolf no son buenos para la naturaleza porque osa usar flores no nativas. 
Precisamente sobre el uso o no uso de especies exóticas en los jardines hay un perenne y acalorado debate y a partir de lo leído percibo que las personas que abogan por el uso de especies nativas en los jardines (en realidad casi todo el mundo hoy en día) lejos de formar lo que podríamos llamar un grupo ideológico compacto, se mueven a lo largo de un gradiente de extremismo muy marcado: en un extremo tenemos aquellas personas que consideran que lo único aceptable es el uso de plantas nativas y que por lo tanto las exóticas debían prohibirse por ley y en el otro las que más bien opinan que es un desperdicio no usar todas las plantas nativas que tenemos a nuestro alcance dadas las enormes ventajas que aportan. Las primeras suelen argumentar con criterios moralistas con bastante poca base científica y ven en cada flor foránea una invasión de ranas en Australia. Las segundas se acercan al uso de nativas con criterios mucho más cercanos a los principios del movimiento naturalista de diseño de jardines, no se cierran al uso racional y meditado de exóticas y en el fondo de su actuación está la búsqueda de una mayor racionalidad y sostenibilidad en la jardinería. Si queremos usar la planta adecuada en el sitio adecuado, ¿por qué no usar las que ya crecían aquí sin nuestra ayuda?, ¿por qué no disfrutar de las enormes cualidades estéticas de algunas de nuestras plantas silvestres?. Hay muchos ejemplos de diseñadores que han sido capaces de crear jardines con un potente sentido de pertenencia a un lugar apoyándose en un uso mayoritario de especies autóctonas. De hecho apostaría porque la Alhambra que dejó Boabdil era algo así. Pero sin irnos tan lejos, tenemos desde los jardines selváticos de Roberto Burle Marx hasta las praderas de Wolfgang Oehme y James van Sweden o el Millenium Park de Piet Oudolf en Chicago. El uso de especies nativas en jardinería puede tener tantas caras como ecosistemas hay en el mundo, y en la actualidad sigue habiendo personas que tratan de dar con sus jardines una respuesta contundente, clara y empírica a las preguntas que planteábamos. Entre todas ellas si tuviera que elegir una a quien poner el título de pionera de estos días por lo atrevido y esforzado de su planteamiento esa sería sin duda Amalia Robredo. 
En la última edición de la revista Verde es Vida, Elita Acosta realiza una interesante entrevista a esta paisajista argentina que desarrolla su trabajo desde hace años en Uruguay. Amalia empezó estudiando biología (algo que sin duda le ayudó en su futura forma de abordar el paisajismo) hasta que decidió apostar por una vocación en la que el aspecto estético y de estructuración del espacio tenían mucho peso. Así decidió estudiar paisajismo en la Escuela Argentina de Espacios Verdes. Terminados los estudios y lanzada al mundo profesional encuentra su primera influencia en la pareja de paisajistas argentinas Martina Barzi y Josefina Casares, quienes a su vez se reconocen discípulas del prestigioso paisajista inglés John Brookes. John Brookes es un prolífico autor de libros de diseño de jardines como The Room Outside donde explica sus principios de diseño basados en el principio de la cuadrícula que permite que los elementos se relacionen en el jardín de una manera proporcionada. Fruto de este principio y de la influencia que Thomas Church ejerció sobre él, sus jardines abundan en líneas simples y cuidadas curvas que marcan una clara geometría en el jardín. Pero esta geometría es suavizada por grupos de plantas dispuestos al azar a las que se permite propagarse desde semilla y se gestionan mediante la extracción de los elementos que ponen en peligro el éxito de la composición. Estos principios sin duda aparecen en el trabajo y los cursos que imparten en el estudio Barzi-Casares y a través de ellas Amalia se introdujo por primera vez en los conceptos de observación y edición de la naturaleza como herramientas troncales para el diseño y mantenimiento de jardines. Fue precisamente en la finca de Josefina Casares donde Amalia pudo ver praderas en las que las especies nativas crecían con espontaneidad, algo que le sirvió de importante fuente de inspiración para abordar los jardines de su propia finca (chacra le dicen por allí) La Pasionaria. En el 2002 Amalia se trasladó a La Pasionaria, una finca de cinco hectáreas en José Ignacio un pueblecito muy cercano a Punta del Este, en la costa uruguaya. Ajardinar una finca de cinco hectáreas le impuso como requisitos de entraba bajos costes de implantación y mantenimiento. Así, acompañar a la naturaleza dejando que las praderas se desarrollasen por sí mismas parecía algo inteligente y adecuado. Los primeros años dejó que las praderas de su finca donde antes pacía el ganado se desarrollaran libremente.
