jueves, 23 de octubre de 2014

Comer comida

No hay mal que por bien no venga. Me sobran unos cuantos kilos, algo estupendo para ponerme al día en todos los tipos de dietas habidas y por haber. Que si Montignac, que si Dukan, que si dieta paleolítica... lo mismo da, después de leer unas cuantas al final llegas a la conclusión de que todas hablan de lo mismo. A saber: lo de contar calorías está pasado de moda, algunos alimentos que tenemos como endemoniados (véase las grasas saturadas) no son tan malos como los pintan y lo mismo da que nos hablen de índice glucémico, de comidas hiperproteicas o de que tenemos que hacer un poco el neardental, que todos están de acuerdo en identificar a los mismos malos malísimos de la película: el azúcar (vaya por dios) y las harinas refinadas. Hay otros secuaces pero más secundarios. El resto suele ser adorno pseudocientífico y definición de un procedimiento con el que tratan de ayudar a cabezas desordenadas como la mía a comer de otra manera. 
Estas dietas, que funcionan si las sigues a rajatabla, desatan cantidad de críticas de lo más virulentas, aunque muchas de estas críticas profesionales me suenan a que hay cierta pelusilla y miedo a quedarse sin trabajo. Porque casi todas se centran en que estas dietas son peligrosísimas para la salud, cuando a mí me parece que una dieta que en esencia lo que dice es que hay que comer principalmente carne, pescado y verduras, por mucha carne que incluya, siempre será para la salud mucho menos peligrosa que las ingentes cantidades de mierda elaborada con aspecto de comida que comemos. Y no veo a nadie despotricar contra todos esos alimentos que inundan los supermercados. El segundo argumento en contra de estas dietas es que si las abandonas engordas. Anda, fíjate tú que cosas. Osea, que no vale seguirla un par de meses para poder comer como un marrano de por vida. Qué decepción. Entonces mejor hago caso a los médicos y me dedico a pesar lo que como, a renunciar a cualquier cosa que sea medianamente apetecible y pasar un montón de hambre. Y ya si eso me corto una pierna que seguro que adelgazo un huevo de golpe. O también puedo pasar de los unos y los otros y aplicar el sentido común. Aunque nos han loqueado tanto con la ciencia de la alimentación que ya no es fácil saber qué tiene sentido y qué no en cualquier cosa relacionada con algo tan básico como nuestra comida. Pero para eso tenemos a Michael Pollan. 
Yo a este autor le conocí gracias a la jardinería, porque un día cayó en mis manos su libro Second Nature: A Gardener's Education. Un libro en el que no hay fotos de jardines, no hay teoría del diseño, no hay ni un solo listado de plantas, no hay consejos de plantación o riego y pese a tanta carencia para mí es de largo el mejor libro de jardinería que he leído. Y lo es porque hay mucha reflexión y mucha filosofía respecto a la relación del hombre con la jardinería. Pero no nos vayamos del tema, que algún día tendré que escribir una entrada sobre este libro. O las que hagan falta, porque cada capítulo da para una. De hecho, lo que me gustaría es traducirlo al castellano, que manda narices que no lo haya hecho ninguna editorial. Pero bueno, a lo que íbamos. Que Michael Pollan es especialmente conocido por sus estudios y libros sobre alimentación. Libros como El Dilema de Omnívoro y El Detective en el Supermercado son una fuente estupenda para saber cómo hemos llegado hasta aquí. Y especialmente el segundo es una referencia imprescindible para alguien que busque el sentido común en su alimentación. Pero por si nos perdemos con tanto estudio y tanto dato aún ha publicado un libro más que es una especie de oda a la síntesis y el sentido común. El libro se titula Saber Comer y se articula alrededor de 64 reglas que nos permiten destilar los principios básicos de una buena alimentación. Que en esencia como señala el autor se podría condensar en tan solo 7 palabras: 
Come comida. Con Moderación. Sobre todo vegetales. 
Lo de come comida puede parecer una perogrullada, pero no lo es tanto si acordamos que como señala Pollan hoy en día comemos muchas cosas que no pasan de ser "sustancias comestibles con aspecto alimenticio". Para evitar estas sustancias saturadas de azúcares y aditivos químicos no está mal seguir las reglas del libro, algunas de ellas joyas del sentido común con bastante guasa. Algunas de mis favoritas: 
  • No comas nada que no le pareciera comida a tu bisabuela. 
  • Evita productos que contengan ingredientes que un niño de primaria no pueda pronunciar. 
  • Come sólo alimentos que acabarán pudriéndose
  • No ingieras nada que haya sido cocinado el lugares donde todo el mundo tiene que llevar mascarilla quirúrgica. 
  • Si se llama igual en todos los idiomas no es comida (piensa en Bic Mac, Cheetos o Pringles)
  • Come los dulces que nos da la naturaleza
  • Planta un huerto si tienes dónde; si no una jardinera.
Esta última regla la puedo marcar como cumplida. En las últimas semanas he dedicado unas cuantas horas a cosechar, limpiar, partir, blanquear y congelar judías verdes de nuestro huerto. Es un trabajo del que te sientes muy orgulloso después de haber leído a Pollan, pero digamos que no es lo más apasionante del mundo. Da para pensar un buen rato. Y pensando pensando he caído en la cuenta que si contabilizase todas las calorías que he gastado en cavar, preparar surcos, sembrar, regar, cosechar y etc, etc, etc, frente a las calorías que me da un plato de judías, no sé si las cuentas salen. Y eso sin contar el desgaste de las preocupaciones de un huerto. Creo que si sólo comiese cosas de mi huerto adelgazaría seguro. En cualquier caso el balance calórico de una comida de mi huerto será mucho más positivo para mi salud que el balance de acercarme a una máquina expendedora y zamparme una chocolatina. Así, propongo añadir otras cuantas reglas al libro de Pollan. Por ejemplo, así a bote pronto se me ocurren: 
  • No comas nada que no haya deseado un conejo antes que tú. 
  • Despreocúpate de las colas en los supermercados y preocúpate de los pulgones. 
  • Si una helada primaveral es peligrosa para tu comida, vas bien. 
  • Prepara comida con ingredientes que te hayan manchado las manos de tierra. 
  • Lee menos listas de ingredientes de envoltorios y más catálogos de semillas.
  • Adelante con las patatas fritas si has tenido que doblar el espinazo una docena de veces por cada una de ellas. 
No sé, algo así.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Contra la xenofobia en la jardinería

