A primeras horas de un día que promete ser tan abrasador como el anterior, aplastado por la humedad que ha dejado en el ambiente la tormenta de la noche, escucho el canto de los abejarucos y como siempre me voy hasta los felices días de comienzos de Septiembre, cuando en el ambiente se intuía el fin de los calores y la cabeza soñaba con el final de los exámenes. Hoy busco con la mirada la bandada de abejarucos y, distantes como siempre, los veo en ese vuelo entrecortado que realizan chillonamente, rodeados de veloces vencejos y vigilados desde alturas imposibles por dos majestuosos buitres, mientras pienso: ¿cuántas cosas me perderé por no mirar al cielo más a menudo?
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