sábado, 23 de noviembre de 2013

Siempre nos quedará Caruncho

Ahora mismo parece que las principal corriente de jardinería, o al menos la corriente por la que yo me he dejado arrastrar, es esa que se ha llamado la Nueva Ola de Perennes. Lo de Nueva es porque es relativamente reciente (aunque apoyada sobre pilares no tan recientes, como ya hemos ido viendo por aquí), lo de ola porque casi no hay paisajista afamado que no tenga un jardín de estilo Oudolf, y lo de perennes porque entrega todo el protagonismo de sus composiciones a las plantaciones de grandes masas de perennes (es decir, plantas no leñosas que no hay que replantar cada año) frente al uso más clásico de árboles y arbustos. Quizás la principal línea argumental de esta corriente es buscar la evocación de la naturaleza a través de la jardinería, lo que la lleva a huir del uso de líneas geométricas clásicas y grandes elementos estructurales y perseguir el uso de exuberantes y densas mezclas de hierbas y plantas de flor en las que dependiendo del autor, puede haber entre muchas y muchísimas especies y variedades. Esta orientación hacia la evocación que no imitación de la naturaleza hace que el movimiento se desplace con facilidad y frecuencia hacia una visión ecologista de la jardinería donde conceptos como sostenibilidad y biodiversidad parecen ser tan importantes como la belleza. Detrás de estos jardines hay diseños de enorme complejidad y sus resultados pueden ser espectaculares, pero a veces siento que algunos autores se ven obligados a justificar su obra elogiando el bajo mantenimiento que precisa o la cantidad de fauna local que puede cobijar. Está bien, tengo claro que bajos requisitos de mantenimiento es lo que yo necesito dadas mis limitaciones de tiempo y presupuesto, y posiblemente es lo que necesite un mundo al que estamos dejando sin recursos, pero noto cierto funcionalismo en todo esto que me resulta molesto. No creo que sea necesario estar justificando un arte continuamente ni renunciar a que la jardinería lo sea. Yendo a una de esas analogías literarias que tanto me gustan, es como si un Vargas Llosa tuviera que salir con su premio Nobel a anunciar que sus libros son muy útiles para formar el intelecto de las jóvenes generaciones y además están todos impresos en papel reciclado. Y tengo la sensación de que esto segundo sería una mentira no muy distinta a las del bajo mantenimiento de la nueva ola de perennes. Es cierto que una buena elección de plantas ayuda a reducir el mantenimiento pero no es menos cierto que estas plantas no tienen por qué ser perennes o ser plantadas en una especie de caos controlado. Recientemente, Thomas Rainer y Noel Kingsbury (para mí dos referentes en la generación de contenidos propios e interesantes) han mantenido un encendido y educado debate sobre si una jardinería basada en la mezcla de plantas es realmente más ecológica que aquella soportada por el empleo de grandes macizos de una misma especie. Aquí y aquí las aportaciones de ambos. En los dos encuentro argumentos que me resultan razonables, y en el fondo tengo la sensación de que están hablando de lo mismo y mantienen una discusión de matices, pero si tuviera que decantarme por uno u otro razonamiento, me decantaría por los de Thomas Rainer. Ya, en el comienzo de su artículo, plantea una duda que contiene la clave del asunto: ¿es la mezcla de plantas realmente más ecológica, o sólo un look estilizado de la ecología?. Y a partir de aquí, comparto las tres principales líneas de su argumentario. 
  • No es más natural un ecosistema con gran variedad de especies que aquel que sólo tiene una. No puedo estar más de acuerdo, pocas cosas hay más hermosas pero también menos variadas que un hayedo. En algún sitio leí que en un pequeña parcela del desierto de los Monegros puedes encontrar mayor variedad vegetal que en toda la Selva Negra. Muy bien, pero eso no quiere decir que uno sea más natural que el otro. Noel no está de acuerdo y contrargumenta que incluso en las grandes extensiones de una única especie si miras bien encuentras una rica variedad, "aunque sólo sean musgos y líquenes". Volviendo a mi hayedo, o a los pinares de mi Castilla, que creo conocer bien, no puedo estar de acuerdo. Muchos de estos bosques son tremendamente abióticos. Y si nos vamos a los musgos y líquenes, pues en mi seto de boj también hay musgos, líquenes y hasta setas, así que como argumento en contra del cultivo monovarietal no me parece muy potente. 
  • La ecología no es un valor, es un campo de la ciencia. Del que por cierto nos queda mucho por aprender. Hay mucha gente dispuesta a cerrar una discusión con el único argumento de "esto es ecológico", pero muy pocos dispuestos a reconocer que estamos bastante perdidos respecto a lo que es ecológico o no lo es. Si a alguien le interesa abrir la mente en este campo, a mí me encantó el libro The Rambuctious Garden de Emma Marris. 
  • Para diseñar y mantener una plantación basada en una profusa mezcla de especies, hay que tener un conocimiento y una capacidad artística muy grandes. Es muy difícil ser un Piet Oudolf o un Dan Pearson, y estamos corriendo el peligro de que empecemos a valorar lo feo y lo poco artístico disfrazado bajo el glamour de lo ecológico. Nos ha pasado en otras artes, donde la modernidad y la transgresión han matado en muchos casos la belleza, la complejidad y hasta el sentido común y han mantenido cohibidos cualquier intento de rebelión contra obras que han caído en el absurdo o han rallado la burla al espectador. Hasta los jardines de los grandes artistas corren este riesgo. Sólo he visto en vivo un jardín de Piet Oudolf, Potters Field Park, en Londres, y no sé si por un problema de mantenimiento (he leído críticas al respecto) o porque hay que asumir que estos jardines pagan un precio estético en invierno (estábamos a finales de enero), pero no vi nada parecido a las hermosas naturalezas muertas que pueden ser estos jardines. De hecho me costó mucho argumentarle a mi mujer que aquel barbecho de rastrojos descuidado era el presente de la jardinería y no me vi con fuerzas de subir una entrada a este blog.
 
