Dicen los que saben de esto, que los buenos jardines son los que obedecen al genio de lugar. Yo, que lo único que sé de esto es que nunca terminaré de saber de esto, he terminado por concluir que los jardines obedientes al genio del lugar no suelen ser más que el lugar de un genio. Y entre estos jardines geniales, me quedo con aquellos en los que diseñador, jardín y jardinero forman una perfecta simbiosis. Como ha dejado escrito Umberto Pasti: "hacer un jardín no es una actividad, una acción que tiene como objetivo crear un jardín. Es una condición. Es una manera. Es una forma de ser. Tu jardín no es el resultado del proceso de ir haciéndolo. Tu jardín eres tú, mientras lo haces, lo diseñas, lo piensas". Aquellos que aman la jardinería, que disfrutan buscando la belleza a través de un implacable juego con la naturaleza, que son capaces de desdeñar los convencionalismos, aislarse de las exigencias de caprichosos clientes, ser honestos y apasionados y escuchar sus deseos e instintos más profundos, aquellos amigos míos alcanzarán esa condición, y en esa condición, al ser uno con su jardín, harán cantar con potencia al genio del lugar. ¿Cuándo se dan las mejores condiciones para alcanzar ese objetivo? Pues diría que inevitablemente cuando un gran jardinero trabaja en su propio jardín, cuando su experiencia vuela a lomos de la poderosa libertad. Hay tantos ejemplos de geniales jardines privados. Sin ánimo de ser exhaustivo, estos son alguno de mis favoritos: Great Dixter, de Christopher Lloyd, Hunting Brook Gardens, de Jimi Blake, Lur Garden, de Íñigo Segurola, Hummelo, de Piet Oudolf, Rohuna, de Umberto Pasti, Federal Twist, de James Golden, Priona, de Henk Gerritsen. Pero podríamos seguir y seguir. Todos ellos, independientemente de su tamaño, estilo y ubicación responden a una esencia verdadera, son elegantes a la vez que extravagantes, son atrevidos al tiempo que clásicos, no responden a normas mientras respetan las grandes leyes. Detrás de ellos siempre hay alguien con las manos manchadas de tierra que ha tenido valor y ha sido recompensado. Y sobre todas las cosas, todos ellos responden a la atávica búsqueda de la belleza y el paraíso. En todos ellos hay algo de la originalidad y la valentía del granjero que reserva un trozo del huerto a plantar unas cuantas rosas y dalias, de la mujer que tiene su terraza rebosante de macetas, del loco que llena su jardincillo de infantiles esculturas de piedra y arbustos podados en formas imposibles. Mi mujer tiene una tía que a sus noventa y tantos años, sin haber salido nunca de una aldea de Lugo, mantenía en su patio un pequeño jardín de plantas que crecían en viejas cacerolas y latas de conserva. Había más verdad en ese jardín que en todo Versalles. Hay en definitiva infinidad de personas que en algún momento de su vida han hecho caso de Umberto Pasti cuando nos recomienda: "Ten valor y se implacable. La naturaleza premia a los valientes. Trabaja, atrévete y reza. Busca al jardinero que hay en ti, Conviértete en su amigo. Después, si tienes oportunidad planta un jardín. Sí no coloca un par de plantas en la terraza, planta algunas semillas en el alfeizar de la ventana. En el mundo de los destructores es un deber".