Praderas naturales en José Ignacio
La autora realizaba pequeñas intervenciones eliminando los árboles y arbustos que aparecían y realizando siegas periódicas. Los primeros años, pese al exigente clima marítimo de la región de Maldonado los resultados fueron espectaculares. Las praderas lucían una diversidad de flores y gramíneas altísima y entre ellas había especies con un alto valor ornamental. Pero a partir del cuarto año esta diversidad comenzó a caer en picado y Amalia se vio obligada a embarcarse en búsqueda de nuevas respuestas. Decidió unirse a un viaje dirigido por Noel Kingsbury a Alemania y Holanda. Conociendo la pasión por su trabajo y el espíritu docente de ambos es fácil aventurar que Noel y Amalia encajaron a la perfección. De hecho Amalia considera a Noel su mentor y gracias a él pudo acceder a un selecto grupo de profesionales que estaban y están haciendo cosas muy interesantes en el diseño de jardines naturalistas. Cassian Schmidt, Piet Oudolf, Roy Diblick o Neil Diboll pudieron conocer de primera mano el trabajo y la pasión de Amalia. Neil Diboll por ejemplo, a quien Amalia pudo conocer en un segundo viaje con Noel, en este caso a Chicago, es un pionero en la industria de producción de planta nativa. Ha dirigido el vivero Prairie Nursery  en Wisconsin durante más de 30 años dedicando su vida a la propagación y promoción de las cualidades estéticas y ambientales de plantas nativas de las praderas del medio oeste americano. Charlas con personas así ayudaron a Amalia a depurar sus protocolos de investigación aunque la primera conclusión con las nativas es que no hay nada que pueda sustituir al trabajo de campo. 
La foto de este diseño de Karina Hogg en un tejado aparece en el libro Planting, A New Perspective
de Noel Kingsbury y Piet Oudolf como un ejemplo de actuación innovadora en tiempos recientes.
Amalia asesoró en la plantación y se emplearon plantas nativas obtenidas en sus primeros trabajos
de reproducción en vivero de especies silvestres de la zona de Maldonado.
Amalia tuvo que experimentar mucho hasta dar con las claves que permitían conservar la biodiversidad de sus praderas en José Ignacio. En estas praderas conviven plantas de crecimiento invernal y floración primaveral con plantas que crecen en primavera y florecen a finales del verano. Mantener los dos tipos de vegetación en una misma pradera requiere ser muy específico con los momentos de siega, ya que una siega en un momento inapropiado puede hacer que unas especies se hagan con el nicho de otras. Una siega primaveral por ejemplo, puede potenciar la capacidad expansiva de las plantas de crecimiento primaveral y llevar a la extinción a las de crecimiento invernal. Conocer esto puede parecer obvio, pero si tratamos de calcular las combinaciones que pueden surgir de cientos de especies junto con decenas de ecosistemas marcados por un tipo de suelo, orientación solar y cualquier otro factor que afecte al desarrollo de las plantas, es fácil concluir que no basta una vida para llegar a resultados deterministas. Pero sí es posible establecer una serie de patrones y factores clave, y para ello quizás el aspecto más importante se encuentra en conocer las plantas que tenemos entre manos. Decía Beth Chatto que diseñar jardines es como escribir. Primero es necesario conocer las palabras y sus significados, y a partir de aquí puedes plantearte hacer combinaciones sencillas (una frase) o complejas (una verdadera historia). Por supuesto en la analogía el equivalente a las palabras y sus significados son las plantas y su comportamiento, y Amalia decidió construirse su propio diccionario. Durante años elaboró un detallado herbario en el que catalogó más de 300 especies nativas de la costa atlántica de Maldonado incluyendo infinidad de datos sobre sus características y ecología. Tanto trabajo tuvo su recompensa en forma de una donación del gobierno uruguayo que la permitió publicar su investigación y, más importante aún, arrancar la producción comercial de algunas especies. Su colaborador Hugo Sierra montó un vivero en el que comenzaron a cultivar algunas de las especies con mayores