La respuesta a la pregunta que titula esta entrada debería ser, supongo, un rotundo no. Ni falta que le hace, claro. Pedirle a Caruncho que haga jardines naturalistas sería como pedirle a Velázquez que haga sus pinitos en el impresionismo. O a Picasso, que no quiero sugerir que una hipotética evolución de Caruncho al naturalismo sería una evolución de lo antiguo a lo moderno. La jardinería de Fernando Caruncho no puede ser más moderna y actual. La pregunta no es más que la ironía que ha venido a mi cabeza al leer la historia sobre el jardín de su casa que ha publicado recientemente la revista Architectural Digest. El elemento central del jardín de la casa Caruncho es una estanque elevado rodeado en tres de sus caras por una columnata en forma de U y por una ladera cubierta de densos y sinuosos setos de escalonia en la cuarta. Esos setos de escalonia que trepaban hacia un kiosko abierto a la luz y a las montañas eran el elemento vegetal icónico de ese jardín. Y digo eran porque hace cinco años un par de hongos introducidos por nuevas plantas fulminaron los fabulosos setos de escalonia. Después de tratar de eliminar por todos los medios la infección fúngica, Caruncho se vio obligado a asumir que la única solución viable era arrancar todos los macizos de boj y escalonia arrasados por los hongos. La historia es triste pero también inspiradora. Triste porque uno esperaría que un jardín como ese fuese tan eterno como el David de Miguel Ángel. Inspiradora porque lo que acabo de decir es una tontería: no hay jardín eterno e inmutable y si hasta el mismísimo Caruncho con todo el conocimiento y medios a su alcance debe someterse a los caprichos de la naturaleza, qué no deberemos hacer los demás. Cómo dicen en el artículo, después de la desolación inicial Caruncho enseguida percibió que la estructura principal de su jardín aún seguía allí esperando a que enterrase su dolor y se pusiera manos a la obra a cultivar una nueva encarnación del jardín. "Los jardines, como las personas, tienen un ciclo: nacen, crecen, maduran y mueren. Por primera vez en mi vida, entendí esto. Necesitaba aceptar las nuevas condiciones pero retornar a las ideas originales", dice Caruncho al respecto de la debacle de sus escalonias. Mira, en eso llevamos ventaja al maestro. Yo hace mucho que aprendí que el aspecto de mi jardín puede estar marcado por lo caprichos nocturnos de un jabalí. Pero quizás lo más sorprendente ha sido la forma en la que ha rediseñado su jardín, porque los nebulosos y compactos setos han sido sustituidos por una exuberante plantación de cosmos blancos. Anuales para sustituir un seto de arbustos perennes. Frente a lo estático y estable lo movible y variable. Frente a lo robusto y perenne lo frágil y mortal. Frente a la severidad de los setos primorosamente recortados la exuberancia y descontrol de las anuales que se resiembran cada año. Da la sensación de que la crisis de sus escalonias ha abierto los ojos del diseñador hacia los ciclos más fugaces de la naturaleza. Vean la mutación del jardín dentro de una misma estructura formal para entender el cambio sustancial:
Foto del antes |
Foto del antes |
Aspecto tras la debacle de las escalonias. Fuente: Fotos de Silvia Cerrada en Architectural Digest |
Aspecto tras la debacle de las escalonias. Fuente: Fotos de Silvia Cerrada en Architectural Digest |
Parece que los cosmos son una solución temporal que vendrá a ser sustituida por alguna otra especie. Alguna planta que estuviera de moda en los jardines del siglo XIX y haya caído en desuso, dice el paisajista, o alguna especie nativa como Myrtus tarentina porque la debacle de las escalonias le han convertido en un ardiente defensor de las nativas. Ay, las nativas tampoco son la solución o toda la solución. Que se lo digan a los amantes de los olmos o de los castaños. Hasta la invencible encina parece que está siendo diezmada por algo de nombre tan horrible como "la seca". Lo más parecido a una solución puede estar en asumir profundamente las propias palabras de Caruncho: "Es posible tener un jardín que dure para siempre y sea a un tiempo efímero. El renacimiento es el milagro de los jardines, y eso es algo que estará conmigo para el resto de mi vida".
