jueves, 23 de diciembre de 2010

Les he pillado

En mi libro patagónico, que espero terminar algún día, comento con bastante sorna que me gustaría parecerme a esos escritores viajeros o viajeros escritores capaces de levantar la locuacidad a su paso y encontrar filósofos y héroes hasta debajo de las piedras. Esta capacidad siempre me había levantado sospechas que había dejado de lado, haciendo más caso a la belleza literaria que a la verosimilitud. Digamos que me había apuntado a la corriente resumida en la siguiente frase sobre Chatwin: no escribía media verdad, sino verdad y media. Es decir, la dosis de realidad y falsedad en lo que contaban estos escritores como Chatwin, Theroux, Thubron, Bryson o el hispano Reverte, me la traía al pairo asumiendo que el hecho concreto, la anécdota, no tenía porque ser verídica siempre que ayudase a A) mejorar la calidad literaria de la obra y B) crear una imagen del lugar visitado que transcendiera lo anecdótico (la verdad y media construida desde la media verdad). Durante esta semana tengo dudas: ¿no será que siempre me he creído la verdad y media dada la lejanía y exotismo de los destinos de tan insignes novelistas?. En fin, es fácil creer cualquier cosa ambientada en el Gallo de Hierro chino, en un barco rumbo al corazón de las tinieblas congoleñas o en las interminables estepas siberianas. Pero qué pasaría si estos personajes se paseasen por algo tan prosaico como Matalascañas. Bueno, pues ahí van algunos ejemplos extraídos de "Las Columnas de Hércules" de Paul Theroux:
"Con el tiempo, me imaginaba que este lugar sería entregado a los españoles de forma tan despiadada como sirvieron Hong Kong". 
Sí, habla de Gibraltar. Bueno, toda una apuesta, ¿verdad?.
Sobre los toros:
"Es una farsa cruel y, como suelen hacer trampas (se le cortan los cuernos al toro, lo drogan)".
Siempre me han aburrido los toros, y ahora que sé gracias a Theroux que los toreros son unos tramposos, pufff... Vamos, con el toro drogado y los cuernos cortados toreo hasta yo. Y porque no ha visto a José Tomás, que si no nos suelta que los toreros simulan cogidas y llevan bolsas de sangre escondidas entre la sopa para en un alarde de efectos especiales simular que el cuerno (recuérdese que está cortado) les ha herido.
Esta es de las mejores:
"La pornografía española me desconcertaba. Parecía ir más allá del sexo, en su mayor parte. Había niños y perros y torturas; hombres torturando a mujeres, mujeres que trataban a los hombres como bestias ... Una parte era de fabricación nacional: hermafroditas y gente haciendo sus necesidades. Vi una película donde salía una mujer, un hombre y un burro."
Para quién esté pensando ¿pero dónde se metía este hombre? que no le dé muchas vueltas:
"En los barrios más mojigatos de Alicante, Murcia o Mallorca, estas películas se exhibían junto a la tienda de golosinas o la peluquería ... Tenemos a la abuelita detrás del mostrador, vendiéndole a Juan un billete de lotería mientras que en el estante de las revistas, junto a los libros infantiles, los periódicos de la tarde y las revistas de punto y sadomasoquismo, con páginas y más páginas de mujeres torturadas, quemadas, atadas, mutiladas sexualmente, a las que les introducen objetos puntiagudos en la vagina y les retuercen sus brazos..."
La leche, qué marcha se gastan en levante, en Castilla somos unos sosos. Pero los comics son peor, según Theroux ahí llegaban al bestialismo y la necrofilia. No es que sea un entendido en la materia, pero uno ha hecho la mili y ha tenido a mano en un tiempo hormonalmente algo agitado un buen abanico de material pornográfico, y de verdad que no recuerdo nada ni remotamente parecido. Me cabe la esperanza de que las autoridades competentes leyeran el libro de este señor y hicieran algo al respecto.
Otro más:
"La comida española era... ¿cómo definirla? Mediocre, indigna de ser recordada, regional".
Je, je, je, este tío es un figura. Por supuesto, además de comer mierda y ser unos pederastas zoofílicos, los españoles podemos disfrutar de una corrida de toros a cualquier hora del día con solo poner la tele o bajar al bar de la esquina. Ha habido un momento en el que he pensado que no era capaz de aguantar la crítica y me he preguntado si no quería ver la verdad y media cuando a quien ponen a parir me pilla tan cerca, pero enseguida me he dado cuenta de que no era eso lo que me molestaba del libro. Lo que no le perdono es la impostura que en este caso veo tan clara: este tío es capaz de escribir cualquier cosa con tal de que su libro no caiga en lo insustancial. Theroux no es Lawrence Durrell, y claro, para sacar chicha de la costa andaluza sin tirar de historias raras o ponerse en plan perdonavidas hay que tener mucho talento. He estado a punto de mandar a paseo este librucho, pero sólo de pensar las joyas que me esperan en su paso por Francia e Italia, me invade un morbo...

