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jueves, 1 de mayo de 2014

The Know Maintenance Perennial Garden

¿Eres aficionado a la jardinería? ¿Te gustan los jardines de la Nueva Ola de Vivaces? ¿Te gustaría hacer uno pero tienes infinidad de dudas? ¿No sabes si para preparar el terreno basta con una escarda superficial o deberías pasar un subsolador de un metro de profundidad? ¿No tienes claro si debes instalar un sistema de riego o si regar un jardín naturalista es de cobardes? ¿Te sientes igual de indeciso cuando piensas si una Salvia nemorosa combinará bien con una Rudbeckia subtomentosa que cuando buscas una corbata que pegue con tu camisa de rayas? Si estas dudas y otras muchas te quitan el sueño, entonces este es tu libro: 
The Know Maintenance Perennial Garden - Knowing your plants mean less work
En el mundo de la horticultura hay muchos libros optimistas. Libros que creen enseñar cómo ser autosuficiente, cómo ser ecológico o cómo ser un maestro del diseño de jardines, cuando en realidad no están enseñando más que buenas intenciones. Este libro de Roy Diblick no es uno de ellos, no es optimista al menos desde el acento utópico de la palabra, no es un libro de buenas intenciones, aunque tiene muchas. Sí es un libro muy positivo y realista. Realista y positivo porque en esencia trasmite dos ideas principales: una, si quieres tener un jardín de vivaces tienes que saber el esfuerzo que implica y el esfuerzo que te puedes permitir, y conocer qué implica desarrollar y mantener un jardín sólo se puede hacer a través de un conocimiento profundo de las plantas, sus hábitos, necesidades e interrelaciones. Y dos, en el camino vas a hacer tus pinitos como artista y te lo vas a pasar pipa. 
Lo de Know Maintenance Perennial Garden, cuya traducción al castellano se me hace imposible (¿jardín de vivaces con mantenimiento informado?) es una aproximación a la jardinería basada en un principio muy simple: conoce a las plantas y lo que necesitan, y te ahorrarás esfuerzo porque ellas llevan mucho tiempo cuidándose solas. Es decir, en esencia es la misma aproximación a la jardinería de Beth Chatto, por ejemplo. El hecho de conocer a las plantas nos permitirá elegir las más adecuadas a las condiciones de nuestro jardín, pero además nos enseñará cómo debemos combinarlas y como debemos interactuar con los elementos naturales en el cuidado de las comunidades vegetales que hayamos creado. Y en ese interacción sentiremos cómo evoluciona nuestra relación con otros seres vivos, profundizaremos en nuestra observación de la naturaleza, sentiremos como pocos el paso de las estaciones, tomaremos conciencia de los problemas ambientales que nos acechan, compartiremos nuestras experiencias con los demás, innovaremos, redefiniremos nuestras propias reglas, soñaremos con el futuro pero valorando la belleza del presente y sobre todo, todo esto lo haremos desde una perspectiva artística donde nosotros, los jardineros, seremos los artistas. Y así, The Know Maintenance Perennial Garden no es un conjunto de reglas, sino una filosofía sobre cómo mirar el mundo y a nosotros mismos, una filosofía basada en ideas muy sencillas que por desgracia muchas veces dejamos de lado. Por ejemplo el hecho de que la belleza está en todas partes y además se recrea de manera constante, o más importante aún, el principio de que el arte debería ser un hábito que nos impregnase, y que arte es tanto hacer un jardín como elegir un sofá para nuestro salón o cualquier otra actividad en la que podamos aplicar un principio estético, cualquier actividad que nos ayude a profundizar en nuestra cultura y estrechar los lazos con nuestra comunidad. En definitiva, este libro de Roy Diblick es un canto a salir a nuestros campos y jardines y practicar o crear nuestra vocación artística a través de la jardinería. Quizás desde la tranquilad de tan sólidos principios, al final el libro aporta reglas como pocos y es de las mejores guías de jardinería que he leído. Desde luego responde a todas las preguntas que planteaba al principio de la entrada. Para ello está articulado en 8 capítulos, bastante bien ordenados desde un punto de vista de lo que podría ser una aproximación secuencial a la jardinería. Poco más o menos nos vienen a contar: 
  1. Cómo debemos conocer nuestro jardín, su luz, su clima, su agua, su suelo. Si no conocemos nuestro entorno, mal vamos. 
  2. Cómo debemos conocer las plantas, sus flores, su follaje, su tallo, sus raíces, sus gustos y hábitos, su velocidad de crecimiento y sus ansías de colonización. Su todo. Este capítulo condensa la idea principal del libro.
  3. Cómo debemos preparar el suelo y plantar. Para mí uno de los capítulos más interesantes porque aborda alguna de las dudas que a jardineros neófitos nos asaltan sobre cómo abordar un jardín de vivaces. 
  4. Cómo debemos cuidar y mantener nuestro jardín. Lo dicho sobre el anterior aplica a éste.  
  5. Una pequeña introducción a 74 plantas para este tipo de jardines. Son plantas adecuadas para la mayor parte de la mitad norte de los Estados Unidos, porque de hecho el libro tiene una clara orientación hacia el lector estadounidense (por ponerle una pega, he terminado exhausto con la transformación de pies y pulgadas a centímetros)
  6. 62 planes de plantación. Dejo el comentario de este capítulo para el final, porque creo que se merece una mención aparte. 
  7. Cómo crear tus propias composiciones y aspectos a tener en cuenta explicados desde el análisis práctico de dos ejemplos sencillos. 
  8. Otros que ya lo han hecho, donde hace una breve introducción a una serie de profesionales de la jardinería y el paisajismo, la mayoría de ellos con una importante presencia en el área de Chicago. Para los amantes de las listas, en este capítulo aparecen Jeff Epping, director del Olbrich Botanical garden, Cassian Schmitdt, director de Hermannshof, Marji Hess que enseña a jovenes como cultivar en el tejado de su centro para jovenes en Chicago, Jennifer Davit directora del Lurie Garden, Tom Wolfe, responsable de los jardines del Art Institute en Chicago, Christine Nye, responsable de los jardines del Shedd Aquarium en Chicago, Noel Kingsbury, Terry Guen, arquitecta paisajista en el Lurie garden y Piet Oudolf. 
Vuelvo al capítulo 6 porque es por sí mismo motivo más que suficiente para comprarse el libro. En él Roy Diblick presenta 62 esquemas de jardines de 14+10 pies (4,2 x 3 metros). Cada plan es una cuadrícula de 14x10 que contiene una combinación concreta de plantas. Cada especie aparece representada por un símbolo concreto y cada plan representa la ubicación exacta en la cuadrícula de todas y cada unas de las plantas. Los planes se presentan en parejas preparadas para ser desarrolladas de manera conjunta y tienen nombres tan sugerentes como Monet, Renoir, Van Gogh, Cézanne, The High Line o Esencia de Piet Oudolf. Y en esto de esencia de Piet Oudolf se esconde una característica importante del libro. Hay libros de Noel Kingsbury y Piet Oudolf, como Landscape en Landscapes, o Planting: A New Perspective, dónde se incluyen mapas detallados de diseños de plantación de Oudolf. La verdad es que mostrar tan a las claras los secretos de tu arte siempre me ha parecido un acto de generosidad muy poco común. Por otro lado estos diseños de Oudolf son capaces de emborrachar de emoción a un amante de las plantas. Y ahí está el problema, porque pueden emborracharlo hasta el coma etílico si se trata un aficionado. El mismo Diblick, como argumento para expresar las ventajas del conocimiento de las plantas, cuenta como el día que Oudolf extendió delante de él los planos para el Lurie Garden (Diblick y su vivero fueron los responsables de cultivar las plantas para este impresionante jardín) sintió que el jardín empezaba a nacer del papel y se desplegaba a su alrededor. Creo que Diblick es consciente de que no todos estamos preparados para tales momentos de misticismo, y por eso los planes que enseña son bastante más asequibles. Son "esencia de". Cada plan cuenta con 5 o 6 especies de vivaces y 3 o 4 de bulbos, y su densidad de plantación me parece menor que la recomendada en otras fuentes como los libros ya comentados. Todo ello convierte a estos planes en algo más asequible para un aficionado. Aunque visto lo visto en muchos de nuestros espacios públicos, no estaría de más que algunos  profesionales les echasen también un ojo. Por otro lado aunque estos planes son una excelente referencia, el autor no nos deja olvidar la esencia del libro y aconseja estudiarlos con detalle, analizar con calma sus plantas, sus porcentajes de especies y sus combinaciones, pero únicamente como punto de partida para un desarrollo más creativo y personal. Nos aconseja empezar por algo simple, empezar apoyándonos en las plantas del capítulo 5 pero sin dejar de lado ninguna otra que encontremos por el camino y nos inspire. Nos pide que experimentemos, que aprendamos sobre su comportamiento, que seamos pacientes, flexibles y adaptables. Que practiquemos y que no olvidemos nunca que esto trata sobre hacer algo bello, sobre ser los artistas en nuestro jardín. Y también que compartamos lo que aprendamos. Bueno, conmigo no tendrá queja, porque no dejo de compartir. 