La historia de las escalonia de Caruncho me ha recordado un montón a la historia del fin de otro seto que en su día fue muy conocido: la cortina de setos de tejo que con sus formas de olas creaban el fondo del jardín de Piet Oudolf en Hummelo. Estos setos se encontraban en una zona que se inundaba periódicamente y los hongos habían terminado por hacerles bastante daño, y en Mayo del 2011 Piet decidió eliminar uno de los elementos más representativos y estructurales de su jardín. Tuvo que ser una decisión difícil para él y un disgusto para muchos de los admiradores de su jardín, pero de esto va la jardinería, aunque no todo el mundo lo entienda. El libro Oudolf, Hummelo, acaba con una anécdota muy curiosa sobre la eliminación de estos setos de tejo. Piet Oudolf lo cuenta así: "Una día, dos personas estaban caminando alrededor de nuestra propiedad. Caminaban hacia delante y hacia atrás y noté que no miraban las plantaciones. Me acerqué a ellos y les pregunté si podía ayudarles a encontrar algo. Dijeron que había hecho todo el camino desde Bruselas para ver los setos que habían visto en el libro Landscapes in Landscapes. Les dije que habían muerto, pero que había otro montón de cosas para ver. Estaban sorprendidos y decepcionados. Habían conducido dos horas y media para ver los setos. Sin mirar nada más, se montaron en su coche y se marcharon". En fin, no siento mucha simpatía por esa pareja de belgas. Hay que ser cenutrio para llegar a Hummelo y frustrarte por no ver unos setos de tejo. Hay que entender poco la jardinería. Hasta los mismísimos tejos de Jacques Wirtz, que supongo que la pareja de belgas adorará, un día serán pasado. Porque los jardines son seres vivos que distan mucho de ser eternos. A veces pueden parecerlo, pero no nos engañemos, es sólo porque nosotros aún duramos menos. Quien quiera amar la jardinería debe estar dispuesto a amar los ciclos de la naturaleza, que a veces serán lentos hasta la desesperación y otras fugaces como un suspiro. Y casi nunca se adaptarán a nuestros deseos. Pero bienaventurado el que sea capaz de adaptarse a esos tiempos, de contactar con la naturaleza y acompasar sus ilusiones y anhelos a los caprichos de aquella, porque de él será el reino de los jardines. Pero ojo, que este acompasar y encajar los golpes no es una actitud pasiva. Si me lo permiten voy a usar una frase de Thomas Mann que aunque escrita en un contexto que no tiene nada que ver encaja a la perfección aquí: "Pues la entereza ante el destino y la gracia en medito del sufrimiento no sólo suponen resignación paciente: son también actividad, un triunfo positivo". Así es. Soñar y tratar de anticiparse a los resultados son el núcleo mismo de la jardinería. Y diría que adaptarse y ser resiliente (y aquí me refiero al jardinero, no al jardín) frente a la cruda realidad es el resto.