La semana pasada, en un grupo de facebook llamado Dutch Dreams, se mantuvo un encendido debate sobre las capacidades ecológicas de los jardines de Piet Oudolf. Todo empezó cuando Tony Spencer publicó el enlace de un artículo en The Guardian sobre uno de las últimos diseños de este paisajista. El artículo define su jardín para una galería de arte en Somerset, como "carefully-composed wilderness". Yo lo traduciría por naturaleza cuidadosamente diseñada. Parece que este oxímoron irritó a Wankja Ferguson, una diseñadora de jardines que de acuerdo a su cuenta de linkedin está especializada en el diseño de soluciones especialmente beneficiosas para insectos como mariposas y abejas. De acuerdo a esta autora, estos jardines (véase los jardines de la nueva ola de vivaces) no tienen nada que ver con la naturaleza en Europa porque emplean gran cantidad de plantas procedentes de los Estados Unidos. De acuerdo a su opinión son jardines hermosos pero no tienen mayor valor específico para la fauna inglesa u holandesa que cualquier otro estilo de jardín. Tony Spencer se molestó en hacer una defensa del valor ecológico de este tipo de diseño, lo que pareció encender aún más a los ánimos de la defensora de las abejas que terminó asegurando que una buena pradera natural con especies locales abrigaría mucha más vida salvaje. Bueno, a estas alturas yo ya estaba algo confuso, aunque lo mejor de la discusión estaba por llegar. El propio Piet Oudolf, que me da que no destaca por ser especialmente activo en esto de las redes sociales, se molestó en publicar un conciso: ¿Cómo puedes estimular a la gente sólo con reacciones negativas?. Bien, aquí se escapó mi primer ajá. Eso es, la jardinería no debe plegarse sólo a principios ecológicos. Me parece bien que se ajuste a cierta racionalidad pero sin renunciar a determinadas herramientas que permitan estimular, motivar y emocionar. Bueno, parece claro que Wankja Ferguson tiene otro planteamiento, y obviando la respuesta de Oudolf planteó cosas como que una planta oriunda de los Estados Unidos tendrá mayor valor ecológico allí que aquí, ya que la fauna local no estará adaptada a ellas. Su última frase, con toda su contundencia despertó todo mi escepticismo: las especies locales de abejas no encontrarán nada en esos jardines. Bueno, la respuesta de Oudolf me hizo soltar una carcajada porque yo no habría resumido mejor lo que estaba pensando a estas alturas: nonsense. Obviamente Wankja no se lo tomó muy bien y le preguntó si no podía admitir que sus jardines podían tener alguna limitación. La respuesta de Oudolf, en su rapidez y brevedad me hizo maravillarme de la capacidad de síntesis de una cabeza capaz de producir tanta exuberancia. Era algo así como: Nunca he pretendido nada, a diferencia de ti. Touché. Quiero entender este nunca he pretendido nada como un nunca he fingido que mis jardines sean el culmen de la ecología. He de decir que en todos los textos y entrevistas que he visto de Oudolf nunca le he escuchado decir que diseñe sus jardines pensando en las abejas. Diría que lo él defiende y pretende es la búsqueda de una evocación de la naturaleza que despierte la sensibilidad del ser humano hacia ella. Así lo creo yo. Diseñemos los jardines para las personas y cuidemos el campo para las abejas. Estoy seguro de que con más personas sensibles hacia la belleza natural las abejas podrán dormir algo más tranquilas. 
