Christopher Lloyd (1921 - 2006)
Bueno, pues como íbamos diciendo, si hoy podemos disfrutar de los espectaculares jardines de la nueva ola de perennes, es en gran medida porque sus diseñadores pudieron inspirarse en el trabajo de otros que innovaron, plantaron y escribieron antes que ellos. A modo de breve resumen, ya hemos visto por aquí a William Robinson, el profeta que clamó por las plantaciones naturalistas y el abandono del formalismo. A Gertrude Jekyll, pionera en las plantaciones decorativas de complicadas y exuberantes combinaciones basadas en el color. A Vita Sackville West, capaz de demostrar que basándose en los principios de Robinson y Jekyll (y un montón de dinero) se podía crear un jardín tan impresionante como Sissinghurst. Y por último, a Mien Ruys, que sacó las plantaciones de las cajas que las encerraban en la tradición británica para usarlas como herramientas de un diseño mucho más moderno, arquitectónico y complejo. Y al igual que Willian Robinson y Gertrude Jekyll formaron un tándem que oxigenó los aires de la jardinería a finales del XIX y principios del XX, a lo largo de todo el siglo XX, de nuevo desde Inglaterra, otra pareja de buenos amigos se encargó de dar otra vuelta de tuerca que fue suficiente para resquebrajar otros cuantos convencionalismos en el mundo de la jardinería. Me refiero a Christopher Lloyd y Beth Chatto y en esta entrada voy a hablar menos de lo que se merece sobre el primero.
Se da la tontería de que a este gran jardinero le ha tocado compartir nombre con un conocido actor americano, así que si quieres obtener algo de información sobre él en internet sin tener que pasar por cientos de páginas sobre Regreso al Futuro y La Familia Adams, lo mejor es que le añadas un apellido más. Lo ideal es buscar Christopher Lloyd Garden, o Christopher Lloyd Gardener. A mi más que un inconveniente me parece un caso de justicia divina. A él no creo que le hubiese importado mucho. Christopher Lloyd, fue el perfecto jardinero inglés, y no porque piense que era un jardinero perfecto, cosa que no creo que exista, sino porque no me ocurre un personaje que encaje mejor en la idea que tengo de un inglés. Estudiante en el Kings College y en Cambridge, cascarrabias, hospitalario, irónico, solterón, bajito, regordete, viajero, ambiguo, libre, amante de la jardinería, la cocina y la ópera, con una madre bastante oscura y dueño de una mansión. Todo un inglés, ¿no?. Leyendo sobre personas así uno entiende de dónde sacaban sus personajes Graham Greene y John Le Carré.
Casi se puede decir que su lazo con la jardinería arranca antes de su nacimiento, en 1910, cuando su padre, un pintor gráfico con cierta fortuna, compró Great Dixter, una casa del siglo XV en ruinas que fue renovada por el arquitecto de moda en la época para las casas de campo: Sir Edwin Lutyens (sí, el mismo que ayudaba a Gertrude Jekyll a desarrollar sus diseños). Lutyens restauró la casa del siglo XV y creó el marco para los jardines en el modo que tanto le gustaba a él y que ponía de los nervios a William Robinson: una matriz de espacios formales que después debían ser rellenados con plantaciones. Parece que fue decisión de Nathanial Lloyd, el padre de Christopher, sustituir parte de los muros propuestos por Lutyens por grandes setos de tejo. Tiene sentido, visto que con el tiempo los padres de Christopher llegaron a escribir un libro sobre el arte topiario en los jardines. Padre y madre influyeron notablemente en la afición del hijo por la jardinería, pero en especial la madre, Daisy, que era devota seguidora de William Robinson y el movimiento Arts and Crafts y pronto empujó al hijo hacia esa corriente. Según cuenta el propio Christopher, su madre le llevó a conocer de niño a Gertrude Jekyll, en una visita que parece que tuvo para él algo de profética, ya que Jekyll se dedicó a lanzar bendiciones y buenos deseos para su futuro como jardinero. Empujado por esta afición por las plantas inoculada desde su más tierna infancia por la madre y un entorno tan apropiado como Great Dixter, en cuanto finalizó sus estudios sobre lenguas modernas en Cambridge y el servicio militar, se dedicó a estudiar horticultura en el colegio Wye, una escuela de agricultura perteneciente a la universidad de Londres, que dicen las malas lenguas que fue elegida por Lloyd porque la cercanía a su casa le permitía dejar frecuentemente la teoría para centrarse en la que sería su pasión de por vida: el cuidado de los jardines de Great Dixter. De todas formas la escuela no debía ser mala, ni mucho menos, y de hecho, por fechas cercanas estudiaba también allí otra vieja gloria de la horticultura, John Seymour, autor del famosísimo Horticultor Autosuficiente.