Entre todos los jardines personalísimos, si hiciéramos una encuesta, posiblemente uno se llevaría el premio absoluto de la admiración de paisajistas y aficionados: Prospect Cottage, de Derek Jarman. Para quienes no lo conozcan, imaginen un enorme desierto de cantos rodados a orillas del mar en el que lo único que destaca es el horrendo mamotreto de una central nuclear. El fotógrafo Howard Sooley, a quien en buena medida debemos la fama de este jardín, describe a la perfección este paisaje en el último número del Gardens Illustrated: "Blanqueado por el sol, desgarrado por el viento, comido por la sal, desnudo y expuesto por la enormidad del cielo. Un mundo despojado hasta los huesos, abandonado e inmóvil excepto por las cabezas secas de las coles de mar que flotan como algas a la sombra de la central." En mitad de este paisaje algo apocalíptico se levanta una cabaña de madera negra y ventanas amarillas, y a su alrededor, montones de cantos rodados y trozos de metal y madera de deriva entre los que crecen ralas y aisladas las más modestas de la plantas: amapolas, viboreras, tojos, rosales silvestres, hinojos, santolinas, coles marinas. No parece gran cosa, ¿verdad?. No lo es. Pero son legión los que han loado su belleza. Creo que hay muchos jardines como Prospect Cottage, pero ninguno ha sido el último refugio de un creativo director de cine. Y no habrá muchos que hayan inspirado dos de los mejores libros de jardinería que se hayan escrito. Prospect Cottage es un ejemplo hermoso y documentado de esos millones de personas que alrededor del globo, en un acto de coraje emplean el primer rincón que tienen a mano para practicar algo que llevamos codificado en nuestra genética desde el Neolítico: el contacto con el suelo y las estaciones a través del cultivo y la búsqueda de la belleza. Parece lógico que el ser humano tenga la necesidad de mantener el contacto con la tierra. De ella obtenemos el sustento, aunque a muchos hoy en día se les olvide. Lo que es algo más inexplicable, es que más allá de los actos elementales encaminados a producir aquello que necesitamos, nos veamos empujados a efectuar otra serie de gestos sólo encaminados a generar algo bello. Apostaría que este contacto con la tierra y esta búsqueda de la belleza son las razones que animan a millones de personas de todas las culturas a practicar la jardinería. En todas esas luchas precarias y en soledad, ahí, y no en los grandes diseñadores y movimientos está la esencia más pura de la jardinería. Lo otro sólo es la depuración del arte hasta sus niveles más complejos gracias a la capacidad creativa de los más dotados en conocimientos y medios. Pero los grandes jardineros nacen en gestos muy simples, y de hecho en la biografía de gran parte de los jardineros de fama se puede observar como su arte nació en esa jardinería esencial del patio de casa, en un rincón en el que sus padres dejaron que el niño se ensuciara trasteando con las plantas. Derek Jarman fue amante de la jardinería, aunque no practicante, toda su vida, y en su infancia vivió con sus padres en exquisitos jardines. Pero no compró aquella cabaña con la idea de hacer un jardín. Es inconcebible que nadie optase por ese lugar para practicar la jardinería. Supongo que los motivos que le llevaron allí tenían que ver con otros aspectos más profundos relacionados con el aislamiento y la amenaza de la muerte. Pero unos pocos gestos, sustituir una bordura de ladrillos por cantos alargados recogidos en la playa, retirar desechos, plantar un rosal silvestre y apoyar sus ramas sobre un trozo de madera de deriva, fueron el detonante para unos de los jardines más famosos de las últimas décadas. Una bonita anécdota que muestra la relevancia del jardín es la que aparece casi al comienzo del libro The Gravel Garden de Beth Chatto. Me encanta por lo bonito que tiene imaginar a los tres personajes que la protagonizan juntos. Y además resuelve un error habitual: Derek no se inspiró en el jardín de grava de Beth, en realidad fue el jardín de Derek el que supuso un impulso para el jardín de Beth. La historia es esta:
"Varios años después de comenzar mi Gravel Garden, salí un día con Christopher Lloyd y un grupo de amigos jóvenes hacia Dungeness en la costa de Kent. Inevitablemente estudiábamos las plantas con las narices apuntando hacia el suelo mientras vagábamos maravillados por cómo las plantas eran capaces de sobrevivir en condiciones tan hostiles: piedras redondeadas por las olas y un viento incesante. Más bellas, incluso espectaculares, de lo que nunca las había visto antes, había colonias de coles marítimas, Crambe maritima, con robustos y ramificados tallos florales sosteniendo grandes racimos de cápsulas de semillas del tamaño de un guisante. ¡Semillas más atractivas que las que nunca hubiera visto en mi jardín! Christopher se divertía al ver mi desazón al encontrar dedaleras, salvias y teucrium creciendo donde yo creía que no tendrían ninguna oportunidad de hacerlo, ya que normalmente se encuentran en los bordes de los bosques. El único "bosque" visible en esta vasta playa de adoquines eran grupos aislados de acebos tallados por el viento en las formas más extrañas. Mientras caminábamos de un lado a otro tropezando con las piedras, de repente me encontré con una inesperada bola lanuda de Santolina chamaecyparissus creciendo directamente en el suelo de la playa, seguida por otras plantas de hojas grises, y amapolas y flores rosas, todas mezcladas con artefactos curiosos hechos de desechos y materiales de naufragios moldeados por los vientos y las mareas. Al levantar la vista me di cuenta de que estábamos en el jardín de alguien, pese a que no había ninguna valla que cruzar, sólo estábamos cerca de una pequeña cabaña de pescadores de paredes de madera pintadas de negro y la puerta y los marcos de las ventanas de color amarillo canario. Christopher seguía cautivado e inconsciente, ocupado con su cámara. Después de otro momento de pausa me sentí avergonzada. Alguien nos observaba. Un joven apareció, me escuchó disculparme entre tartamudeos y desapareció. Casi inmediatamente, apareció una figura alta y delgada que sin duda no era un pescador. Se trataba del director de cine Derek Jarman, que nos dio una cálida bienvenida para tratarse de dos personas a las que no había conocido antes, demostrando la alegría inmediata de compartir con nosotros su pasión y su placer en encontrar plantas que podrían vivir en la misma grava a no más de 50 metros de la orilla. Lamento profundamente no haber tenido un cuaderno en el que anotar toda la variedad de plantas que parecían prosperar en semejante terreno, pero el recuerdo de conocer a un hombre único y valiente nunca me ha abandonado. Sentí que se sostenía sobre el milagro de cultivar plantas. Después de ver las plantas que crecían en un ambiente tan hostil, salí de Dungeness con una renovada determinación por continuar con mi experimento."