Pero no me he quedado del todo a gusto con el tema de las exóticas y he querido releer algo del libro Rambunctious Garden de Emma Marris. Su capítulo 6 se titula Learning to Love Exotic Species y como todo el libro creo que es un documentado, sensato y moderado análisis del problema. Emma Marris nos cuenta como desde los años 50, apoyándose en historias ciertas de especies invasoras que la han liado parda, y gracias a libros como The Ecology of Invasions by Animals and Plants de Charles Elton, predomina la idea de que especies introducidas tienden a desestabilizar los ecosistemas y a reducir su diversidad. La idea se basa en la teoría de nichos, que viene a decir que en un ecosistema, las especies que han coevolucionado en él tienden a ocupar un nicho determinado y entre todas ellas se complementan. Ya saben, los ñus comen hierba, los leones comen ñus y la hierba necesita el abono y las siegas periódicas de los ñus. Y así, cualquier nueva especie que quiera establecerse en un ecosistema deberá ocupar un nicho vacío o bien desalojar del suyo a alguien. Y como las especies allí establecidas no han podido evolucionar defensas contra las artimañas de los invasores, a menudo llevarán las de perder. Por otro lado las especies invasoras serán muchas veces las mismas lo que nos llevará a un mundo mucho más pobre y simple. En mi opinión esta teoría es el origen del miedo que trasciende detrás del rechazo contra las exóticas, que ha llevado a científicos a asegurar que las especies invasores son el segundo gran problema para la extinción de las especies detrás de la destrucción de los hábitats o que nos lleva a leer aseveraciones como que las abejas europeas no harán caso de las flores americanas. 
Así, cuando un científico como Dov Sax publica un estudio en el que demuestra que las especies introducidas suelen superar a las especies extinguidas, lo que ha llevado por ejemplo a que la biodiversidad de las islas oceánicas haya crecido, le caen palos por todas partes. Por ejemplo en la Isla de Pascua existían 50 especies de plantas nativas. Desde la llegada del ser humano se han extinguido 7 pero se han introducido otras 68. Así, ahora en lugar de 50 hay 111. Sí, hay 7 que quizás ya no existan en ninguna parte, por lo que la biodiversidad global se ha reducido, pero la riqueza de la Isla de Pascua es mayor. Ya tenemos la primera grieta para la duda. Aquí llega un sabiondo que dice que precisamente en las islas, uno de los ecosistemas más frágiles por su aislamiento, la diversidad está creciendo. En realidad las extinciones debidas a una especie introducida son bastante raras y la mayoría se han producido en islas o lagos. Pero casi nunca se han producido extinciones en un continente por este motivo. Otro autor que ha venido a tratar de cambiar las ideas dominantes ha sido Mark Davis con su libro Invasion Ecology. Para este investigador el cambio está a la orden del día y las especies se mueven sin parar desde que el mundo es mundo. Es cierto que el ser humano ha movido muchas especies larguísimas distancias en los últimos 200 años, pero en esencia estos movimientos no son distintos de los que realizan las especies por su cuenta y riesgo. Davis también ataca los axiomas de Elton tirando de sentido común: si los invasores tienden a ocupar un nicho vacío, los ecosistemas de menos diversidad deberían ser más apetecibles para los invasores. Y más aún, si las especies locales no han desarrollado defensas contra las recién llegadas, qué nos hace pensar que éstas si lo han hecho contra las armas de aquellas. Más importante aún, para este autor el movimiento genera mayor variedad de habitats y permite una disponibilidad de recursos y alimentos variable en el tiempo, porque las especies introducidas no siempre competirán con las ya establecidas y en ocasiones incluso ayudarán. Véase el ejemplo del herrerillo común en Gran Bretaña. Este pajarillo estaba pasando dificultades porque el cambio climático había desplazado las fechas en las que sus polluelos nacían pero no las fechas en las que lo hacían las orugas que comían. Su salvación llegó de la mano de la penetración desde el continente de un tipo de roble, Quercus cerris, que trajo consigo una especie de avispa muy del gusto de los herrerillos y disponible cuando tocaba. 
