Los vientos de las últimas tendencias soplan de popa: ahora parece que los jardines deben ser espontáneos, que hay que maximizar el uso de especies adaptadas al terreno (que no nativas) permitiendo su desarrollo y expansión natural, reducir las labores de mantenimiento y el consumo de agua y fertilizantes, evitar las especies invasivas y favorecer la creación de hábitats para la fauna local. Para el que lleva cuatro inviernos quemando troncos de jara, troceando árboles secos, desbrozando selvas impenetrables de rebollos (Quercus pyrenaica) que rebrotan a millares y limpiando encinas imposibles, cualquier tendencia que apueste por una mayor naturalidad y sostenibilidad será recibida con espíritu gozoso. Por otro lado, hablar de últimas tendencias no es justo y pensar que esto es la solución a todos mis males no sería sensato. De hecho este concepto de mayor espontaneidad en los jardines no está aliado con la sencillez ni reñido con la belleza. Ni es tan nuevo como podría pensarse. Ya en 1870, William Robinson escribió su conocido The Wild Garden, que ahora se ha vuelto a publicar extendido con los comentarios y fotografías de Rick Darke.
Más de un siglo después, afamados paisajistas siguen dando la razón a William Robinson. Ahí están el Schoneberger Sudgelande Nature Park de Berlín o la High Line de Nueva York, para demostrarlo. De hecho, hay un movimiento cada vez más activo y visible en jardines públicos y privados, que apoyándose en conceptos de sostenibilidad, espontaneidad y ecología, canta las virtudes derivadas de permitir que especies nativas se reproduzcan y expandan, que tomen y formen los jardines. Jardines salvajes o espontáneos, que muchas veces no lo son tanto. Como señala Thomas Rainer en su blog, no se trata de una imitación de la naturaleza, sino de una efervescente interpretación de ella.
Sin ir más lejos, soy el perfecto ejemplo de unos de esos jardineros a los que Thomas Rainer acusa de invertir cantidades ingentes de energía para combatir la vegetación espontánea. Pero al menos los resultados merecerán el esfuerzo, ¿no? Pues no del todo. Durante los últimos años he sido capaz de limpiar el terreno de mi zona de coníferas de forma que ahora es agradable pasear por allí disfrutando de las prometedoras siluetas de abetos, píceas y pinos, pero no es menos cierto que ahora me encuentro con un suelo desnudo no demasiado prometedor. Me he cargado la vegetación espontánea, que impedía que una persona con pocas ganas de imitar a una mula tuviera la menor gana de caminar por allí y asfixiaba los árboles que yo quería tener, pero he perdido alguna de las ventajas que aporta, como son la construcción de suelo, la prevención de erosión y la generación de un hábitat adecuado para la vida salvaje. Mi terreno arcilloso y ahora desnudo corre el riesgo de apelmazarse y lavarse hasta convertirse en algo parecido al culo de una cazuela de barro.
Podría haber optado por no limpiar la maleza, simplemente abrir un sendero que la atravesase, dejar que los robles y la jara se expandieran a su aire y no preocuparme de riegos, fertilizantes, desbrozadoras y motosierras. Poco esfuerzo, sí, pero adiós a las coníferas (quiero coníferas, qué le vamos a hacer) y no se me ocurre un sotobosque más feo que el generado por millones de esmirriados y torcidos robles. Y ahí llegamos a la idea central del Wild Garden de Robinson: "The wild garden, has nothing to do with the old idea of ‘Wilderness’”. En palabras de Thomas Rainer, el jardín salvaje de Robinson no es un santuario prístino nunca tocado por manos humanas, sino un lugar donde la actividad humana y la ecología natural se interrelacionan.
No nos engañemos, el proceso de generación de un jardín salvaje requiere elevadas dosis de diseño y buen gusto. La clave está en permitir el crecimiento y reproducción de especies espontáneas, pero bajo un proceso selectivo en el que se añaden y eliminan especies para conseguir los efectos deseados, un proceso conducido de acuerdo a una serie de principios como los que siguen:
- Plantar especies donde puedan prosperar sin excesivos cuidados.
- Dar la bienvenida a la regeneración natural de las plantas.
- No radicalizar, el jardín salvaje puede coexistir con plantaciones más estructuradas, especialmente en zonas cercanas a la casa.
- No limitarse con las especies locales, no renunciar a la plantación de especies de cualquier parte del mundo siempre que se adapten fácilmente a las condiciones locales.
- Evitar las grandes extensiones de césped, que no es lo mismo que evitar las grandes praderas de herbáceas que no sean segadas frenéticamente y permitan disfrutar de altas hierbas salpicadas de flores.
- Plantar bulbos y perennes en grandes masas naturales y dejarlos crecer y reproducirse libremente.
- Plantar especies que por su tamaño o aspecto pueden no ser válidas para jardines formales, pero lo son para un jardín salvaje.
- Dejar que las trepadoras crezcan adaptándose a las condiciones del lugar.
- Reservar para el espacio existente bajo la capa de árboles, arbustos y trepadoras, otras especies amantes de la humedad y la sombra.
- Nunca dejar el suelo desnudo, naturalizar bajo los árboles especies herbáceas duraderas que retengan las hojas caídas durante el invierno.
- Plantar especies que sean capaces de mantener a raya otras especies indeseables.
- Reducir lo caminos pavimentados y disfrutar de caminos de hierba enmarcados por un primer plano macizo de árboles, arbustos, helechos y perennes.
- Dejar que los caminos serpenteen en busca de las mejores vistas.
Y todo esto sin olvidarnos de que si queremos tener algo distinto de un bosque (solución válida, por supuesto, para el que la quiera) el criterio estético debe estar siempre presente.
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