martes, 19 de junio de 2012

Rambunctious Garden


Suelo desconfiar de los conceptos más o menos románticos que llevan en su nombre el sufijo -ismo. El sufijo, que de acuerdo a la RAE forma sustantivos que suelen referirse a doctrinas, sistemas, escuelas, movimientos o actitudes, en principio debería ser inocente, pero la realidad es que a lo largo de la historia muchas de las doctrinas, sistemas, escuelas, movimientos o actitudes terminadas en -ismo y nacidas en fuentes muy diversas, más o menos generosas, o más o menos abominables, se han ido acercando más o menos rápidamente, como atraídas por un poderoso imán, hacía un núcleo nefasto que también termina en -ismo: el radicalismo o extremismo.
Independientemente de la buena voluntad de las que muchas veces han surgido, y en ocasiones precisamente empujados por esa buena voluntad, ha habido movimientos que han acabado en posiciones extremas que han terminado por ser tan dañinas como el problema que querían resolver. Creo que si no ha pasado, está empezando a pasar con el ecologismo, y en el fondo, este libro de Emma Marris trata de esto, de como determinadas posturas asentadas en el colectivo ecologista como verdades absolutas y como pilares de sus principios conservacionistas (lo dicho para los sustantivos acabados en -ismo también puede valer para los adjetivos acabados en -ista) no son tales verdades y además más que pilares son zanjas que horadan los cimientos.
Gran parte de los principios conservacionistas aclamados por los movimientos ecologistas y aplicados por los gobiernos en sus parques naturales, se basan en el mantenimiento o retorno de los ecosistemas a su estado primitivo, esto es, anterior a la llegada del ser humano y por ello se basan en el establecimiento de una línea base temporal, que define el estado a mantener o retornar. La autora del libro nos demuestra que este principio falla por la base, ya que no existen ecosistemas que no hayan sido alterados por el hombre, ni tenemos capacidad de determinar una línea base que sea realmente objetiva. Un ejemplo que me ha encantado: los bisontes. La idea que tenemos todos en la cabeza acerca de las llanuras del medio oeste americano antes de la llegada de Cristóbal Colón, es la imagen que se encontraron Lewis y Clark a principios del XIX, la de una extensa sabana repleta de interminables mandas de bisontes que el hombre blanco exterminó. Por lo tanto ese sería el estado ideal a recuperar, porque el continente antes de la llegada de Colón estaba "intocado". ¿Pero esto es cierto? ¿No es posible que cuando Lewis y Clark llegaron al medio oeste americano las manadas de bisontes vivieran un periodo de especial bonanza debido a la mortandad entre la población indígena ocasionada por los virus traídos por los europeos siglos antes? Y si fuera así, ¿cuál sería la línea base a retornar? ¿La que marca la llegada de los primeros españoles al continente? ¿Por qué? Porque esto nos lleva a otra mentira, que es suponer que sólo el hombre occidental ha sido dañino para el equilibrio de ecosistemas. Está demostrado que los maoríes a su llegada a Nueva Zelanda la liaron parda y fueron capaces de llevar a la extinción a todas las especies que se dejaron, de igual forma que cada vez hay más voces que señalan que la megafauna del continente americano, animales tan sorprendentes como los mamuts o los tigres de diente de sable, fueron llevados a la extinción por la acción directa de los primeros indígenas. Así, ¿por qué la línea base temporal debe ser la marcada por la llegada de los europeos, por qué no la marcada por la llegada de los primeros indios?
Para seguir complicando las cosas, el ecologismo también asume que sin la acción del hombre, los ecosistemas alcanzan un estado de equilibrio permanente, que es al que les debemos devolver, cosa que Emma Marris también nos demuestra que es falsa. El cambio climático no antropogénico, la evolución de las especies, los incendios naturales, las erupciones volcánicas y los accidentes de la naturaleza en general, han variado siempre la naturaleza y lo seguirán haciendo estemos o no estemos nosotros. 
Al final el libro es una llamada a asumir que el mundo que nos toca vivir es un mundo drástica e irremediablemente humanizado, y que la mejor manera de conservarlo, no es tratar de volver a un pasado utópico, desconocido y falsamente estable, ni centrar enormes recursos en medidas  conservacionistas imposibles y dedicarlos en cambio a estudiar y mejorar nuestros entornos, todos nuestros entornos, de manera que sean más ricos y sostenibles. Y hacerlo sin prejucios, sin desprecio a lo exótico por el simple hecho de ser exótico, o a lo humano por el simple hecho de ser humano.  Y ante todo, el libro es un codazo para hacernos despertar y que empecemos a pensar que la naturaleza no son sólo las montañas y los bosques protegidos, que la naturaleza está en todas partes, en nuestros jardines, sembrados, huertos, parques, calles y terrazas, y que en todos esos sitios se puede mejorar, conservar y disfrutar.
¿Y entonces qué, no hacemos nada? Al contrario, hacemos más. Los primero es cambiar la perspectiva. La autora pone como ejemplo uno de esos juegos ópticos en los que un dibujo es un pato o un conejo en función de cómo enfoques la vista. Vemos una imagen, incapaces de ver nada más allá de ella, hasta que de repente en nuestro cerebro hay un click con el que la otra figura aparece de manera sorprendente. En relación a la conservación y mejora de la naturaleza, debemos buscar ese click. La orientación actual encaminada al mantenimiento de áreas protegidas y mantenidas en su estado salvaje y prístino, nos hace ver un globo con una pocas y cada vez menores islas de naturaleza en él. La naturaleza es el primer plano y las tierras dominadas por el hombre el fondo. Debemos cambiar el enfoque, y ser capaces de ver el mundo como un montón de islas (que cada vez deberían ser menores) formadas por las superficies construidas y asfaltadas. Carreteras, urbanizaciones, casas y centros comerciales donde nada puede crecer no son más que un primer plano diminuto sobre un fondo formado por todo lo demás, que es naturaleza. Naturaleza es tanto un campo de maíz como el macizo de Ordesa, y tanto en uno como en otro se pueden hacer cosas para mejorar, muchas veces de una manera más fácil e impactante en el primero que en el segundo. 
En lugar de focalizar nuestros esfuerzos en devolver los ecosistemas a un estado natural, que como ya hemos señalado desconocemos y no es tan estable como pensamos, debemos centrarlos en conseguir resultados de acuerdo a objetivos valorables, como puede ser favorecer la regeneración de los bosques, recuperar una zona contaminada o incorporar especies que favorezcan la biodiversidad. Y utilizar para ello los recursos que tengamos a mano, todos los recursos, sin autoliminitarnos ni complicarnos con restricciones ideológicas del tipo "esto no, porque es exótico y por lo tanto malo".
En los últimos capítulos Emma habla sobre la importancia de que a título individual, propietarios y empresarios cambien las perspectiva de sus jardines, renuncien a la belleza establecida por los estándares al uso, y dejen sus parcelas a especies nativas de bajo mantenimiento que sirvan de ecosistema a muchas especies y ayuden a mejorar la diversidad. En definitiva, habla con otras palabras del Tercer Paisaje y el Jardín Planetario de Gilles Clement. 