Al finalizar sus estudios, Lloyd permaneció en Wye impartiendo clases durante 4 años. Justo hasta 1954, año en el que regresa a Great Dixter para ya no abandonarlo más. Aprovechando la enorme extensión de la propiedad (más de 200 hectáreas) y el apoyo de su madre, creo un vivero especializado en plantas raras y, más importante aún, abrió los jardines al público. Esto fue el comienzo de uno de los dos pilares sobre los que se sustentó su enorme fama como jardinero: la continua experimentación en un jardín que cambiaba cada año y siempre estaba abierto al apasionado público inglés. El segundo pilar, fue su prolífica obra escrita. Su primer libro, The Mixed Border, donde proponía como mezclar arbustos y herbáceas en el inevitable arriate inglés, se publicó en 1957. Le seguirían al menos otros 20. Tan importantes, si no más que sus libros, fueron sus artículos. Christopher Lloyd escribió una columna semanal en la revista Country Life durante 42 años ininterrumpidos. Dicen que nunca faltó a su cita semanal, ni siquiera durante una temporada en la que permaneció hospitalizado. También escribió para el Observer y el Guardian. No es descabellado decir que después de tanta escritura, Great Dixter debe ser el jardín más documentado que haya existido. Yo ahora mismo estoy leyendo su libro más conocido, The Well Tempered Garden, que viene a ser una enorme recopilación de consejos sobre la jardinería de alguien con mucha experiencia que emplea un estilo relajado, cercano y sin tecnicismos. Habría sido un buen bloguero.
Su jardín, innovador hasta lo revolucionario en algunos aspectos y sus innumerables escritos le valieron para ser considerado en su país como un gran jardinero. Prueba de ello es que en 1979 le entregaron la Medalla Victoria de Honor, el más alto galardón que puede recibir un británico que se dedique a la horticultura. Lo que los expertos ingleses estaban valorando al entregar esta medalla, supongo que sería la labor pedagógica de su ingente producción literaria, pero también los diseños extraordinarios que año tras año se podían disfrutar en los jardines de Great Dixter. Lloyd transformó el clásico arriate inglés, usando su conocimiento enciclopédico sobre las plantas y sus ciclos reproductivos para introducir revolucionarias mezclas de herbáceas y arbustos. Sus combinaciones incluían una compleja estructura de capas de bulbos, perennes, arbustos, anuales y plantas tropicales que crecían en el marco de la estructura formal creada por Lutyens. En sus composiciones a menudo aparecían plantas de diferentes hábitats compartiendo el espacio, combinaciones inesperadas en forma y color y muchas veces tan incongruentes como puede ser una tropical de enormes hojas rodeada de flores y hierbas de la campiña inglesa. Pero esta incongruencia era intencionada, y en ocasiones capaz de pulsar un interruptor en el espectador que iluminaba lo mejor de cada planta al obligar a observarla desde una perspectiva totalmente novedosa. Pero si algo guiaba su proceso de diseño, era el afán por lograr combinaciones de plantas que evolucionaran de una manera armónica y hermosa con el paso de las estaciones. Y lo logró, vaya si lo logró: el punto culminante de su obra fue un arriate de 60 metros que permanecía en flor entre Abril y Noviembre. Su arriates fueron una obra maestra de la sucesión de la belleza, plantaciones en la que cada ola de color, cada planta destacada, era inmediatamente seguida por otra, una coreografía estacional sin momentos de descanso, con ritmos que podía ir al compás vertiginoso de las horas del día o del paso pausado de las estaciones. Así, si las plantaciones de Gertrude Jekyll tenía mucho de pintura impresionista y la de Mien Ryus de escultura modernista, las plantaciones de Lloyd eran una sinfonía. En como en toda buena melodía había instrumentos principales (plantas en flor que tomaban el protagonismo durante un largo período de tiempo), instrumentos que dan cuerpo y ritmo a la composición (plantas estructurales capaces de crear un fondo y una argamasa para todo el conjunto) e instrumentos aparentemente insignificantes sin los que la melodía no sería lo mismo (plantas con una floración efímera en el momento exacto).
