Me gusta tanto Riaza porque pese a asentarse a los pies de montañas, forma parte de la Castilla esteparia de mi niñez. Me he dado cuenta escuchando a su gente, disfrutando del tono y acento de unas voces que me arrastran al pasado como la esencia de un olor almacenada en el cerebro. Me gusta la brusquedad de ese castellano puro, y me divierten lo indecible su infinito juego de expresiones, dichos y nombres de una perfecta pureza descriptiva.
Dos ejemplos de este mismo fin de semana:
En la carnicería una anciana cuenta compungida que un primo ha muerto hace un par de semanas. Los carniceros y los escasos clientes escuchamos con el gesto cariacontecido y respetuoso que se merece una noticia así. La mujer concluye detallando cómo se produjo el deceso:
-Estaban en la cama, empezó a sentirse mal y la mujer le preguntó, ¿qué te pasa Paco?... pues todavía no le ha respondido.
G. se gira hacia mi muerta de la risa y pese a la pérdida del pobre Paco no puede uno hacer otra cosa que unirse a las risas del resto de la parroquia.
Otro más: en la tienda de todo un poco del pueblo una anciana acompañada de su hija elige una bolsa de agua caliente (quién pensaría que estas cosas todavía se venden y se compran) y pregunta que cómo de grande es el roto. La dueña de la tienda (ahora que lo pienso, un buen ejemplo de que estamos perdiendo estas cosas al ritmo que perdemos a nuestros mayores) no entiende nada. Al final, ella y yo, que escucho entrometido, entendemos que el roto es la apertura para rellenar la bolsa y que la mujer se preocupa de su tamaño anticipándose a la dificultad de la única operativa exigida por una bolsa de agua: llenarla. El roto, ni apertura ni leches, el roto.
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