miércoles, 7 de marzo de 2012

The Garden Book

Nunca sabe uno dónde va a encontrarse un regalo, y en la tienda del la Tate Modern Gallery de Londres me encontré por solo 7,95 libras, una ganga, The Garden Book, un vademécum de los jardines del mundo. 
El libro contiene una lista de 500 jardines y proyectos de paisajismo de todo el mundo, con una foto y un breve texto descriptivo para cada uno de ellos. Nada con lo que profundizar demasiado, pero sí una excelente referencia para tener a mano una visión global de la jardinería a lo largo de la historia en el ancho mundo.
Me resultó sorprendente la escasa convergencia entre dos conjuntos, uno enorme (500 para algo así me parece una cifra enorme) y otro mucho más acotado pero modestamente creo que no despreciable: de entre los muchos jardines que conozco (por desgracia más virtualmente que físicamente) en la lista de 500 no debían aparecer más de 20, y la mayoría eran españoles. 
El libro no es una recopilación de jardines, sino una recopilación de jardineros, patrones y propietarios para cada uno de los cuales se incluye su obra más representativa. Esto de hacer listas siempre es una tarea imposible, y en este caso no sé cuál habrá sido el criterio de los autores, pero el tamaño de la selección y el hecho de que aparezca ordenada alfabéticamente por el nombre del autor o dueño del jardín, sin tener en cuenta ningún otro criterio estilístico, geográfico o temporal, hacen que navegar por el libro sea ciertamente caótico. Al final del texto de cada jardín, aparece una lista de los otros autores incluidos en el libro que comparten aspectos en común con éste, por lo que no puedo pasar más de cinco páginas sin empezar a saltar de un lugar a otro, como en aquellos libros de vive tu propia aventura que se pusieron tan de moda cuando ni soñábamos con las vídeo consolas. 
Como muestra de lo poco que da de sí una lista de 500 jardines para cubrir todo lo que habría que cubrir, ahí van los españoles incluidos: 
  • Alfabia, en Mallorca
  • Pabellón Barcelona, en Barcelona
  • El Buen Retiro, en Madrid
  • Casa de Pilatos, en Sevilla, 
  • El Generalife, en Granada
  • El Jardín del Palacio de Aranjuez
  • La Granja, en Segovia
  • El Jardín de Heidi Gildemeister, en Mallorca
  • Medina Azahara, en Córdoba
  • Monasterio de San Lorenzo de Trasouto, en Santiago de Compostela
  • La Casa Neuendorf, en Mallorca
  • El Parque Güell, en Barcelona
  • El Patio de los Leones, en Granada
  • El Pazo de Oca, en Santiago de Compostela
  • Sol y Sombra, en Barcelona
  • Jardín de Trigo (creo que es Mas de las Voltes) en Mallorca