Y aquí entramos en lo que me preocupa del nuevo movimiento: como siempre que una nueva corriente artística empieza a imponerse, empiezan a surgir voces dispuestas a clamar que todo lo anterior debe ser olvidado cuánto antes por anacrónico. Ya he podido leer algún mensaje de importantes paisajistas, creo que algo alarmados por el monstruo que han creado, señalando que no debemos pasarnos, y que por supuesto no hay que dejar de lado las plantaciones de árboles, arbustos y anuales, que vamos a ver, que la virtud está en el término medio. Bien por el diseño naturalista, pero que ese diseño no nos haga olvidar otros principios estéticos o ecológicos. Como dice Thomas Rainer tengamos en cuenta todas las herramientas a nuestro alcance. En España, al menos de la cordillera Cantábrica para abajo,  yo prohibiría por ley (y mira que yo soy poco amigo de prohibir) el césped en rotondas o medianeras, pero no lo sustituiría por una compleja mezcla de hierbas que nos obligue a elevados costes de mantenimiento. Una buena plantación de tomillo podría ser bien bonita e infinitamente más razonable en nuestro clima. Y digo razonable porque en estos temas yo dejaría de hablar de ecología y empezaría a hablar de sentido común.
Y a veces deberemos dejar el sentido común de lado, porque la jardinería es un arte, un intento muy humano por lograr una estética que supere a nuestros ojos a la de la naturaleza, y por esa estética habrá que pagar un precio. Y por eso hoy me apetecía defender esa jardinería que puede ser igual de moderna, evocadora y hermosa utilizando herramientas que no tengan nada que ver con la mezcla de hierbas y perennes. No todo es evocar un prado silvestre, creo que hay otras musas distintas a las de la naturaleza salvaje a las que podemos acudir. Un jardín que arrastre a nuestra imaginación los paisajes cultivados por el hombre durante milenios o las culturas clásicas, creo que es un arte poderoso como pocos para hacernos sentir las que son la raíces más positivas de nuestra civilización. Así que benditos sean también los Andrea Cochran, Ron Lutsko y como no, Fernando Caruncho. Fotos de uno de sus jardines en Madrid del fotógrafo Bruno Suet










Fuente: Bruno Suet

domingo, 17 de noviembre de 2013

Se acabaron las tonterías

Tengo la sensación de que este fin de semana el invierno se ha cansado de un otoño algo zángano y ha decidido tomar el control abriéndose paso a codazos. Y con este cambio brusco me he encontrado haciendo algo que me ha resultado un pelín surrealista: apartar la nieve para poder recoger los últimos tomates maduros.