La cosa se complica con especies que a estas alturas ya es difícil de saber si son exóticas o locales. ¿Cuándo tuvo que llegar una especie a un lugar para ser local? Y si una especie llega por sus propios medios, ¿la debemos echar?. Y un híbrido entre especie exótica y local ¿qué es?. Al fin, Emma Marris nos lleva a preguntarnos si lo que los ecologistas temen es la extinción o simplemente el cambio. Apuesta por vigilar muy bien en qué se invierte el dinero y no simplificar. Deberíamos analizar qué especies pueden causar problemas de acuerdo a nuestros valores y cuales no. Pero claro, esto significa que debemos estudiar y definir qué es lo que queremos para cada pedazo de tierra, y esto es bastante más complejo que el paradigma de especies invasivas: si es de aquí es bueno y debe ser conservado, y si no lo es es malo y hay que eliminarlo. Demasiado simple y derrochador, porque hay especies exóticas que pueden ayudar considerablemente en la regeneración de hábitats. Y hay especies exóticas que pueden evolucionar generando nuevas líneas y enriqueciendo la diversidad de nuestros paisajes. Y también las hay, claro está, que deben ser evitadas encarecidamente. Pero no todas, porque mientras algunas especies pueden ser un enorme problema, la inmensa mayoría no. Invertir grandes cantidades de dinero y tiempo en erradicar plantas simplemente porque no son de allí, es a mi modo de ver un movimiento repleto de prejuicios y bastante antropocéntrico: lo que mueve el hombre es malo y lo que se mueve por su cuenta es bueno. Nos miramos el ombligo hasta cuando queremos decir que no somos el ombligo del mundo. 
Y llevado a nuestros jardines, ¿qué hacemos? ¿Son las plantas exóticas buenas o malas para nuestros insectos? Pues de todo hay. Las hay muy peligrosas y las hay muy positivas. Y la mayoría no serán ni lo uno ni lo otro pero si estamos pensando en usarlas en nuestro jardín al menos serán bonitas. En cualquier caso recomendaría a cualquier fanático antiexóticas que se diera una vuelta por los montes que rodean mi parcela. Si es capaz de encontrar una flor en condiciones premio para él. De hecho he preguntado a una amiga apicultora qué leches comen las abejas en estas fechas. Parece que las flores del brezo y la melaza que exudan las bellotas de los robles y encinas son sus principales fuentes a estas alturas del año. Con este panorama, no sé si mi jardín de vivaces, donde hay especies europeas y americanas a partes iguales. será para los insectos de lugar una especie de McDonalds o algo más parecido al Bulli, pero en cualquier caso parece que les encanta. Así luce en pleno mes de Octubre

Abejorro sobre Salvia nemorosa
Abejorro sobre Salvia nemorosa
La reina de los insectos útiles ventilando pulgones sobre un hinojo 
Un abejorro hispánico no hace ascos a la sudamericana Verbena bonariensis
Estos moscardones enormes tienen predilección por la Echinacea purpurea

Abejorro libando en Verbena bonariensis

Hay a quien le gusta la comida bien pasada
Abeja local sobre Leucanthemum x superbum Alaska,
un híbrido al que no parecen hacer ascos

Yo no recordaba mariposas en Octubre en otros años. 

La Salvia farinacea, nativa de Texas y México es otro imán para los insectos
 



Hay quien dice que este es otro moscardón. Ni caso

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