Me encanta hablar con José Luis, porque es el único enlace que tengo con el pasado de esta tierra en la que no somos más que colonos de última hora. En el sedimento arqueológico de nuestro terruño, G. y un servidor no somos más que una mota de polvo. No tengo mayor interés en saber si por mi parcela se paseaban mamuts, pero me frustra no conocer quienes pasaron por allí y que uso hicieron de la tierra hace sólo unas décadas. Por eso, en vez de contar anillos del tronco de los robles, prefiero preguntarle a José Luis. Por lo que me cuenta, mi parcela llevaba dejada a su suerte durante 30 años, los pasados entre los que un especulador de los que acaban en la cárcel decidió hacer una urbanización en un lugar tan improbable, y G. y un servidor vinimos como otros hicieron antes, a darle la razón. Antes del especulador, un padre y su hijo, procedentes de la Acebeda usaron la zona para apacentar a su rebaño de cabras. Vivían en un chozo del que sólo quedan los cimientos en la parcela de al lado. ¿Y antes de los cabreros? Zonas de pasto para las vacas y extracción de leña. Como ahora en la parcelas de terreno comunal del pueblo, con suerte se respetaba alguna encina, el resto se talaba a matarrasa en cuanto tenía un tamaño digno de alimentar las estufas y hornos. Por eso es raro encontrar en la zona robles que tengan más de cincuenta o sesenta años. ¿Y antes de eso? Quién sabe, el olvido.
Sobre las lomas que se levantan enfrente de mi parcela serpentean las vías del ferrocarril directo Madrid-Burgos, que por desgracia están abandonadas al óxido. Hace sólo cinco años de vez en cuando disfrutábamos con el paso de algún tren, que con su traqueteo y sus bocinazos en la distancia marcaba las seis de la tarde. Hace poco que me di cuenta de que hacía años que no escuchábamos el paso del tren. Supongo que habrá sido una víctima más de la fría racionalización de gastos, esa misma que ha transformado a los viajeros en clientes en la terminología oficial. Al menos no parece que crean que la muerte sea definitiva, ya que el invierno pasado hicieron obras de contención para evitar el desplome de algunos terraplenes. José Luis recuerda que él tenía 13 años y trabajaba de pastor cuando tiraron las vías del tren, recuerda que su abuelo le hablaba de los equipos de obreros que a pico y pala abrieron los nueve túneles que hay desde aquí hasta Somosierra. Recuerda la visita de inauguración de Franco, que en su boca suena muy parecido al Bienvenido Míster Marshall de Berlanga. Me cuenta que esa misma vía fue el final del cabrero y su hijo, el día que un regional se llevó por delante medio rebaño descarriado. Ahora hasta la estación del pueblo está abandonada, y empieza a sufrir la decadencia vertiginosa de los edificios vacíos y las vías no son más que un buen reclamo para un día coger una mochila, una linterna y recorrer una vía verde en exclusiva.
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