domingo, 24 de febrero de 2013

Los padres de la jardinería moderna III: Una amateur de éxito profesional


Vita Sackville-West (1892-1962)


La vida de Vita Sackville-West parece sacada de una novela de Edward Morgan Foster o Virginia Woolf. Debe ser porque las novelas de Morgan Foster y Virginia Wollf salían de personas como Vita Sackville-West. Y a veces en un sentido literal: la novela Orlando de Virginia Woolf se basa en la vida de Vita Sackville-West, aunque no tengo claro si es una muestra de admiración o de auténtica mala baba. 
Como hija única del barón Sackville, Vita fue miembro de la más alta aristocracia y se crió en Knole, una enorme mansión en medio de un enorme jardín en Kent. Su vida estuvo marcada por esa curiosa mezcla de romanticismo, conservadurismo y liberalismo que se respiraba en la aristrocracia británica decimonónica. Haz lo que te dé la gana pero que no se te note mucho, parecía ser el lema alrededor del que giraban las vidas de este mundillo. Por poner un ejemplo, Vita estuvo marcada de por vida por no poder heredar Knole por el simple hecho de ser mujer (perder semejante casoplón debe ser una experiencia que traumatice a cualquiera) pero no parece que ni ella, ni su marido, ni su entorno tuvieran mayores problemas porque mantuvieran relaciones homosexuales. Vita debió ser algo así como un espíritu indomable. A fin de cuentas su madre se llamaba Victoria Josefa Dolores Catalina Sackville-West, y nombres tan hispanos se debían a que era hija ilegítima de su suegro (ahí queda eso) y una bailarina española llamada Josefa de la Oliva. Vamos, que si tu abuelo por parte de padre y madre es el mismo, vives en una casa en la que puedes perderte sin un buen GPS y encima sangre flamenca corre por tus venas, un poco atípica sí debes ser. 
Con 21 años Vita se casó con Harold Nicholson, un diplomático, parlamentario y escritor, por el que no parece que sintiera mucha pasión. La boda huele a presiones maternas, o dicho de otra manera, a la parte del que no se te note mucho del comportamiento inglés. Porque, en fin, que una mujer defina a su marido como un buen compañero del que le encanta su cerebro, pues hombre, no me parece un cumplido como para echar cohetes. En palabras de Vita, su relación era "so fresh, so intellectual, so unphysical", y su marido: "Some were born to be lovers, others to be husbands, he belongs to the latter category". Pues ya está. Se casaron y a falta de mansión su madre le dio una asignación de 2.500 libras que me imagino que era una pasta de la época. Vita parece que mantuvo unos cuantos romances con otras mujeres (Virginia Woolf entre ellas), pero aún así Harold y ella tuvieron tres hijos, y parece que en algún momento fueron capaces de definir un modelo de convivencia en el que fueron bastante felices.
En el título de esta entrada he catalogado a Vita como una jardinera amateur. Me reafirmo en ello. Vita, además de aristócrata, fue una escritora de poesía y novela de notable éxito que encontró en la jardinería una afición que le permitía recrear su mundo romántico soñado, su ideal literario. Y lo hizo tan bien que creó el jardín que de acuerdo a muchos (muchos ingleses, sobre todo) es el jardín más famoso del mundo. Pero antes de llegar a su obra maestra, Vita y Harold, tuvieron un buen campo de experimentación en su primera casa en Long Barn, una casa de estilo rústico que reconstruyeron contando con la ayuda inestimable de su madre, que puso la pasta y los contactos presentándole nada menos que a Gertrude Jekyll. En este primer jardín Vita empezó a jugar con  la decoración con plantas en base al color y la textura y Harold con las estructuras que forman la arquitectura subyacente del jardín. Fue un buen laboratorio durante 15 años y les sirvió para lanzarse con el conocimiento que dan los errores cometidos a su obra maestra: los jardines de Sissinghurst Castle. 