sábado, 11 de diciembre de 2010

Reconciliación con Ernesto Sábato

En una estupenda entrada de su blog, Antonio Muñoz Molina habla de la libertad suprema de la literatura y el libre albedrío de cada cual para decidir qué es o deja de ser una obra maestra. También habla del distinto encaje o desencaje que puede tener una novela en función del momento de la vida en el que se lea, de cómo ladrillos inabordables llegan a convertirse en auténticas maravillas y como obras geniales con el paso del tiempo pierden todo su fulgor como la esencia de un buen perfume mal embotellado que se evapora con el tiempo.
Esto a veces, pocas, pasa en el breve trascurso de la lectura de una obra. A mí me ha pasado con la novela Sobre héroes y tumbas. Llegué a ella por muchas referencias - especialmente una de David Torres - su inicio me deslumbró, sus primeros capítulos me arrastraron al abismo del abandono de aquellas pocas obras que me parecen infumables (reseñable de momento se me resiste el dichoso Ulises) y de repente, la obra empezó a renacer para convertirse en una obra de arte que a ratos nacía para sólo unas páginas más tarde volver a morir. Al fin la he terminado con un sentimiento amargo de no haber entendido algo.

La gran nevada

Este puente de Diciembre pasamos tres días en el terruño. Yo me acerqué el viernes a calentar la casa y G. y las niñas al día siguiente, supongo que engañadas por mi entusiasmo ante la belleza del bosque nevado. El viernes me fue imposible llegar con el coche hasta la parcela y tuve que dejarlo a unos cientos de metros de la casa grande. En la experiencia, en la que recuperé sensaciones de una ascensión a Tresviso con mi cuñado en medio de una potente nevada, aprendí lo siguiente:
  • No sé conducir en nieve, da igual el tamaño o cilindrada del vehículo.
  • José es un buen hombre y un tractor es más que suficiente para sacar un coche de buen tamaño de una cuneta, hasta dos veces.
  • No hay sensación más salvaje y plena que caminar en medio de la luminosidad y el silencio de un bosque nevado.
  • Un terreno con una nevada virgen es como un mural de lo que ha pasado en las últimas horas, a tu mente acuden la imagen del fantasma del pasado de los animales siguiendo los recorridos marcados por sus huellas en la nieve.
  • Una casa deshabitada a 1.200 metros de altitud en medio de heladas de hasta -8º puede llegar a estar a 0º pese a estar muy bien aislada.
  • El volumen es fundamental a la hora de calentar un casa, el volumen de la nuestra requiere de 24 a 30 horas para alcanzar una temperatura razonable.
  • El ron y la ginebra no son buenos calentadores a medio plazo.


El bosque se defiende

Sé que puede sonar raro, pero es así. Yo me empeño en limpiarlo y engalanarlo con nuevos colores y texturas, y él se revela como un niño que se niega a un buen baño. Quizás el ejemplo del niño no sea acertado, porque su reacción es más propia de viejo huraño y peligroso. Insisto en que es así y tengo múltiples ejemplos de prueba:
-No hay vez que no haga limpieza y no termine con una docena de arañazos de roble y - muy especialmente - de jara. Aún asumiendo mis buenas dosis de torpeza, no se merecen tal cantidad de raspaduras.
-Si finalmente me rindo o me veo obligado a dejar un tronco de jara a medio arrancar o un tocón de roble algo más alto de lo habitual, tengan la certeza que en un plazo de media hora estaré a punto de dar con mis huesos contra el suelo después de enredar mis pies en él, o de estar a punto de atravesarme el pecho con el mango de ls carretilla bruscamente frenada contra el dichoso tocón. Nadie me venga con que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, esto no es razonable.
-Aún en los meses más fríos de invierno, después de una buena ducha, incluso días después, puedo encontrarme  con la desagradable sorpresa de tener un arácnido firmemente incrustado en mi cabeza, lo que me conduce a un hipocondríaco agobio de supuestos - o reales - picores y brotes de fiebres más propias de venados o conejos.

Tengo más, pero lo dejaré aquí.

Pasta con repollo a lo Elvira Lindo

Repollo (a poder ser cortado el día antes en una huerta del valle del Hudson, o de la huerta de Navrra, da lo mismo y que al abrirlo por la mitad deslumbre de blancura y huela a ricos jugos vegetales)
Sofreir un par de ajos.
Freírlo el repollo bien picado en la sartén, con mucha paciencia y removiendo mucho (yo no consigo que se queme si no añado algo de agua) 
Añadir vino blanco y pimienta en grano.
Añadir unos langostinos cortados en trozos pequeños.
Mezclarlo bien con unos espaguetis para que cojan todo el sabor.  


Plato inspirado por uno de un restaurante italiano de Amsterdam Avenue y la 84, Zeleste, un sitio sin ningún encanto, ni en la decoración ni en el servicio, pero con una cocina excelente.

Vieras a la J.