domingo, 15 de enero de 2012

El Asedio

No despierta muchas simpatía Pérez Reverte. O para ser del todo justos, no despierta muchas simpatías Pérez Reverte entre mis familiares, ni idea de lo que sucederá de puertas para fuera, ni, como diría él, maldito lo que me importa. Muchos le tienen por un mercenario de la literatura que vive de las rentas. Difama, difama, que algo queda, porque no hace tanto que escuchaba a mi padre asignarle anacronismos, a él, que creo que es uno de los autores más se trabaja ese aspecto. Yo, como no me gusta hacer de abogado de nadie, ni me molesto en defenderle, descontando, eso sí, el dinero que ya me he dejado en libros de este autor regalados a este mismo que le acusa de poco riguroso. Pero la realidad es que a mí, que crecí leyendo y releyendo libros de Alejandro Dumas, me gusta mucho Arturo Pérez Reverte, y nunca dejaré de agradecerle encontrar en él la continuidad de las mejores novelas del autor francés, y digo las mejores, porque dejando aparte El Conde Montecristo, Los Tres Moqueteros, Veinte Años Después y El Vizconde Bragelonne, el resto de las novelas de Dumas (no muchas más) que he intentado leer me han parecido infumables. 
Que Pérez Reverte reproduce en algunas de sus novelas la capacidad literaria de  Dumas, es algo que nadie podrá quitarme de la cabeza, porque es en mi cabeza donde se mezclan los rasgos hasta hacerse imposible distinguir unos de otros, de Edmond Dantés, el Conde de la Fère, el Capitán Alatriste o un tal Capitán Lobo del que acabo de despedirme. 
Puede parecer simplista, y más en en estos tiempos que corren en los que hay tantos que se les llena la boca hablando de Cultura, pero no pido más y no me canso de repetirlo: en la literatura (como en el cine) busco principalmente entretenimiento. No me ha hecho falta más para arrastrar detrás de mí más de quinientas novelas (me da vértigo calcular lo que supone eso en tiempo) cifra más que suficiente para saber lo que me gusta o deja de gustarme. No ha hecho falta más, ni tampoco menos, porque a estas alturas, hecho el paladar literario a ciertas exquisitices, necesito para disfrutar con una novela mucho más que una historia entretenida, me hace falta mucha de esa carpintería de la que habla García Márquez, una buena estructura, una buena ambientación, verosimilitud, ritmo, creación del personaje, musicalidad en la prosa... yo qué sé, que esté bien escrita, leches. Y ésta debe estarlo porque Pérez Reverte ha conseguido mantenerme enganchado durante más de setecientas páginas y, lo que es mejor, recuperar esa sensación inigualable de regresar a casa con la prisa que otorga la historia inacabada que espera en una estantería. A algunos la intriga les parecerá cogida con alfileres, pero da gusto encontrarse de nuevo con esos personajes plagados de cicatrices, sonrisas atravesadas y almas retorcidas. Da gusto sentir que durante unas semanas has vivido en un Cádiz asediado por las tropas napoleónicas. Da gusto divertirse leyendo, sin más. 

viernes, 30 de diciembre de 2011

Crímenes

Hay temporadas en las que me desfondo, y mi ritmo de lecturas cae en picado. Lo asocio a que no tengo tiempo ni intensidad intelectual para todas mis aficiones, si me obsesiono con una dejo de lado las demás. Aunque también puede ser debido a que hay temporadas en las que lo que leo no termina de divertirme. Por suerte, de vez en cuando vuelve a caer en mis manos un libro de esos que desata de nuevo la pasión y te arrastra a leerlo sin descanso, despertando los remordimientos de la lectura rápida que arrastro desde la infancia, cuando hacía esfuerzos por leer despacio para que no se me acabara  un tebeo nuevo. 
El libro en cuestión se trata de Crímenes, de Ferdinand Von Schirach, un abogado criminalista alemán que ha empleado su experiencia para elaborar once magníficos relatos que sin ser ciertos están basados en retazos de casos reales. Puede que sea esto, junto con el estilo seco, conciso y descarnado, carente de florituras y metáforas lo que da a la obra un tremendo poder sugestivo. Me recuerda un poco a Stieg Larsson pero contando historias de una verosimilitud infinitamente superior. Dicen en la contraportada que lo más perturbador es que, situados en las mismas circunstancias, nosotros quizás habríamos cometido los mismos crímenes. Hombre, yo la verdad no diría tanto, en casi todos los casos los protagonistas se arrojan de cabeza a soluciones extremas dejando de lado la lógica más elemental. Yo diría que, situados en las mismas circunstancias, y estando igual de sonados, quizás habríamos cometido los mismos crímenes. En cualquier caso, estoy seguro de que hay muchísima gente que en las mismas circunstancias habrían actuado así, y con eso basta para saber que si los relatos no terminan de ser verdad, deben estar muy cerca de serlo. Podríamos decir, que el autor hace como Bruce Chatwin, que en lugar de contarnos media verdad nos contaba verdad y media. Además de relatarnos casos criminales, el autor, también se pasea por el filo de unos de los temas penales más comprometidos, el papel de la defensa en el caso de crímenes probados, y lo hace con solvencia. 
Ferdinand nos habla del hombre tranquilo que acaba con el maltrato psicológico de toda una vida a hachazos, de los mafiosos de medio pelo que se encuentran con la horma de su zapato por culpa de un cuenco de té, de la desgracia de la riqueza, del genio escondido en un entorno de delincuencia que burla a la justicia, de dos nazis que se topan con una especie de Jason Bourne, de coartadas perfectas, crímenes por amor y locos de libro que odian a las ovejas o se quieren comer a su novia. Yo me quedo con la historia del guarda de museo condenado a vigilar la misma sala durante veintitrés años obsesionado con la escultura de un muchacho que no es capaz de sacarse una espina durante siglos. Estilo aparte, el cuento encajaría a la perfección en cualquier colección de Cortázar. Para terminar, el último cuento es una preciosa historia de amor y amistad, de salvación y esperanza y pesimista que es uno, por eso puede que me resulte la menos creíble. 

