Ahora mismo parece que las principal corriente de jardinería, o al menos la corriente por la que yo me he dejado arrastrar, es esa que se ha llamado la Nueva Ola de Perennes. Lo de Nueva es porque es relativamente reciente (aunque apoyada sobre pilares no tan recientes, como ya hemos ido viendo por aquí), lo de ola porque casi no hay paisajista afamado que no tenga un jardín de estilo Oudolf, y lo de perennes porque entrega todo el protagonismo de sus composiciones a las plantaciones de grandes masas de perennes (es decir, plantas no leñosas que no hay que replantar cada año) frente al uso más clásico de árboles y arbustos. Quizás la principal línea argumental de esta corriente es buscar la evocación de la naturaleza a través de la jardinería, lo que la lleva a huir del uso de líneas geométricas clásicas y grandes elementos estructurales y perseguir el uso de exuberantes y densas mezclas de hierbas y plantas de flor en las que dependiendo del autor, puede haber entre muchas y muchísimas especies y variedades. Esta orientación hacia la evocación que no imitación de la naturaleza hace que el movimiento se desplace con facilidad y frecuencia hacia una visión ecologista de la jardinería donde conceptos como sostenibilidad y biodiversidad parecen ser tan importantes como la belleza. Detrás de estos jardines hay diseños de enorme complejidad y sus resultados pueden ser espectaculares, pero a veces siento que algunos autores se ven obligados a justificar su obra elogiando el bajo mantenimiento que precisa o la cantidad de fauna local que puede cobijar. Está bien, tengo claro que bajos requisitos de mantenimiento es lo que yo necesito dadas mis limitaciones de tiempo y presupuesto, y posiblemente es lo que necesite un mundo al que estamos dejando sin recursos, pero noto cierto funcionalismo en todo esto que me resulta molesto. No creo que sea necesario estar justificando un arte continuamente ni renunciar a que la jardinería lo sea. Yendo a una de esas analogías literarias que tanto me gustan, es como si un Vargas Llosa tuviera que salir con su premio Nobel a anunciar que sus libros son muy útiles para formar el intelecto de las jóvenes generaciones y además están todos impresos en papel reciclado. Y tengo la sensación de que esto segundo sería una mentira no muy distinta a las del bajo mantenimiento de la nueva ola de perennes. Es cierto que una buena elección de plantas ayuda a reducir el mantenimiento pero no es menos cierto que estas plantas no tienen por qué ser perennes o ser plantadas en una especie de caos controlado. Recientemente, Thomas Rainer y Noel Kingsbury (para mí dos referentes en la generación de contenidos propios e interesantes) han mantenido un encendido y educado debate sobre si una jardinería basada en la mezcla de plantas es realmente más ecológica que aquella soportada por el empleo de grandes macizos de una misma especie. Aquí y aquí las aportaciones de ambos. En los dos encuentro argumentos que me resultan razonables, y en el fondo tengo la sensación de que están hablando de lo mismo y mantienen una discusión de matices, pero si tuviera que decantarme por uno u otro razonamiento, me decantaría por los de Thomas Rainer. Ya, en el comienzo de su artículo, plantea una duda que contiene la clave del asunto: ¿es la mezcla de plantas realmente más ecológica, o sólo un look estilizado de la ecología?. Y a partir de aquí, comparto las tres principales líneas de su argumentario.
- No es más natural un ecosistema con gran variedad de especies que aquel que sólo tiene una. No puedo estar más de acuerdo, pocas cosas hay más hermosas pero también menos variadas que un hayedo. En algún sitio leí que en un pequeña parcela del desierto de los Monegros puedes encontrar mayor variedad vegetal que en toda la Selva Negra. Muy bien, pero eso no quiere decir que uno sea más natural que el otro. Noel no está de acuerdo y contrargumenta que incluso en las grandes extensiones de una única especie si miras bien encuentras una rica variedad, "aunque sólo sean musgos y líquenes". Volviendo a mi hayedo, o a los pinares de mi Castilla, que creo conocer bien, no puedo estar de acuerdo. Muchos de estos bosques son tremendamente abióticos. Y si nos vamos a los musgos y líquenes, pues en mi seto de boj también hay musgos, líquenes y hasta setas, así que como argumento en contra del cultivo monovarietal no me parece muy potente.