Y todo esto me lleva a replantearme de nuevo la pregunta. ¿De verdad no es Caruncho naturalista? Pues a ver, si entendemos por naturalismo la Nueva Ola de Vivaces, pues parece claro que no. Al menos no conozco ningún jardín de este jardinero en el que se empleen complejas mezclas de vivaces para evocar una naturaleza salvaje y exuberante en el espectador. Pero ¿es acaso sólo eso el naturalismo? Yo diría que no, que naturalismo es considerar a la naturaleza como referente y fuente de inspiración fundamental, y que visto desde esta perspectiva cualquier jardinero que se merezca tal nombre, no puede ser más que naturalista aunque no use una sola vivaz en sus plantaciones. La charla Ted de la investigadora y escritora Emma Marris arranca así: "Estamos robando la naturaleza a nuestros hijos. Ahora, cuando digo esto no me refiero a que estamos destruyendo la naturaleza que ellos querrán que nosotros hubiéramos preservado, aunque eso por desgracia es lo que está pasando. Lo que quiero decir aquí es que hemos empezado a definir la naturaleza de una forma que es tan purista y tan estricta que bajo la definición que estamos creando para nosotros mismos, no habrá naturaleza disponible para nuestros hijos cuando sean adultos". A partir de aquí se lanza a una brillante charla de 15 minutos donde hace un excelente resumen de los pilares su libro. El impacto del ser humano sobre los ecosistemas terrestres es tan grande que algunos científicos ya llaman a este período el Antropoceno. Para algunos como Bill McKibben la naturaleza es algo apartado del hombre, y dado que sólo el cambio climático ya supone que cada milímetro del planeta ha sido alterado por el hombre, entonces la naturaleza ya no existe. Pero este supuesto parte de una base injusta y despectiva en grado sumo, que es considerar al ser humano como ajeno a la naturaleza. Seremos dañinos, pero somos tan naturaleza como una simpática ballena o el detestable picudo rojo que acaba con nuestras palmeras. Naturaleza no es aquello que no está tocado por el ser humano, naturaleza es cualquier espacio donde la vida prospera, donde múltiples especies conviven. Y con este cambio de perspectiva, milagrosamente la naturaleza nos rodea por todas partes. Y además esta naturaleza se encuentra mucho más a mano que los hipergestionados, primorosos e intocables parques nacionales. "Hay una paradoja interesante: esta naturaleza, esta parte salvaje y desatendida de nuestros paisajes urbanos, periurbanos y agrícolas, es más salvaje que un parque nacional, porque los parques nacionales están gestionados con mucho cuidado", dice Marris, que acaba dando dos líneas de acción para que no robemos la naturaleza a nuestros hijos: primero, no podemos definir la naturaleza como algo que no haya sido tocado por el ser humano. No tiene sentido nunca más porque no hemos dejado de tocar todos los ecosistemas terrestres desde hace miles de años y porque eso excluye la naturaleza que la mayoría de la gente puede visitar y disfrutar. Y segundo, dejemos que nuestros hijos toquen la naturaleza, porque lo que no es tocado no es querido. La charla acaba con la foto de un niño con una flor en la mano y Emma dice: "Yo no quiero ser quien le diga que la flor que sujeta es una hierba mala invasiva no nativa que debería tirar como basura. Creo que prefiero aprender de este niño que no importa de dónde viene esta planta, es hermosa y se merece ser tocada y apreciada".
Pues creo que esta misma argumentación hecha sobre los ecosistemas planetarios se puede llevar al mundo de la jardinería. La nueva ola de vivaces, como producto tierno de nuestros tiempos ha recibido palos a diestro y siniestro. No es difícil encontrar artículos, especialmente en el mundo anglosajón de fuerte tradición horticultural, que hablan de ella con la misma condescendencia despectiva con la que Louis Leroy bautizó a los nuevos pintores como Impresionistas después de ver el famoso cuadro de Monet. Pero curiosamente también reciben críticas de las corrientes más ecologistas que consideran que se quedan tan cortos en su pureza ecológica que hasta son perniciosos. Las críticas de los primeros no preocupan mucho, porque el movimiento está ya tan maduro y son tantas las figuras de primer nivel que conjugan naturalismo con vivaces con planteamientos más tradicionales que la opinión de ciertos críticos puede hacer ya poca mella. Pero las críticas de los segundos, apoyadas en su autoproclamada superioridad moral por defender algo tan noble como y altruista como la supervivencia del planeta pueden hacer más daño. Si hay quien critica como poco ecológicos los jardines de Noel Kingsbury o Piet Oudolf, que no dirán de los jardines de Fernando Caruncho. ¿Pero saben qué les digo? Pues que yo cuando veo un jardín hermoso veo la foto del niño con una flor de Emma Marris, algo que se merece ser disfrutado y apreciado. No dejemos que los jardines de vivaces se hagan con el monopolio de la naturaleza, porque una pradera de gramíneas de Dakota no es más naturaleza como un olivar de Jaén. Y mucho menos dejemos que lo hagan los ecosistemas definidos por algunos rígidos puristas. Hagamos jardines hermosos y larga vida al naturalismo que esconden todos ellos.