domingo, 27 de noviembre de 2011

Trenes hacia Tokio

Me gusta Alberto Olmos, o concretando un poquito más, me gusta lo poco que he leído de Alberto Olmos, a saber: Trenes hacia Tokio, y unas cuantas entradas de sus dos blogs, el suyo, el de Alberto Olmos de verdad, Hikikomori, y el de su personaje, el de Juan Malherido, que aunque también lo escribe Alberto Olmos no es de Alberto Olmos, es de Juan Malherido, que no está bien confundir la velocidad con el tocino y si empezamos por mezclar personaje y autor acabamos con la literatura, y eso ya lo han intentado muchos y no tengo la menor gana de seguirles ni un poquito el juego.
Sobre lo que ha escrito en su blog sólo tengo opiniones diagonales, porque no soy capaz de leer un blog de una manera que no sea diagonal, osea, una palabra sí y dos no, una frase sí y dos no, y así, y claro, no hay forma de enterarse de gran cosa. De hecho, creo que el único blog que leo entero es éste, pero sólo porque lo escribo yo y no me queda otra, porque de momento no he sido capaz de aprender a escribir sin leer y esto no es ninguna tontería, juro que tengo compañeros que son capaces de hacerlo. Esto de leer un blog en diagonal, no es porque sea el blog de este hombre, me pasa con todos los blogs, foros, diarios y cualquier fuente de información que aparezca en internet. Me resulta imposible centrarme en nada teniendo delante de mis narices tantas y tantas vías de escape. ¿Y si me estoy perdiendo algo mejor? Esto es un tema psicológico mio, y sólo asociado a internet. Por suerte cuando leo un libro impreso soy capaz de leer sin saltar cada 15 segundos a cualquiera de los otros libros que me esperan en la estantería. Dios no quiera que este problema mío lo compartan otras personas, porque si fuera así no sé hacía dónde se estaría dirigiendo el mundo.
Pero volviendo al tema, como decía del blog de Alberto Olmos no puedo decir gran cosa, y del otro, del de Juan Malherido puedo decir que he leído cosas que me han gustado muchísimo y otras que deben estar escritas para pensar y paso. En cualquier caso, hay que reconocerle a Alberto Olmos su valentía, porque escribe cosas que poca gente se atreve hoy día a escribir, y en sus entrevistas dice cosas que poca gente se atreve decir, y crea personajes, como el tal Juan Malherido que pocos escritores se atreven a crear. Ahora, por desgracia nos ha cortado el blog de Juan Malherido. Si somos mal pensados será porque ha fichado por una editorial de las grandes y ya no es tan fácil criticar con tanta inquina a otros que, de alguna manera, aunque sea tangencial, te están dando de comer. Si somos bien pensados será porque tiene que estar hasta las pelotas del tan Juan, y de todas las discusiones estériles en las que le mete. Y si no somos pensados será que lo ha capado porque le sale de las pelotas que para eso es suyo.
Ahora estoy leyendo Trenes hacia Tokio, que es una novela nacida de un blog, y que esto siendo capaz de leer porque se han tomado la molestia de imprimirla y encuadernarla para que al menos yo pueda separarme un rato del portátil y pueda leer algo en condiciones. La novela, qué duda cabe, debe de ser buenísima, porque le han dado un premio nada menos, pero sobre todo porque me la estoy leyendo con interés y eso que no cuenta absolutamente nada. Bueno sí, nos cuenta su vida en Japón de aquella manera, como a trocitos, como si estuviéramos viendo una lista de pequeños documentales... como si fuera un blog, vamos. Y como su vida no es para volverse loco de emocionante, pues de ahí el comentario facilón de que no cuenta nada. Cuente o no cuente, lo hace muy bien, el tío te cuenta que lleva una hora mirando fijamente sus babuchas y tú te enganchas al capítulo como un gilipollas. Y retomando lo que decía antes, está claro que no se debe confundir a Juan Malherido, con Alberto Olmos, como lo demuestra el hecho de que no hace mucho que leía una crítica suya implacable (todas las suyas lo son, hasta las buenas) de Sukkwan Island, de David Vann, y si entendí algo de lo que quería decir, creo que criticaba el estilo simplón y el hilo argumental de la novela que te hace pasar por veinte o treinta páginas ahumando salmón. Claro, imagínense el cuerpo que se me queda cuando leo en su novela (perdón, en la de Alberto Olmos) párrafos como los siguientes:

Fumamos y bebemos dentro del coche. Escuchamos música. Kokoro y su madre hablan. El padre y yo filmamos. Creo que me he dejado el reloj en casa.

Es muy mala, Tomomi. Nos cuenta. Lleva en la mano izquierda un cacharrito de metal con un gatillo aniquilador, y con eso nos cuenta. Clac-clav, clac-clac, la Tomomi.

Voy a fumar al extractor y Kokoro está allí fumando y cuando acaba se va y yo sigo fumando y cuando acabo me voy.

Guau. Pero escribe bien, Alberto. A mí al menos me gusta, el Alberto.



lunes, 7 de noviembre de 2011

Historias de Nueva York

No hay cosa que me dé más satisfacción que tropezarme con un comentario de un escritor admirado que refleje mis sentimientos sobre un determinado autor, obra o situación. La satisfacción es directamente proporcional a mi respeto hacia el autor del comentario, pero creo que más allá de la simplona vanidad de pensar que comparto opinión con alguien a quien respeto, lo que más me gusta de esta situación es la comodidad de no tener que escribir lo que otro ya ha escrito por mí, y seguramente mejor de lo que yo llegaría a hacerlo. Ayer me pasó al encontrar este comentario de José Saramago sobre Enric González: 

"De Enric González no era lector. Veía sus columnas en “El País”, pero mi curiosidad no era lo bastante fuerte para hacerme integrar sus escritos en mi lectura habitual. Hasta el día en que me llegó a las manos su libro “Historias de Nueva York”. La palabra deslumbramiento no es exagerada. Libros sobre ciudades son casi tantos como las estrellas en el cielo, pero, por lo que conozco, ninguno es como éste. Creía que conocía satisfactoriamente Manhattan y sus alrededores, pero la dimensión de mi equivocación se manifestó clara en las primeras páginas del libro. Pocas lecturas me han dado tanto placer en estos últimos años"

Suscribo lo dicho por el premio Nobel, con la salvedad de que yo ni siquiera veía las columnas de Enrinc González en El País y nunca he creído conocer satisfactoriamente Manhattan. Pero desde luego la palabra deslumbramiento no es exagerada. 
Descubrí a Enric González en su libro Historias de Nueva York, y desde entonces he leído todo lo que de él ha caído en mis manos. Su lucidez es un rayo de esperanza en estos tiempos de opiniones sagradas y hechos discutibles. Su sentido del humor además de divertirme me despierta una simpatía espontánea. Qué le vamos a hacer, no puedo evitar que me caiga bien una persona que habla de sus libros como libritos y de escribir como perpetrar. 