lunes, 11 de noviembre de 2013

Bosques de Luz

El otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor. Le atribuyen a Albert Camus esta frase. No le pega mucho al humanista y mediterráneo autor de La Peste andar con tan optimistas y coloridas reflexiones, pero no hay duda de que para según que paisajes y árboles, la frase no puede ser más acertada. Con algunas especies de árboles, incluso la primavera es una estación en la que cada hoja es una flor. Conocía dos árboles que encajaban a la perfección en esta categoría: el abedul y el alerce, las familias Betula y Larix en sus variadas especies. Son árboles de luz y de frío, que en primavera y otoño estallan en una llamarada de color. En mi parcela, allá por el mes de marzo, cuando los robles aún quieren dormir un par de meses y sólo los cerezos y los almendros se atreven a enfrentarse al frío (suelen salir vapuleados los pobres), los tres alerces que tengo son una diminuta pero brillantísima mancha de color verde en mitad del paisaje dormido. Por eso este año estoy dispuesto a plantar abedules, que además de estar a la altura de los alerces con su colorido en primavera y otoño, son los árboles más hermosos en invierno. La corteza blanca del abedul es una obra de arte de la naturaleza. Hoy, gracias al trabajo de la fotógrafa Linde Waidhofer he descubierto que hay una variedad capaz de competir en belleza con el abedul: el álamo temblón americano, Populus tremuloides. En Castilla y sus mesetas son principalmente las distintas variedades de chopo las que convierten al otoño en una segunda primavera, pero ni siquiera nuestro parecido Álamo Temblón, Populus tremula, puede competir con el americano. Nosotros no podemos disfrutar del espectáculo de un ejército de troncos blancos en mitad de la nieve, salvo en pequeñas manchas de abedules que sobreviven en altura en las montañas. No tenemos nada comparable a los paisajes de las montañas del Colorado que Linde Waidhofer nos enseña en su libro Forests of Light. En el texto del libro describen a la perfección lo que representan estos bosques: 

Aspen forests are platonic forests, as pure and perfect as child's idea of a forest, or an artist’s dream of a forest, painted on a dark Rocky Mountain canvas in straight lines and clouds of color, painted with light, absorbing the high-altitude light, then giving back more light than they absorb, generous, prodigal with light.... Forests of light.





















domingo, 27 de octubre de 2013

Consuelo de Liquidambar

A los pobres que nos encantan los colores otoñales de determinadas frondosas, pero ni tenemos la suerte de vivir en Vermont, ni los recursos para hacernos una escapadita a Kioto por estas fechas, siempre nos quedará el magro consuelo de los liquidambar que han aparecido por todas partes en los jardines españoles. Aunque hay que tener moral para publicar las fotos que voy a publicar después de ver las que ha subido hoy Fernando Ruz a su blog










Estos liquidambar están en la carretera de salida de la ciudad donde vivo, y cada año observo el mismo comportamiento. Los del carril más al este alcanzan su apogeo otoñal dos semanas antes que los del carril oeste. Las dos hileras están separadas unos diez metros, y cada hilera tiene su otoño particular. Se ve muy bien la diferencia entre las dos primeras fotos y la tercera, todas ellas tomadas hoy. ¿Plantaron distintas variedades en cada hilera? ¿Tienen distinto riego? ¿La pequeña loma que hay en el lado oeste roba unos minutos de luz cada día a una de las hileras? Qué se yo...