posibilidades ornamentales. Este trabajo fue clave para empezar a introducirlas en algunos de los jardines que realizaba para sus clientes. Al principio con cuentagotas para evitar que fallos imprevistos provocaran grandes vacíos estructurales en el jardín, y cada vez más generosamente a medida que sus clientes eran personas conocedoras e interesadas en su trabajo. Este trabajo de producción e introducción en jardines privados de especies nativas fue clave para romper el círculo vicioso establecido habitualmente entre viveros y sus clientes: yo tengo lo que quieres comprar y yo compro lo que tienes. Mediante un trabajo basado en el respeto a la naturaleza, la búsqueda de la reducción de los costes de mantenimiento, la conversión de debilidades en fortalezas, la búsqueda de una estructura que optimice el empleo del espacio y el empleo de especies nativas propias de las praderas costeras de su zona, Amalia ha sido capaz de crear un sello propio. Gracias a ello a estas alturas ha logrado introducir más de 30 especies silvestres en la red comercial de viveros, colaborando de manera clave en la difusión del potencial ornamental y por lo tanto en la conservación de algunas especies endémicas. Quién planta una flor en su jardín y se esfuerza porque prospere difícilmente va a mirar con indiferencia esa misma flor cuando la vea en los montes. El valor de la creación de jardines con especies nativas va más allá de los propios jardines, porque conseguir que la gente aprecie es conseguir que la gente preserve. Hoy día los paisajistas y jardineros tienen una responsabilidad con el medio ambiente, con los ecosistemas a los que afectan y en los que pueden aportar un valor diferencial de mejora. Ya no se trata sólo de no afectar negativamente evitando la introducción de especies invasoras o el diseño de jardines que exijan consumos ingentes de agua. Ahora es necesario generar comunidades vegetales y jardines que sumen a la naturaleza y puedan interrelacionarse con y aportar un valor a los seres vivos que los rodean. Y por supuesto sin que esto signifique cruzarse de brazos a ver como la naturaleza actua, porque la naturaleza a sus anchas a veces es rematadamente fea y cruel. La labor del jardinero dentro de su área de acción será embellecer, favorecer ciertos procesos naturales de recuperación y mantenimiento y concienciar a la población local de la importancia de los ecosistemas en los que vive. Todo esto Amalia lo ha hecho tan rematadamente bien que a mi entender se encuentra en un puesto de honor en el mundo actual del diseño naturalista de jardines. Así lo entendieron otros y de hecho ha estado invitada a impartir seminarios y colaborar en proyectos de investigación en otras áreas de Sudamérica como México y el Cerrado Brasileño. Algo que sin duda habrá hecho encantada porque considera parte troncal y emocionante de su trabajo dar charlas, clases y conferencias, escribir artículos, organizar talleres, acoger visitas a su chacra La Pasionaria... o recomendar de vez en cuando un blog en castellano.
Y esto me lleva a reconocer que mi debilidad por esta paisajista no el del todo desinteresada. En una de las películas de Men in Black, Will Smith le dice una tontería de frase a Tommy Lee Jones que siempre me ha encantado: "¿Sabes cuál es la diferencia entre tú yo? Que yo hago que esto luzca". Pues eso mismo podría decirme a mi Amalia. Por el 2004 andaba yo venga a escribir y venga a escribir y el día que ella entró en mi blog y me dedicó un par de alabanzas en su cuenta de Facebook esto se puso a lucir. Empecé a escribir este blog motivado por el difunto blog "Escrito en un instante" de Antonio Muñoz Molina. Encontré el tono y contenido de lo que quería contar gracias a Grounded Design de Thomas Rainier. Y sigo escribiendo gracias a Amalia. Difícil saber cómo una persona llega un blog (se lo dejo a los expertos en SEO) pero estoy seguro de que sin Amalia no conocería ni a una décima parte de las personas tremendamente interesantes que he podido conocer gracias a estas líneas. Y de momento aquí seguimos.






Fuente: Estudio Amalia Robredo. Paisajismo e Investigación