En Historias de Nueva York nos habla de sus amigos caídos, de sus problemas para encontrar casa, de Oliver Sacks, de Rudolph Giulani, de los Yankis y los Mets, de los taxistas, del 11 S, de los rascacielos y los míticos ricachones que se hicieron en la isla, cuenta historias de aquí y de allá que te envuelven como si estuvieras manteniendo una charla informal es un Starbucks de Nueva York con ese viejo amigo que tan bien sabe contar anécdotas y que ahora te pone al día de sus últimos años en una ciudad a la que tú acabas de llegar. Al final, las pocas páginas del libro (sí, es un librito) son un espejo estupendo de esa especie de atmósfera que te envuelve en Nueva York, esa sensación de estar en el centro del mundo, de haber estado allí siempre sin haber estado nunca. Y terminando como empezaba, me encanta que Enric haya terminado su libro escribiendo lo que yo sólo he sentido, sobre todo porque ya no tengo que escribirlo: 

"Nueva York sigue siendo una tormenta de almas, un caudaloso río humano. Para entender ciertas cosas no hacen falta idiomas, ni experiencia, ni memoria. Basta con abrir la ventana y escuchar el rugido de la bestia"



lunes, 17 de octubre de 2011

Otra vez en la Toscana

Hace ya unos cuantos años que deambulando por la Tienda Verde me encontré hojeando un libro de viajes que ya había visto unas cuantas veces sin hacerle excesivo caso. Este vez, algo frustrado porque no encontraba nada interesante, me detuve a leer su arranque... y ya no pude parar. Se trataba de En Las Antípodas, de Bill Bryson, y desde entonces he leído gran parte de su obra, casi toda la publicada en castellano y gran parte de la publicada en inglés, y todo porque es de los pocos autores que consiguen arrancarme una carcajada aparte de un interés constante.
Tiempo después, en un febril viaje a Málaga, postrado en el sillón de un apartamento diminuto medio abandonado, cayó en mis manos Bajo el Sol de la Toscana, de Frances Mayes, libro con el que apenas me reí pero que me enganchó también de principio a fin gracias a la capacidad emotiva y evocadora de su autora. Para una persona que ya durante sus clases de instituto se perdía lo que contaban los profesores porque su mente se preguntaba cómo estarían enraizando sus tomates o calculaba el ritmo de descomposición de un montón de compost, leer la restauración de la casa, el jardín y el olivar de esta mujer es toda una aventura.
Ahora, me he encontrado con otro autor que me resulta una mezcla de los dos anteriores: Ferenc Maté me tiene loco con la restauración de su casona, granja o palacio (no sé cómo describirlo) medieval y la plantación de su viñedo en la Toscana, y lo hace desatando en mí una avalancha de sentimientos parecidos a los de Frances Mayes, mientras mantengo una sonrisa a lo Bill Bryson. Vale que ni lo uno ni lo otro son tan intensos como en el caso de los otros autores, pero la mezcla es muy gratificante. Por otro lado, este hombre está a punto de matarme de la envidia: 6 hectáreas de viñedo de lujo en medio de sus posesiones de 24 hectáreas de olivares, bosques, arroyos, cascadas, ciudades etruscas abandonadas, jabalíes y ciervos.
¿No existirá Un Viñedo el La Toscana a la española?

lunes, 22 de agosto de 2011

El mundo sin nosotros.

No hace mucho he terminado el ensayo de Alan Weisman El Mundo sin Nosotros. Desde que en alguna entrada de un blog (creo que fue en el de Antonio Muñoz Molina) me enteré de la existencia de este libro, le busqué con cierta ansía en su versión en español, porque respondía a una idea que he manejado durante años, casi siempre en los minutos previos a dormirme: ¿qué sucedería si el hombre desapareciera de manera súbita de la tierra? En su libro, Alan Weisman parte de la premisa de que la desaparición del hombre fuera súbita e indolora, algo mágica, una desaparición en la que no tuviéramos tiempo ni de recoger la mesa, y a partir de allí elucubra sobre qué sucedería con ciudades como Nueva York, monumentos, zonas contaminadas, centrales nucleares y otras creaciones humanas. Como se podía esperar, he disfrutado especialmente con los capítulos en los que trata de la que sería la evolución de los bosques y la fauna (esa imagen de Nueva York ganada por los bosques me hipnotiza), en una visión que es especialmente optimista sobre su capacidad de recuperación. El autor se apoya en la espectacular evolución de los bosques en la zona de Nueva Inglaterra después del abandono de miles de granjas y en lo que está sucediendo en zonas de exclusión humanas como el área de Chernobil, o las franjas verdes de Chipre y las dos Coreas. De acuerdo a lo que sucede en estas zonas, cabría esperar que si el hombre deja de tocar las narices, la capacidad de recuperación de los bosques frente a otro tipo de ecosistemas es mayor que lo que algunos ecologistas agoreros pronostican. No he podido evitar pensar en esto después de mi última visita al P. La parcela lleva prácticamente abandonada los dos últimos años y la capacidad de supervivencia y crecimiento de los árboles sin ningún tipo de riego me deja boquiabierto. Que árboles como encinas, pinos, cipreses, almendros y cedros bien asentados medren en un páramo calizo era algo previsible, pero que después de dos años sin ningún tipo de riego, arces, álamos, píceas, fresnos, un acebo, un castaño y un haya luzcan sanos y vigorosos es algo que me llena de asombro. Yo apostaría que con el paso de los años y la inevitable llegada de años más duros de la media, muchos de estos árboles sucumbirán, pero no es menos cierto que por toda la parcela ya he visto alguna encina y almendro nacidos por generación espontánea, por lo que si tuviera que apostar algo, yo diría que en lo que era una parcela yerma, el bosque ya lleva todas las de ganar.
Por desgracia parece que las pesimistas previsiones de Weisman respecto a la durabilidad de las construcciones humanas también se cumplen en este caso, y las grietas que recorren la casa no vaticinan nada bueno.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Aromas de Toscana