viernes, 18 de octubre de 2013

Los Padres de la Jardinería Moderna VI: Una Artista Ecológica

Beth Chatto - 1923

Qué curiosas son las carambolas de la historia, algo tan simple como la sorpresa de un niño puede dar un vuelco a la historia de la jardinería. Allá por el año 1923, un niño de catorce años recién llegado a California se maravilla al observar que en las colinas que rodean Laguna Beach crecen montones de flores que reconoce perfectamente porque también crecían en el jardín de sus padres en la lejana Inglaterra. Maravillado, con egocentrismo infantil, se pregunta cómo esas flores han podido llegar hasta allí. Cuando comprende que el proceso es el inverso, que aquellas flores crecían desde tiempos inmemoriales en California, pero en cambio sólo se encontraban en Inglaterra por el capricho de algún jardinero, se enciende en él una mecha que llegará a cambiar el rumbo de la jardinería. Hay que decir que esa mecha por sí sola no habría prendido gran cosa, pero es que en ese mismo año, 1923, en Inglaterra nacía una niña que sería el explosivo que se encontrase la mecha en su camino. El niño se llamaba Andrew Chatto, y la niña Beth, aunque la posteridad la conocerá por Beth Chatto, porque solo 20 años después, en plena Segunda Guerra Mundial, Andrew y Beth se casaban.
Dicen que fue esa observación californiana en los alrededores de la granja de naranjas de su tío materno la que despertó la pasión en Andrew por conocer los orígenes de las plantas, sus hábitats y sus asociaciones. Es incuestionable que la influencia de Andrew sobre Beth fue determinante en su formación como jardinera. ¿Es cuestionable que la influencia de Beth fue igual de decisiva para el rumbo de la jardinería a nivel mundial? Quién sabe, son muchos los factores que influyen a nivel global para aventurarlo, pero no es descabellado pensar que la orientación y determinación de Piet Oudolf habría sido distinta si no hubiera visitado cuando arrancaba su carrera el vivero de los Chatto. Ni me parece descabellado pensar que la obra de Mien Ruys no habría tenido en el continente la continuidad que tuvo de no haber sido por el impulso que desde Gran Bretaña impuso a su estilo el éxito de Beth. Yo apostaría que la obra de Dan Pearsons habría ido por otros derroteros de no haber crecido disfrutando de las exposiciones, catálogos y escritos de Beth Chatto. Se me ocurren tantas preguntas del estilo. ¿Habría escrito tantos libros Noel Kingsbury si la jardinería hubiese seguido una línea más convencional un par de décadas más? ¿Estaría Amalia Robredo impulsando ahora mismo la integración de la naturaleza en el paisaje de no ser por la semilla que sembraron estos diseñadores? Y aquí lo dejo porque me imagino que la cosa no tendrá mucho interés salvo para alguien con una afición desmedida por la teoría de los universos paralelos. Vamos a zanjarlo en que no hay duda de que Beth Chatto fue la primera jardinera que mezcló a un tiempo ecología, ciencia y arte en el diseño de jardines. 
Andrew era descendiente de una familia de famosos editores que hicieron proezas tales como publicar por primera vez en inglés En Busca del Tiempo Perdido. Quizás por eso él se decantó por la vida al aire libre y fundó una granja de producción de fruta. Beth estudió y trabajó como profesora, pero muy joven, a los veinte años abandonó su carrera para casarse con Andrew. Como si quisieran dar esquinazo a la historia, Beth se dedicó durante toda su juventud a cuidar de sus marido y sus dos hijas, y a colaborar en la granja White Barn Farm, en Elmstead Market. La familia vivía en Colchester, pero en 1960 se trasladaron a una casa construida en la misma granja. Aquí, como buenos granjeros deciden ubicar la casa en la zona menos productiva de la propiedad. Así, los terrenos de los que Beth dispuso en su nuevo hogar para ejercer la afición que desde niña tenía por la jardinería, fueron una parcela de tierra seca y saturada de cantos, y la parte trasera de la casa, que era una zona anegada por un manantial natural. Este terreno precario, y los conocimientos de Andrew, fueron la clave del genio de Beth, que hizo algo que ahora nos puede parecer obvio y por aquel entonces no lo era tanto (en realidad ahora tampoco): buscar las plantas adecuadas para su terreno. Si Beth no se vio obligada a descartar los terrenos por baldíos, fue porque contaba con su capacidad innovadora pero también con el conocimiento y los escritos de su marido, que durante más de 50 años, a través de la lectura de textos de viajeros, buscadores de plantas y científicos en inglés, francés, alemán e incluso ruso, y a través de sus viajes, recopiló un extenso trabajo sobre la mayoría de las comunidades vegetales del mundo de clima templado. 