Hacer una mezcla con:

  • Vieras lavadas y troceadas
  • Vino blanco (cuidado con no pasarse)
  • Ajo machacado en el mortero
  • Pan rallado
  • Huevo cocido y troceado
  • Sal
  • Pimienta
  • Un par de cucharadas de salsa de tomate o una pizca de mostaza
Rellenar las conchas con la mezcla, cubrir con pan rallado y añadir sobre cada una algo de mantequilla o margarina. Hacer al horno.

Vieras con gambas

Sofreir un poco de ajo en aceite y retirar cuando estén dorados. Echar la vieras lavadas y troceadas y añadir gambas. Dejar que consuma el agua y añadir sal, pimienta y un chorro de vino blanco. Dejar que se consuma el vino blanco.
Aparte hacer una besamel: una cucharada de harina en aceite, algo de sal y añadir leche sin dejar de remover.
Cuando la besamel está lista añadir las vieras y las gambas y mezclar bien. Rellenar las conchas con la mezcla y cubrir con pan rallado. Gratinar al horno.

martes, 7 de diciembre de 2010

Amor a primera vista


Últimamente los únicos libros que compro (un daño colateral evidente de mi rentable sony reader) son los que por una u otra razón me enamoran de manera fulminante. La semana pasada me pasó en un Vips (creo que es la primera vez que compro un libro en un Vips, cosa curiosa) con el libro Leviatán o la Ballena, de Philip Hoare. No sé si fue el encuadernado, la reseña de Antonio Muñoz Molina en la portada, la literatura en estado puro que avisté en el vistazo apresurado que pude hacer (G. y las niñas me esperaban en la calle bajo cero) o la mezcla de todo ellos, pero después de haber abandonado la tienda, presintiendo mi arrepentimiento, le pedí un minuto a G. y regresé a por mi ejemplar. La reseña de Muñoz Molina que aparece en la portada de aspecto envejecido es la primera frase de un extracto del interesante artículo que dedicó al libro en El País. Dice así:

"Philip Hoare ha aprendido de Bruce Chatwin y de J. G. Sebald la libertad suprema de la escritura como divagación, que en el fondo viene de los orígenes de la prosa, porque es así como escribía Herodoto: contar en primera persona un viaje en busca de algo y divagar o desviarse por las conexiones que van apareciendo, que pueden llevarlo a uno a hallazgos inesperados, en el mundo real y en los libros, en las películas, en los recuerdos."
Para que no quede duda de lo que significa lo arriba reseñado, aquí va el comienzo del libro:
"Quizá es porque casi nací bajo el agua.
Un día antes de que mi madre saliera de cuentas ella y mi padre visitaron el muelle de la Armada en Portsmouth, donde les permitieron entrar en un submarino. Al bajar, mi madre empezó a sentir los dolores de parto. Por unos momentos pareció que yo iba a aparecer bajo la línea de flotación, pero acabé naciendo en nuestra casa victoriana semipareada en Southampton, que conservaba los cordones para hacer sonar las campanillas que llamaban al servicio y una oscura escalera de teca que se enroscaba sobre sí misma."
En esa oscura escalera de teca se esconde la esencia de la literatura subyugante de Chatwin y, efectivamente (esta vez la compra no fue un error) Hoare.
La frase de Muñoz Molina, además de acertada me obliga a recuperar el libro "Los anillos de Saturno" de Sebald. 

lunes, 6 de diciembre de 2010

La lengua castiza

Me gusta tanto Riaza porque pese a asentarse a los pies de montañas, forma parte de la Castilla esteparia de mi niñez. Me he dado cuenta escuchando a su gente, disfrutando del tono y acento de unas voces que me arrastran al pasado como la esencia de un olor almacenada en el cerebro. Me gusta la brusquedad de ese castellano puro, y me divierten lo indecible su infinito juego de expresiones, dichos y nombres de una perfecta pureza descriptiva.
Dos ejemplos de este mismo fin de semana:
En la carnicería una anciana cuenta compungida que un primo ha muerto hace un par de semanas. Los carniceros y los escasos clientes escuchamos con el gesto cariacontecido y respetuoso que se merece una noticia así. La mujer concluye detallando cómo se produjo el deceso:
-Estaban en la cama, empezó a sentirse mal y la mujer le preguntó, ¿qué te pasa Paco?... pues todavía no le ha respondido.
G. se gira hacia mi muerta de la risa y pese a la pérdida del pobre Paco no puede uno hacer otra cosa que unirse a las risas del resto de la parroquia.
Otro más: en la tienda de todo un poco del pueblo una anciana acompañada de su hija elige una bolsa de agua caliente (quién pensaría que estas cosas todavía se venden y se compran) y pregunta que cómo de grande es el roto. La dueña de la tienda (ahora que lo pienso, un buen ejemplo de que estamos perdiendo estas cosas al ritmo que perdemos a nuestros mayores) no entiende nada. Al final, ella y yo, que escucho entrometido, entendemos que el roto es la apertura para rellenar la bolsa y que la mujer se preocupa de su tamaño anticipándose a la dificultad de la única operativa exigida por una bolsa de agua: llenarla. El roto, ni apertura ni leches, el roto.

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