No me gustan nada las plantaciones de flores como petunias y pensamientos que cada pocos meses reponen en las medianas y rotondas de nuestras ciudades. Ni me gustan estéticamente, ni me parecen que sea una solución sostenible. Supongo que las empresas de jardinería que tengan contratos con el ayuntamiento de una ciudad como Madrid para plantar miles de plantas de flor cada pocos meses preferirán esto a plantar arbustos y perennes que aguantarían unos cuantos años sin ser reemplazadas. Mejor ranúnculos que tomillo, mejor césped que un macizo de gramíneas, para qué pensar si luego podemos dar la lata a los ciudadanos con lo de ser ecológicos. ¿El concejal que se dedica a lanzar campañas de publicidad para tratar de estropearme con problemas de conciencia una ducha medianamente larga, no debería empezar por convencer al compañero que se encarga de los jardines de que tener césped en una rotonda es una memez? Por eso, entre otras cosas, me gusta tanto el movimiento de diseño de jardines con perennes, cuyo gurú es Piet Oudolf. La obra de Oudolf se basa en algunos principios como:
- Las plantas deben ser elegidas por su forma y su textura, más que por su color.
- Las plantas se dejan en su estado natural a lo largo del todo el año de manera que durante el otoño y el invierno los jardines lucen la estructura de sus tallos, semillas y hojas secas.
- Sólo con la llegada de la primavera se cortan y retiran los esqueletos de las plantas del año anterior para abrir espacio al crecimiento de las nueva temporada.
El resultado son jardines más sostenibles, naturales y, desde mi punto de vista, hermosos. Pero su eje central, las perennes, tiene un talón de Aquiles: la mayoría de las perennes no son perennes. Una explicación a esto: lo que llamamos perennes son plantas herbáceas (a diferencia de los árboles y arbustos) que viven dos o más años (a diferencia de las anuales) y entre las que algunas conservan su follaje durante todo el año (perennes en todo el sentido de la palabra) y otras lo pierden para pasar el invierno (lo que los más puntillosos llaman vivaces) Los jardines de Oudolf están formados principalmente por vivaces, esto es, perennes que amarillean o pierden sus hojas en el invierno. A pesar de las fotos espectaculares de estos jardines que aparecen en algunos libros, tenía muy sería dudas sobre su aspecto invernal, dudas que he confirmado con la visita que he podido hacer a Potters Fields, una creación de Oudolf a orillas del Támesis. Sin matices: en el mes de enero el jardín puede parecer feo de narices. Hace un par de años me habría extrañado de que en pleno centro de Londres tuvieran un parque abandonado. Aquello parecía un barbecho de malas hierbas, al que hay que mirar con buenos ojos para poder ver lo que esconde detrás. Porque lo que se esconde detrás de esta aparente dejadez invernal son jardines de indudable belleza en verano y grandes momentos de esplendor en invierno, especialmente cuando la escarcha se hiela sobre las plantas secas.
Y sobre todas las cosas, lo que convierte a estos jardines en algo tan especial, es que te entregan el lujo de poder disfrutar del paso de las estaciones, el ciclo de la naturaleza, nacimiento, esplendor y caída, lo cual que ya es algo que dentro de las ciudades muchas veces hemos llegado a aniquilar. Para poder disfrutar de todo esto, en palabras de Oudolf, es necesario aprender a aceptar la decadencia y ver la belleza que hay en ella. ¿Estamos preparados para ello o preferimos ver petunias todo el año?
Fuente: New York Times, The High Line
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