12 carpetas de texto mecanografiado, medio millón de palabras, ahora disponibles en Internet gracias al esfuerzo de Noel Kingsbury y 8 desinteresados voluntarios. Era a estas notas y a los índices que Andrew creó para poder hacer búsquedas rápidas dónde acudía Beth en busca de sus plantas. El proceso consistía en buscar comunidades vegetales con unas condiciones de crecimiento similares a las de su jardín, y emplear plantas de dichas comunidades en sus diseños, independientemente de su origen geográfico. Una forma de abordar la jardinería en la que la comunidad (sus plantas, su hábitat, sus condiciones de crecimiento) eran más importantes que los individuos (las especies y variedades de plantas). Una forma de entender la jardinería que bebía de fuentes como Karl Foerster, y que es clave para tener una aproximación al diseño de plantaciones naturalista y sostenible. El nombre de sus jardines lo dice todo: jardín Mediterráneo, jardín Boscoso, jardín Húmedo, jardín Seco, jardín de Grava. Cada uno con su paleta específica de plantas. Jardinería impulsada por en lugar de enfrentada a la naturaleza. 
Los primeros jardines que aborda en White Barn Farm son su jardín Húmedo y su jardín Mediterráneo, dando ya muestras de su capacidad de combinar ciencia y arte en sus hermosas combinaciones de perennes. Porque si la inspiración científica procedía de los conocimientos botánicos de su marido, las artística nacía de los jardines del pintor Cedric Morris, a quién había podido conocer en la década de los cincuenta y de cuyos jardines con gran variedad de plantas completamente novedosas para el mundo de la jardinería, había quedado prendida. Pero aún seguía siendo una jardinera amateur, porque no sería hasta el año 1967, con Andrew decidido a jubilarse por motivos de salud (y parece que por su poca disposición hacia los negocios) cuando ella, sintiéndose plena de fuerzas y facultades, decidió dar el salto al mundo profesional. Vendieron la granja, y en los pocos terrenos que conservaron, Beth, con 44 años, funda su vivero Unusual Plants. Un vivero centrado en la producción de plantas caracterizadas por su resistencia en un entorno determinado y poco empleadas hasta el momento en los jardines ingleses, las mismas plantas que Beth llevaba probando durante años en sus jardines, muchas de las que Sir Cedric Morris cultivaba en los suyos. 
Lo que viene a partir de aquí es historia y asombro, porque un ama de casa con afición a la jardinería, que se lanzó al mundo profesional siendo ya abuela, logró convertirse en la jardinera más influyente de la segunda mitad del siglo XX. Hay momentos en los que el público aún sin saberlo está deseoso de recibir algo nuevo y creo que Beth se encontró con uno de esos momentos cuando a partir de 1976, después del éxito de su vivero gracias al boca a boca, comenzó a presentarse al Chelsea Flower Show. El stand de Unusual Plants presentaba distintos espacios organizados en función de las necesidades de las plantas, y lo hacía con tal calidad estética, que Beth arrasó llevándose 10 medallas de oro durante 10 años consecutivos a partir de 1977. Dicen que fue la primera en enterrar sus tiestos (no hay que olvidar que los jardines del Chelsea Flower Show no dejan de ser un decorado bastante temporal) para dar a sus composiciones sensación de naturalidad. Pero como esos grandes deportistas que pierden el ansía de victoria cuando lo han ganado ya todo, Beth perdió la motivación para seguir presentándose y dejó de hacerlo para desconcierto de los organizadores de la Royal Horticultural Society. Daría lo mismo, ya era leyenda y en 1988 recibiría con justicia la medalla Victoria de Honor, como años antes había hecho su buen amigo Christopher Lloyd. Ella llegaría aún más lejos, y en 2002 llega a ser nombrada oficial de la Orden del Imperio Británico, además de otros títulos como un doctorado honorario por la universidad de Essex. Títulos honorarios que no evitan que en su vejez padezca dolores por tener los cartílagos destrozados después de toda una vida de trabajo duro levantando pesos quizás excesivos para sus fuerzas. La cara oculta de un arte con el que te acostumbras a vivir con las uñas manchadas de tierra. 
En el libro Gardening with Grasses de Michael King y Piet Oudolf, Beth Chatto escribe una introducción donde resume literariamente su filosofía: hacer jardines es como escribir. Primero tienes que conocer las plantas y sus necesidades (las palabras y sus significados) y luego puedes empezar a hacer combinaciones de colores, formas y texturas, que serán armoniosas o de contraste, simples (una frase) o complejas (una verdadera historia). E incide en el que considera punto más importante a la hora de abordar un diseño: elegir las plantas adecuadas a la ubicación y condiciones de crecimiento del jardín. Pero para escribir estas "historias", Chatto considera que es vital tener conciencia de los principios básicos - balance, repetición, armonía y simplicidad - que aplican a todas las formas de creatividad, y asegura que observar esas ideas en la pintura o escucharlas en la música, influyeron tanto en ella como conocer si una planta era adecuada para una zona sombría o a pleno sol.
