domingo, 25 de marzo de 2012

Un paraíso cercano

No es raro encontrar en cualquier texto dedicado a Fernando Caruncho su siguiente frase: 

"In order to travel into the future, it is necessary to walk toward the pure clarity of the past" 
La frase, además de ser una de esas verdades que golpean en la boca del estómago, es un buen resumen de la obra de este paisajista. Fiel a la esencia de la idea, Fernando Caruncho es capaz de crear jardines que siendo un paradigma de una nueva concepción del paisajismo, son capaces de evocarnos la jardinería clásica de egipcios, persas, griegos, romanos, árabes y japoneses. Los suyos son una interpretación contemporánea de jardines clásicos. Los macizos en forma de nube de escalonia de su jardín particular, podrían estar situados tanto en Kyoto como en las laderas del Generalife, pero están en Madrid en pleno siglo XXI. 
Posiblemente esto solo sea posible para un hombre que estudiando en la universidad comprendió que una de las posibilidades que tenía de hacer filosofía en el siglo XXI era introduciéndose en el mundo del jardín, o que decide llamarse jardinero en lugar de paisajista, porque ese es el nombre que se usaba en la antigüedad y opina que cambiar un nombre es perder una conexión necesaria con la historia y olvidar que lo que pensamos son en realidad ideas intemporales que como mucho expresamos en una forma adecuada a nuestro momento histórico. 
En un mundo repleto de agresividad y fealdad, los jardines de Caruncho procuran tranquilidad espiritual. Como los jardines persas, son una búsqueda del paraíso. Quizás nuestros desiertos no sean de arena, pero si lo son sin duda de hormigón y acero, de áreas degradadas repletas de basuras y escombros, y es en este contexto donde jardines como éste surgen como un oasis. Quizás por eso no me extraña que para Caruncho el gran reto del hombre del siglo XXI sea ser jardineros de nuestra propia tierra
El elemento central de su jardín es una piscina elevada rodeada en tres de sus caras por una pérgola de columnas que soportan un enrejado de metal que sostiene una cubierta de rosas, jazmines y glicinas. Así, el jardín es como una caja con una columnata en tres de sus paredes y una ladera cubierta de densos setos de escalonia que trepan hacia un kiosko y abren el jardín a la luz y las montañas. 




En palabras suyas, el jardín es un claustro abierto en un estanque a la naturaleza. La idea central del jardín, como la de todos los suyos, es el control de la luz: su diseño de caja abierta produce contrastes, la luz y la sombra, el espacio lleno y vacío, lo mineral y lo vegetal, y en el medio de todo, el agua. En el estanque central se reflejan todas las paredes del jardín, y ese reflejo produce una vibración de la luz característica de los jardines islámicos. Pero además Caruncho hace un uso magistral del color y la estructura, el contraste entre los tonos ocres siena de la casa, las columnas, los caminos, las puertas revestidas de cobre y el verde homogéneo de las plantas, la continuidad de las líneas rectas de la casa cerrada sobre sí misma en las columnas y los setos podados que se convierte en contraste al llegar a las sinuosas escalonias del fondo del jardín.



Esto es lo que se ve, pero además este jardín es de los que se sienten, el sonido del agua, el olor y la luz mediterráneos. Sin haber estado allí siento que lo conozco. En una entrevista Fernando Caruncho afirma con orgullo, que al llegar al templete que domina el jardín, sientes como en una especie de revelación que estás en el jardín, que lo entiendes, no necesitas verlo o leerlo en ningún libro. Para mi la revelación ha sido descubrir a través de Google Maps, que entre la terraza desde la que escribo esto y su jardín, sólo se interpone un encinar de 3.000 hectáreas. Es una tontería, el jardín podría estar en la otra punta del país que mis sentimientos seguirían siendo los mismos, pero el hecho de ver a vista de pájaro tan cercano el jardín, el saber que Fernando Caruncho desayuna bañado en mi misma luz, ha funcionado como una alegoría que me ha ayudado a entender por qué me gusta tanto su obra: porque Fernando Caruncho consigue estructurar, ordenar y embellecer un paisaje en el que he crecido y me he desarrollado como persona, y que ya irremediablemente estará en mi carácter para siempre. 
Me gustaría acercarme a ver este jardín, pero el estudio de Fernando Caruncho se encuentra en una urbanización privada con control de acceso, y me temo que mis afanes paisajistas no sean un certificado suficiente para que el guarda de la garita confíe en que me voy a limitar a admirar sin robar ni secuestrar a nadie. Así las cosas, de momento Caruncho y su obra seguirá siendo una ilusión muy real que se esfuma.


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