En 1930 la pareja pudo adquirir gracias a sus ingresos como escritores (está claro que las letras antes rendían más o que el mercado inmobiliario era otra cosa) la ruinas de una mansión de estilo isabelino inglés, el impronunciable Sissinghurst Castle. La propiedad tenía su origen en una fortaleza del siglo XII que ya en el XVI fue convertida en una gran hacienda de estilo isabelino. Hasta la llegada de sus nuevos propietarios, la mansión había tenido la oportunidad de ser cárcel para soldados franceses, comuna agrícola para agricultores pobres, granja y al fin una ruina abandonada. A esta ruina llegaron Harold y Vita y se lanzaron en cuerpo y alma a su reconstrucción.  Rehabilitaron la casa, eliminaron edificios ruinosos y construyeron la estructura del jardín de 5 hectáreas. En lugar de crear una estructura clasicista que entregara extensas vistas del jardín, la pareja buscó que el jardín fuese íntimo y recogido, que estuviera protegido del mundo exterior y generara una atmósfera de misterio y romanticismo, de mundo enclaustrado o hortus conclusus. Así, la estructura del jardín la forman los muros y altos setos que forman 10 recintos aislados entre sí aunque intercomunicados por una red de senderos. Cada recinto contiene un tipo de jardín distinto. Quizás el más conocido de todos sea el jardín blanco, un jardín que explota como hasta entonces nunca se había hecho las cualidades luminosas de las flores blancas. Este habitáculo fue la principal inspiración de la moda de jardines temáticos por color que tan bien desarrollaron jardineras como Rosemary Verey y Penelope Hobhouse. También hay un jardín de rosas, y un huerto frutal, y bosquecillos de avellanos en los lindes de las finca. Especialmente famoso es el paseo de los Tilos de estilo italiano, diseñado por Harold. Este jardín, lleno de estatuas y macetas de terracota, es una concesión de Vita a su marido, y de él decía con cierta sorna que le recordaba al andén 5 de Charing Cross. Y es que también en la jardinería la pareja tuvo visiones contrapuestas o complementarias, según el optimismo con el que se mire. Vita conoció personalmente a Gertrude Jekyll y William Robinson y fue admiradora y fiel seguidora de sus principios y de la filosofía Arts and Craft. Así sus diseños eran un caos organizado de exuberantes composiciones florales. Por el contrario, su marido buscaba la racionalidad a través de los setos y los paseos rectilíneos. A mí, personalmente me parece que la forma en la que esta pareja practicaba la jardinería no era más que un reflejo de sus personalidades y una extensión natural de su pacto tácito de convivencia. 
Muchos de los edificios ruinosos de la propiedad fueron eliminados y otros rehabilitados, pero también se usaron parte de las ruinas de la propiedad como un decorado teatral de fondo. El elemento más visible es por motivos obvios la Tower Lawn, una torre de ladrillo donde se encontraba y se encuentra el estudio de Vita, y desde cuyas ventanas dicen que la pareja organizaba la estructura del jardín y guiaba a sus hijos para que clavaran las estacas para marcar los espacios. No sé si la historia será verdad, pero esta imagen de diseño familiar del jardín me encanta. Además hay muros que soportan trepadoras, fosos convertidos en estanques y árboles antiguos que dan un toque señorial al jardín. Al fin un jardín romántico, exuberante y vitalista.  
Vita fue famosa en sus tiempos como poeta, pero no lo fue menos con sus columnas semanales sobre jardinería durante 14 años en el diario The Observer. Su columna se titulaba In Your Garden y estaba escrita en un lenguaje llano y familiar, muy cercano a sus lectores, en un patrón que se ha repetido a lo largo de la historia en otros muchos escritores sobre jardinería. De hecho creo que el diseño de jardines ha sido el arte de lenguaje menos pomposo que haya habido. Quizás sea que mancharse las manos de tierra de vez en cuando allana el alma. O quizás su aprendizaje autodidacta basado en la prueba y error no le permitiera escribir de otra manera. Vita, que fue fundadora del National Trust, una institución británica que se ha encargado de conservar hasta nuestros días un gran número de obras maestras de la jardinería (además del más llano la jardinería es uno de los artes más volátiles), al final de sus días no quiso entregar su jardín a la institución, posiblemente preocupada porque la orientación conservadora del National Trust no permitiera que su jardín evolucionase con la exuberancia y libertad que ella tanto disfrutaba. Bueno, no tenía razón. Unos años después de su muerte, finalmente el National Trust se hizo cargo de los jardines y precisamente gracias a ellos, miles de visitantes pueden seguir convirtiéndolos cada año en unos de los jardines más visitados del mundo. 

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