James Hitchmough cuenta que cuando vio sus jardines por primera vez sintió que se enfrentaba a algo muy distinto a los tan ingleses "jardines de una tarde dorada", sintió que aquello era algo nuevo y excitante. Le pareció que eran composiciones pictóricas pero que tomaban su inspiración de otro tipo de idea. Tardó en descubrir que esa otra idea nacía de la pasión de Andrew por entender los lugares favoritos de las plantas salvajes y en usar esta información para producir plantas con el mejor ajuste al lugar donde se construía un jardín. Tardó en comprender que la otra idea era la Ecología. Para Dan Pearsons, que conoció su stand en el Chelsea Flower Show cuando tenía diez años y ya sintió que aquello era algo completamente distinto, Chatto forma el enlace entre Willian Robinson, que inició el naturalismo en Inglaterra, y el mundo de la jardinería no actual, sino futuro, donde todos tendremos que trabajar más estrechamente con la naturaleza, no sólo porque queramos, sino porque debamos. 
Pero por supuesto la obra de Beth era mucho más que ecología. Para empezar, es la primera autora en la que percibo la que para mí es una de las principales aportaciones de la Nueva Ola de Perennes: ha tomado el arriate inglés y lo ha expandido más allá de sus bordes, lanzándolo al paisaje, mudando un jardín que posaba para ser admirado a un jardín que invita a ser paseado. Es también de las primeras que en la línea de Mien Ruys aplica la contención a sus composiciones y usa plantas de diferente protagonismo y función. Por ejemplo, en ella es habitual el uso de plantas modestas que sirven para aislar plantas dominantes que de otra manera podrían saturar al espectador, plantas capaces de crear una estructura arquitectónica y de soporte que siempre es necesaria en el jardín. También fue precursora del abandono de la dictadura del color tan presente hasta entonces en la jardinería inglesa. Las composiciones del finales del XIX y primera mitad del XX destacaban por su afán de llamar la atención. Todo parecía estar allí por su color, por su capacidad de generar impacto. En palabras de Noel Kingsbury, eran composiciones capaces de dejar al espectador exhausto. Sólo a medida que el siglo avanzaba hubo autores, como Karl Foerster o Cedric Morris que empezaron a usar plantas más sutiles. Chatto fue la primera autora inglesa que eligió sus plantas por su forma, su textura o su elegancia, dejando de lado los colores deslumbrantes. Para Penelope Hobhouse, Chatto barrió todas las ideas preconcebidas que tenía sobre las composiciones efímeras basadas en el color y le demostró que la jardinería se podía sustentar en algo mucho más sutil y profundo basado en las necesidades de las plantas. Mary Keen va más lejos y asegura que Beth Chatto enseñó a los jardineros a usar sus ojos. 
Beth también siguió el patrón de la mayoría de autores presentes en esta serie, y deja también detrás de sí una extensa obra escrita, textos en los que pone mucho de si misma. Dicen que comenzó a escribir animada por Graham Stuart Thomas, y pese a la naturalidad de sus escritos, en alguna entrevista reconoce el esfuerzo que hay detrás de ellos y la envidia que sentía al ver la manera fluida en la que era capaz de escribir su amigo Christopher Lloyd. Además de escribir, Beth Chatto ha dado numerosas conferencias alrededor del mundo. Fue precisamente en uno de estos viajes, en un ciclo de conferencias que dio junto a Lloyd, dónde nació la idea para el último y más famosos de sus jardines. En la isla sur de Nueva Zelanda, después de un día disfrutando de los paisajes y la vegetación de los Alpes Neozelandases, a orillas del lecho seco y rocoso de un río, observando las plantas que en semejante entorno crecían, nació la idea para su Jardín de Grava. En el antiguo aparcamiento de su vivero, en un suelo de 60 centímetros de grava y arena sobre un lecho de arcilla, Beth creó en 1991 su famoso jardín. Encontrar las plantas adecuadas para un entorno hostil, fue sólo la mitad del trabajo, supongo que la más sencilla para Beth a estas alturas de su carrera. La otra mitad del experimento consistió como siempre en crear una composición de flores y follajes que lucieran hermosos durante todo el año. Con la tranquilidad que da el éxito, para este jardín tomó una decisión radical: no regar o abonar las plantas, dejarlas desarrollarse o morir de acuerdo a sus propias capacidades de adaptación a la naturaleza, dejar que el jardín la dejase vivir el contraste entre la tristeza de la muerte y la alegría del éxito. Y con unas fotos de la alegría de ese éxito lo dejamos por hoy, con un nuevo fracaso en mis intentos de contener mi verborrea.





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