En Retorno a la Patagonia, un librillo de viajes escrito a medias entre Paul Theroux y Bruce Chatwin (excepcional en su género porque condensa la esencia del viaje como pocos), Theroux escribe:
Sólo había eso, lo que contemplaba; y aunque más allá hubiese montañas y glaciares y albatros e indios, no había aquí nada de qué hablar; nada que me retuviese. Tan sólo la paradoja patagónica: flores diminutas en un vasto espacio; para permanecer aquí había que ser miniaturista o, si no, estar interesado en enormes espacios vacíos. No existía una zona intermedia de estudio. Una de dos: la enormidad del desierto o la vista de una pequeñísima flor. En la Patagonia era preciso elegir entre lo minúsculo o lo desmesurado
La paradoja patagónica es en realidad la paradoja de los grandes espacios abiertos. Exceptuando los inmensos océanos o los desiertos más fríos o calurosos, dónde muchas veces sólo nos queda lo desmesurado, es fácil tener que elegir entre lo minúsculo y lo desmesurado. La paradoja de los paisajes de alta montaña, la paradoja de las selvas impenetrables o la paradoja de los campos de mi Castilla. O la paradoja de los jardines, aunque aquí la elección no suele estar entre lo minúsculo o lo desmesurado, sino entre la composición y el detalle. Y en estas cosas tan raras pensaba mientras me hartaba de sacar fotos en una especie de borrachera estética en el Jardín Botánico de Iturraran, una maravilla que te obliga a volverte loco ajustando sin descanso los parámetros de la cámara para tratar de capturar de la mejor manera posible las flores, hojas, frutos e insectos que a mí me parecían minúsculos, o los macizos, arbustos, árboles y paisajes que en el calor sofocante de Julio se me antojaban desmesurados.
El Jardín Botánico de Iturraran se encuentra dentro del parque natural de Pagoeta, un bosque atlántico de robles, hayas y castaños a pocos kilómetros de Zarautz. Las plantaciones de las 15 hectáreas del jardín comenzaron en el invierno de 1986 y no han cesado hasta el día de hoy, hasta el punto de contar con 5.000 taxones pertenecientes a más de 150 familias distintas. El Jardín Botánico, podría ser considerado arboreto por su foco en los árboles y arbustos, pero el clima privilegiado en el que crece, con 1500 litros por metro cuadrado de precipitaciones anuales y escasas heladas gracias a su baja altitud y cercanía al mar, le permite contar con todo tipo de plantas de todos los rincones del planeta. Un ejemplo que permite hacerse una idea de la variedad del jardín son las 250 especies de robles o las 180 especies de arces que crecen allí. El jardín está organizado en 8 zonas que a grandes rasgos contienen: la colección de robles, y parte de la de arces, acebos y abedules, la colección de arces, de camelias, cornejos y parte de las magnolias (me he apuntado como deber inexcusable volver en otoño a ver esta zona), la colección de leguminosas y plantas procedentes de climas más cálidos, la colección de flora mediterránea y rosales, la colección de olmos y nogales, la colección de rosaceas, palmeras y flora del hemisferio sur, la colección de Ericáceas desplegada en medio de un bosque autóctono, y la colección de coníferas donde disfruté como un enano. Una red de senderos te permite serpentear entre las colecciones y disfrutar de muy distintas perspectivas de una delicia de jardín con grandes momentos en todas las estaciones. Y en fin, hoy vamos con lo que saqué de mi afición a lo minúsculo:
¡Ohh! ¡Qué bien! algún día me gustaría ir a este jardín...debe de ser espectacular. Qué bien que hayas ido y así puedas mostrárnoslo.
ResponderEliminarMuchas gracias Lisa. Si puedes acércate, lo vas a disfrutar sin duda. Saludos. Miguel
EliminarLástima que algunas de esas plantas sean terribles invasoras.
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