Si me tengo que quedar con una única descripción de Prospect Cottage me quedo con la que hace Beth Chatto. En la anécdota se ve además una de las características más sobresalientes del jardín: la total ausencia de vallas, la integración más radical con el entorno que lleva a dos despistados a colarse en el jardín sin saber que lo están haciendo. Esta ausencia de vallas y las rústicas especies de plantas empleadas permiten al jardín fusionarse con un paisaje de horizontes casi infinitos. Más allá de eso, no hay praderas de césped, no hay grandes borduras, por no haber no hay ni suelo, solo piedras por todas partes. Lo más parecido que hay a lo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en un jardín son los parterres geométricos creados en el frente de la cabaña con bordillos hechos a base de cantos rodados. Más allá de eso solo trozos de metal y madera a modo de alocadas esculturas y plantas dispersas por aquí y por allá que poco a poco se disuelven en el paisaje de cantos, tojos y coles marinas. El resto es viento, sol y horizonte. Howard Sooley dice que el frente del jardín siempre le pareció un jardín infantil. Tiene algo de eso, Prospect Cottage rememora todos esos jardines de infancia y de aficionados de los que hablábamos al principio. Es un canto a la libertad, al abandono de las convenciones, a la búsqueda de la belleza de la mano de la naturaleza, sea lo ingrata que sea. Pero al tiempo demuestra que la jardinería puede ser un refugio igual de redentor cuando nuestra fugaz existencia se agota. En ninguna otra historia, en ningún otro jardín, resuenan con tanta intensidad las palabras de Montaigne: Que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero sin preocuparme por ella, y menos aún por mi jardín imperfecto. ue la muerte me encuentre plantando mis coles, pero sin preocuparme por ella, y menos aún por mi jardín imperfecto.
Derek Jarman murió en 1994, pero Prospect Cottage ha pervivido durante todo este tiempo gracias al mantenimiento que realizó su pareja Keith Collins. En todo este tiempo, sobre todo después de la publicación en 1995 del libro "Derek Jarman's Garden", se convirtió en lugar de peregrinaje para muchos amantes de la jardinería. En el 2018 también nos ha dejado Keith Collins y la supervivencia del jardín corre peligro. Para evitar su desaparición ha surgido una iniciativa que busca recaudar dinero. La captación de dinero finaliza justo hoy y la prueba de todo lo que venimos diciendo está en el éxito que ha tenido. Han superado la cifra que se habían propuesto. Más de 4 millones de euros. Celebro la iniciativa, faltaría más, pero las cifras me parecen una buena alegoría de los tiempos que corren. Serán muchas las cosas que se quieran hacer con esos 4 millones de euros, y las celebraremos, pero no deja de ser llamativo que necesitemos semejante cifra para mantener vivo un jardín creado por un hombre enfermo que paseaba por una playa cargado con una bolsa en la que cargaba los cantos rodados y materiales que la marea le entregaba cada día. No hizo falta mucho dinero para que un buen día Derek se decidiera a plantar una rosa canina y colocase un trozo de madera de deriva para soportar sus ramas. Así, con esa búsqueda tan primaria de la belleza y el contacto con la tierra nació un jardín que se ha hecho mítico. Bienvenidos sean el mantenimiento del jardín y la residencia de artistas que quieren promover. Pero el recuerdo y ejemplo del jardín permanecerían sin esos cuatro millones de euros. Y aunque así no fuera, seguirían existiendo millones de personas realizando esos pequeños actos cotidianos que suponen el espíritu de la jardinería. Quizás el mejor homenaje que podríamos haber hecho a Derek y su jardín, el más generoso, habría sido dejarlo desaparecer bajo el empuje del viento y de las mareas.
Fotos de Howard Sooley
@Howard Sooley |
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