La primera semana de Abril del 2009 realizamos un viaje a Huelva y Málaga. De Huelva, de la hermosa sierra de Aracena, tengo un recuerdo febril, sin duda provocado por el malestar de una nucleosis aún no diagnosticada, de la desazón de un hígado inflamado y castigado a base de vino, y sobre todo, del cansancio, del aplastante cansancio provocado por la conjunción de dos virus puñeteros ayudados por la carga cuasi constante de veinte kilos de niñas y equipos infantiles varios.
A Málaga, al apartamento del hermano de G. llegué ya no febril, sino con fiebre, y encima de la mesa del televisor me encontré con un libro de bolsillo titulado Bajo el Sol de Toscana, de Frances Mayes. Aliviando mi cansancio y mi fiebre en un sofá incómodo, me introduje en unas páginas que me resultaron de una cercanía sorprendente. En aquel momento me desesperaba por no poder tener aún nuestra casa y abordar de una vez el millón de planes que rondaban (y rondan) permanentemente por mi cabeza, y en aquel librillo me encontré una experiencia tan cercana en motivación e ilusión a la nuestra, tan bien escrita, tan evocadora, que me enganchó como pocos libros lo han hecho en los últimos tiempos. Por desgracia, los compromisos familiares y los virus no me dejaron terminar el libro. Estuve muy tentado de robarlo, o aún peor, de pedirlo, pero me dije que no sería difícil encontrarlo en Madrid. Error, claro, se me olvidó que con los libros empieza a pasar como con las películas, se produce y publica tanto que o estás atento o te arriesgas a la posibilidad de encontrarte el libro agotado, descatalogado y perdido bajo la avalancha de las nuevas publicaciones. Eso me pasó. Probé a comprarlo en inglés (modo ebook) pero mi inglés no da para tanto, me tenía que concentrar en el entendimiento y este es un libro que hay que leerlo como el que respira, perderte en el sentimiento de la autora, encontrando similitudes entre sus ilusionas y las tuyas. No volví a encontrar el libro, hasta hace unas semanas, que por error, lo encargué de segunda mano en Amazon (¿por qué no lo pensaría antes?) Y dos años después, aquí estoy, disfrutándolo tanto como la primera vez, empujado por la experiencia de esa pareja a seguir abordando el millón de ideas que tenemos.
Por cierto, un inciso: habría que denunciar al que decidió poner en  la portada de esta edición de bolsillo una imagen de la película homónima. No tienen nada que ver, salvo el nombre. De hecho, es fácil encontrar en internet quejas de lectoras que se han comprado el libro buscando la melosa historia de amor de la película y se han encontrado con un manual del camino a la autosuficiencia y de recetas toscanas contadas por una californiana pausada.

domingo, 16 de enero de 2011

Novelas que provocan pesadillas

Para mi el objetivo último de la literatura siempre ha sido el entretenimiento, pero hay veces en las que caen en tus manos ciertos libros (Dostoysevski, la trilogía de Primo Levi, Historia natural de la destrucción de Sebald, Desgracia de Coetzee, etc, etc) en los que el disfrute que obtienes de ellos es muy relativo. Cuando uno de esos libros te atrapa eres incapaz de dejar de leerlo durante días, pero esa especie de adicción al horror humano que presentan nunca me atrevería a llamarla entretenimiento.
Me he dado cuenta de ello este fin de semana, cuando me he encontrado sufriendo pesadillas a cuenta del último libro que he finalizado, una maravilla que encontré de casualidad mientras L. dormía y C. disfrutaba seleccionando cuentos que luego apenas hojea: Sukkwan Island, de Robert Vann. El libro evoluciona a lo largo de los siguientes calificativos: entretenido, inquietante, angustioso, sorprendente (a mitad del libro tiene uno de los momentos de la literatura) sobrecogedor, opresivo, acojonante.

viernes, 7 de enero de 2011

Cinco estrellas

Además de la inevitable hoja excel, utilizo Librarything como repositorio de libros leídos (no me aporta demasiado a lo que ya me da la excel, pero es mucho más bonito, qué duda cabe) La página te permite puntuar los libros con un código que va de una a cinco estrellas, medias estrellas incluidas. Puntuar un libro o cualquier cosa, siempre me ha resultado muy difícil, por lo que la curva de mis puntuaciones no debe ser muy distinta de la típica campana de Gauss, con las tres estrellas en el eje central: libros que no me vuelven loco, pero de los que no me arrepiento haber invertido un pedazo de mi vida en ellos. De todas formas, lo más interesante, lo memorable está en las colas de las campana, esos tan infames que me han merecido una o dos estrellas (pocos, porque es raro que llegue a terminar un libro que pueda catalogar así) y, sobre todo, los cinco estrellas: esos libros que han abierto ante mí una perspectiva literaria desconocida, los causantes de que siga y siga leyendo, creo que empujado principalmente por la continua esperanza de encontrarme con uno de ellos. Hasta el día de hoy mi lista de patas negra era bastante típica:

  • Don Quijote de la Mancha
  • Cien Años de Soledad
  • Ébano (vale, este no es nada típico)
  • La Montaña Mágica
  • La Tierra Convulsa
  • Conversación en la Catedral
  • Guerra y Paz
  • La Fiesta del Chivo

Hoy estoy de enhorabuena, porque añado uno más a la lista:
-La guerra del fin del mundo.
En algún sitio leí que un maestro de la literatura era aquel que dejaba a la posteridad al menos una obra maestra, y que escritores como Vargas Llosa, capaces de dejar hasta tres, se salen de todo baremo. Estoy de acuerdo.
Un final inolvidable:
-Lo subieron al cielo unos arcángeles -dice, chasqueando la lengua - Yo los vi.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Les he pillado

