Sé que puede sonar raro, pero es así. Yo me empeño en limpiarlo y engalanarlo con nuevos colores y texturas, y él se revela como un niño que se niega a un buen baño. Quizás el ejemplo del niño no sea acertado, porque su reacción es más propia de viejo huraño y peligroso. Insisto en que es así y tengo múltiples ejemplos de prueba:
-No hay vez que no haga limpieza y no termine con una docena de arañazos de roble y - muy especialmente - de jara. Aún asumiendo mis buenas dosis de torpeza, no se merecen tal cantidad de raspaduras.
-Si finalmente me rindo o me veo obligado a dejar un tronco de jara a medio arrancar o un tocón de roble algo más alto de lo habitual, tengan la certeza que en un plazo de media hora estaré a punto de dar con mis huesos contra el suelo después de enredar mis pies en él, o de estar a punto de atravesarme el pecho con el mango de ls carretilla bruscamente frenada contra el dichoso tocón. Nadie me venga con que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, esto no es razonable.
-Aún en los meses más fríos de invierno, después de una buena ducha, incluso días después, puedo encontrarme con la desagradable sorpresa de tener un arácnido firmemente incrustado en mi cabeza, lo que me conduce a un hipocondríaco agobio de supuestos - o reales - picores y brotes de fiebres más propias de venados o conejos.
Tengo más, pero lo dejaré aquí.
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