Se podría hacer una lista de sus intenciones creadoras en base al título de sus libros, y como no podía ser de otra manera, publicó uno titulado Succesion Planting for Year-Round Pleasure. La huella de Lloyd en la jardinería actual es quizás menos trazable pero no menos profunda que la de otros diseñadores, y es en esta orientación de las plantaciones hacia la consecución del placer estético a lo largo del año, donde veo una de las simientes de la filosofía de las plantaciones de perennes actuales. Ahora los paisajistas han introducido nuevos criterios de ecología y sostenibilidad, que no creo que a Lloyd le preocuparan demasiado, y además han incorporado la belleza de lo muerto como herramienta para alargar el disfrute estético al invierno. Por eso los jardines de la nueva ola de perennes son más naturales que los de Lloyd, pero también más grises y aburridos, qué duda cabe. Y por eso, por cierto, los jardines de Tom Stuart-Smith no terminan de encajarme en la nueva ola de perennes, porque creo que Stuart-Smith nunca ha dado el salto y se niega a abandonar completamente la isla de la tradición inglesa tan bien representada por Lloyd.
Lloyd fue un innovador y un aventurero que influyó con su jardín y sus escritos sobre varias generaciones de jardineros aficionados y paisajistas profesionales. Un innovador y un aventurero, que no tenía necesidad de salir de sus dominios porque el mundo le leía y le visitaba a él. En la introducción del libro Dear Friend and Gardener donde se recopilan las cartas que se intercambió con Beth Chatto durante años, cuenta que recibía 35.000 visitas al año. Hospitalario para unos, y algo borde para otros, no parece que nunca denegase la ayuda a cualquiera en el que percibiera verdadero interés por las plantas y de manera frecuenta acogía a estudiantes en su mansión. Pero de la misma manera debió ser inmisericorde para aquellos a los que consideró superficiales o frívolos y cuentan que se negaba a dar el nombre de una planta a quién no portara un libro de notas. De ahí que hubiera quién jugara con el título de su famoso libro diciendo que Lloyd era The Ill Tempered Gardener.
Para Lloyd el diseño de un jardín era un proceso infinito, siempre sujeto al cambio, a la prueba y error, a la adaptación al gusto cambiante del autor, al aprendizaje continuo y la innovación más transgresora. Durante sus últimos 15 años de vida trabajó hombro con hombro con Fergus Garret, su jardinero jefe, y cuentan que cada mañana paseaban durante una hora por el jardín y tomaban del orden de 60 decisiones. La mitad acciones a tomar inmediatamente, el resto previsiones y planes para futuras estaciones. Nunca tuvo miedo a eliminar lo que no funcionaba, y hay una anécdota que refleja muy bien su personalidad. En fechas recientes, harto de todas las enfermedades que sufrían sus rosales, sentenció que las rosas era un "miserable e insatisfactorio arbusto" y eliminó su jardín de rosas sustituyéndolo por una combinación de Dhalias, Cannas, Ricinus, Musa basjoo y otras plantas tropicales de enorme follaje. Puede parecer que la cosa no tiene mayor importancia, pero si lo ponemos en contexto, la cosa cambia: el jardín de rosas tenía 70 años de antigüedad y había sido plantado por su madre. Valiente hasta el fin, sólo un año antes de morir, publicó un libro titulado Succesion Planting for Adventurous Gardeners. Fiel a este espíritu hasta el final de sus días, no quiso que su jardín se convirtiera en un mausoleo, y se lo entregó a una sociedad liderada por antiguos amigos y encargó su mantenimiento a Fergus Garret. Hoy en día Great Dixter sigue vivo y cambiante y en cierta medida da pequeños pasos hacia los nuevos estilos imperantes, porque Fergus Garret, quizás en el mayor acto de lealtad que se pueda imaginar, ha decidido que el jardín debe seguir respondiendo a la voz de su jardinero, y no al recuerdo de aquél que lo fue durante más de 60 años.