En mi libro patagónico, que espero terminar algún día, comento con bastante sorna que me gustaría parecerme a esos escritores viajeros o viajeros escritores capaces de levantar la locuacidad a su paso y encontrar filósofos y héroes hasta debajo de las piedras. Esta capacidad siempre me había levantado sospechas que había dejado de lado, haciendo más caso a la belleza literaria que a la verosimilitud. Digamos que me había apuntado a la corriente resumida en la siguiente frase sobre Chatwin: no escribía media verdad, sino verdad y media. Es decir, la dosis de realidad y falsedad en lo que contaban estos escritores como Chatwin, Theroux, Thubron, Bryson o el hispano Reverte, me la traía al pairo asumiendo que el hecho concreto, la anécdota, no tenía porque ser verídica siempre que ayudase a A) mejorar la calidad literaria de la obra y B) crear una imagen del lugar visitado que transcendiera lo anecdótico (la verdad y media construida desde la media verdad). Durante esta semana tengo dudas: ¿no será que siempre me he creído la verdad y media dada la lejanía y exotismo de los destinos de tan insignes novelistas?. En fin, es fácil creer cualquier cosa ambientada en el Gallo de Hierro chino, en un barco rumbo al corazón de las tinieblas congoleñas o en las interminables estepas siberianas. Pero qué pasaría si estos personajes se paseasen por algo tan prosaico como Matalascañas. Bueno, pues ahí van algunos ejemplos extraídos de "Las Columnas de Hércules" de Paul Theroux:
"Con el tiempo, me imaginaba que este lugar sería entregado a los españoles de forma tan despiadada como sirvieron Hong Kong". 
Sí, habla de Gibraltar. Bueno, toda una apuesta, ¿verdad?.
Sobre los toros:
"Es una farsa cruel y, como suelen hacer trampas (se le cortan los cuernos al toro, lo drogan)".
Siempre me han aburrido los toros, y ahora que sé gracias a Theroux que los toreros son unos tramposos, pufff... Vamos, con el toro drogado y los cuernos cortados toreo hasta yo. Y porque no ha visto a José Tomás, que si no nos suelta que los toreros simulan cogidas y llevan bolsas de sangre escondidas entre la sopa para en un alarde de efectos especiales simular que el cuerno (recuérdese que está cortado) les ha herido.
Esta es de las mejores:
"La pornografía española me desconcertaba. Parecía ir más allá del sexo, en su mayor parte. Había niños y perros y torturas; hombres torturando a mujeres, mujeres que trataban a los hombres como bestias ... Una parte era de fabricación nacional: hermafroditas y gente haciendo sus necesidades. Vi una película donde salía una mujer, un hombre y un burro."
Para quién esté pensando ¿pero dónde se metía este hombre? que no le dé muchas vueltas:
"En los barrios más mojigatos de Alicante, Murcia o Mallorca, estas películas se exhibían junto a la tienda de golosinas o la peluquería ... Tenemos a la abuelita detrás del mostrador, vendiéndole a Juan un billete de lotería mientras que en el estante de las revistas, junto a los libros infantiles, los periódicos de la tarde y las revistas de punto y sadomasoquismo, con páginas y más páginas de mujeres torturadas, quemadas, atadas, mutiladas sexualmente, a las que les introducen objetos puntiagudos en la vagina y les retuercen sus brazos..."
La leche, qué marcha se gastan en levante, en Castilla somos unos sosos. Pero los comics son peor, según Theroux ahí llegaban al bestialismo y la necrofilia. No es que sea un entendido en la materia, pero uno ha hecho la mili y ha tenido a mano en un tiempo hormonalmente algo agitado un buen abanico de material pornográfico, y de verdad que no recuerdo nada ni remotamente parecido. Me cabe la esperanza de que las autoridades competentes leyeran el libro de este señor y hicieran algo al respecto.
Otro más:
"La comida española era... ¿cómo definirla? Mediocre, indigna de ser recordada, regional".
Je, je, je, este tío es un figura. Por supuesto, además de comer mierda y ser unos pederastas zoofílicos, los españoles podemos disfrutar de una corrida de toros a cualquier hora del día con solo poner la tele o bajar al bar de la esquina. Ha habido un momento en el que he pensado que no era capaz de aguantar la crítica y me he preguntado si no quería ver la verdad y media cuando a quien ponen a parir me pilla tan cerca, pero enseguida me he dado cuenta de que no era eso lo que me molestaba del libro. Lo que no le perdono es la impostura que en este caso veo tan clara: este tío es capaz de escribir cualquier cosa con tal de que su libro no caiga en lo insustancial. Theroux no es Lawrence Durrell, y claro, para sacar chicha de la costa andaluza sin tirar de historias raras o ponerse en plan perdonavidas hay que tener mucho talento. He estado a punto de mandar a paseo este librucho, pero sólo de pensar las joyas que me esperan en su paso por Francia e Italia, me invade un morbo...

sábado, 11 de diciembre de 2010

Reconciliación con Ernesto Sábato

En una estupenda entrada de su blog, Antonio Muñoz Molina habla de la libertad suprema de la literatura y el libre albedrío de cada cual para decidir qué es o deja de ser una obra maestra. También habla del distinto encaje o desencaje que puede tener una novela en función del momento de la vida en el que se lea, de cómo ladrillos inabordables llegan a convertirse en auténticas maravillas y como obras geniales con el paso del tiempo pierden todo su fulgor como la esencia de un buen perfume mal embotellado que se evapora con el tiempo.
Esto a veces, pocas, pasa en el breve trascurso de la lectura de una obra. A mí me ha pasado con la novela Sobre héroes y tumbas. Llegué a ella por muchas referencias - especialmente una de David Torres - su inicio me deslumbró, sus primeros capítulos me arrastraron al abismo del abandono de aquellas pocas obras que me parecen infumables (reseñable de momento se me resiste el dichoso Ulises) y de repente, la obra empezó a renacer para convertirse en una obra de arte que a ratos nacía para sólo unas páginas más tarde volver a morir. Al fin la he terminado con un sentimiento amargo de no haber entendido algo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Amor a primera vista


Últimamente los únicos libros que compro (un daño colateral evidente de mi rentable sony reader) son los que por una u otra razón me enamoran de manera fulminante. La semana pasada me pasó en un Vips (creo que es la primera vez que compro un libro en un Vips, cosa curiosa) con el libro Leviatán o la Ballena, de Philip Hoare. No sé si fue el encuadernado, la reseña de Antonio Muñoz Molina en la portada, la literatura en estado puro que avisté en el vistazo apresurado que pude hacer (G. y las niñas me esperaban en la calle bajo cero) o la mezcla de todo ellos, pero después de haber abandonado la tienda, presintiendo mi arrepentimiento, le pedí un minuto a G. y regresé a por mi ejemplar. La reseña de Muñoz Molina que aparece en la portada de aspecto envejecido es la primera frase de un extracto del interesante artículo que dedicó al libro en El País. Dice así:

"Philip Hoare ha aprendido de Bruce Chatwin y de J. G. Sebald la libertad suprema de la escritura como divagación, que en el fondo viene de los orígenes de la prosa, porque es así como escribía Herodoto: contar en primera persona un viaje en busca de algo y divagar o desviarse por las conexiones que van apareciendo, que pueden llevarlo a uno a hallazgos inesperados, en el mundo real y en los libros, en las películas, en los recuerdos."
Para que no quede duda de lo que significa lo arriba reseñado, aquí va el comienzo del libro:
"Quizá es porque casi nací bajo el agua.
Un día antes de que mi madre saliera de cuentas ella y mi padre visitaron el muelle de la Armada en Portsmouth, donde les permitieron entrar en un submarino. Al bajar, mi madre empezó a sentir los dolores de parto. Por unos momentos pareció que yo iba a aparecer bajo la línea de flotación, pero acabé naciendo en nuestra casa victoriana semipareada en Southampton, que conservaba los cordones para hacer sonar las campanillas que llamaban al servicio y una oscura escalera de teca que se enroscaba sobre sí misma."
En esa oscura escalera de teca se esconde la esencia de la literatura subyugante de Chatwin y, efectivamente (esta vez la compra no fue un error) Hoare.
La frase de Muñoz Molina, además de acertada me obliga a recuperar el libro "Los anillos de Saturno" de Sebald. 

domingo, 24 de octubre de 2010

Condenado a leer

Ayer cayó en mis manos "Carta al Padre" de Frank Kafka. Empieza así:
"Querido padre:
    No hace mucho me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe que contestarte; en parte, precisamente, por el miedo que te tengo;"

Es uno de esos comienzos que no me dejan otra opción: me resulta inevitable leer ese libro.

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