- La ecología no es un valor, es un campo de la ciencia. Del que por cierto nos queda mucho por aprender. Hay mucha gente dispuesta a cerrar una discusión con el único argumento de "esto es ecológico", pero muy pocos dispuestos a reconocer que estamos bastante perdidos respecto a lo que es ecológico o no lo es. Si a alguien le interesa abrir la mente en este campo, a mí me encantó el libro The Rambuctious Garden de Emma Marris.
- Para diseñar y mantener una plantación basada en una profusa mezcla de especies, hay que tener un conocimiento y una capacidad artística muy grandes. Es muy difícil ser un Piet Oudolf o un Dan Pearson, y estamos corriendo el peligro de que empecemos a valorar lo feo y lo poco artístico disfrazado bajo el glamour de lo ecológico. Nos ha pasado en otras artes, donde la modernidad y la transgresión han matado en muchos casos la belleza, la complejidad y hasta el sentido común y han mantenido cohibidos cualquier intento de rebelión contra obras que han caído en el absurdo o han rallado la burla al espectador. Hasta los jardines de los grandes artistas corren este riesgo. Sólo he visto en vivo un jardín de Piet Oudolf, Potters Field Park, en Londres, y no sé si por un problema de mantenimiento (he leído críticas al respecto) o porque hay que asumir que estos jardines pagan un precio estético en invierno (estábamos a finales de enero), pero no vi nada parecido a las hermosas naturalezas muertas que pueden ser estos jardines. De hecho me costó mucho argumentarle a mi mujer que aquel barbecho de rastrojos descuidado era el presente de la jardinería y no me vi con fuerzas de subir una entrada a este blog.
Y aquí entramos en lo que me preocupa del nuevo movimiento: como siempre que una nueva corriente artística empieza a imponerse, empiezan a surgir voces dispuestas a clamar que todo lo anterior debe ser olvidado cuánto antes por anacrónico. Ya he podido leer algún mensaje de importantes paisajistas, creo que algo alarmados por el monstruo que han creado, señalando que no debemos pasarnos, y que por supuesto no hay que dejar de lado las plantaciones de árboles, arbustos y anuales, que vamos a ver, que la virtud está en el término medio. Bien por el diseño naturalista, pero que ese diseño no nos haga olvidar otros principios estéticos o ecológicos. Como dice Thomas Rainer tengamos en cuenta todas las herramientas a nuestro alcance. En España, al menos de la cordillera Cantábrica para abajo, yo prohibiría por ley (y mira que yo soy poco amigo de prohibir) el césped en rotondas o medianeras, pero no lo sustituiría por una compleja mezcla de hierbas que nos obligue a elevados costes de mantenimiento. Una buena plantación de tomillo podría ser bien bonita e infinitamente más razonable en nuestro clima. Y digo razonable porque en estos temas yo dejaría de hablar de ecología y empezaría a hablar de sentido común.
Y a veces deberemos dejar el sentido común de lado, porque la jardinería es un arte, un intento muy humano por lograr una estética que supere a nuestros ojos a la de la naturaleza, y por esa estética habrá que pagar un precio. Y por eso hoy me apetecía defender esa jardinería que puede ser igual de moderna, evocadora y hermosa utilizando herramientas que no tengan nada que ver con la mezcla de hierbas y perennes. No todo es evocar un prado silvestre, creo que hay otras musas distintas a las de la naturaleza salvaje a las que podemos acudir. Un jardín que arrastre a nuestra imaginación los paisajes cultivados por el hombre durante milenios o las culturas clásicas, creo que es un arte poderoso como pocos para hacernos sentir las que son la raíces más positivas de nuestra civilización. Así que benditos sean también los Andrea Cochran, Ron Lutsko y como no, Fernando Caruncho. Fotos de uno de sus jardines en Madrid del fotógrafo Bruno Suet
Fuente: Bruno Suet