lunes, 10 de diciembre de 2012

Jardin d'Atmosphère du Petit Bordeaux


Nuestra parcela mide casi una hectárea. Exactamente 9.996 metros cuadrados, un rectángulo de 147 por 68 metros repleto de robles en fuerte pendiente. Un espacio chiquitín para las ideas de jardín que bullen a su aire y sin pedir permiso por mi cabeza. Una superficie desmesurada para el jardín que somos capaces de desarrollar y mantener. Por las noches me acuesto preocupado porque nos estamos quedando sin espacio para nuestra colección de abetos cuando en realidad hay trozos de la parcela que apenas hemos pisado. Soñar es gratis, pero plantar y mantener árboles no. En fin, aunque suene a consuelo barato, soy de los que creen que en el viaje es más interesante el camino que el destino, así que por mi parte, me basta con que el jardín real siga dando pasitos hacia el imaginario. De hecho, con muchos de los jardines que salen en este blog tengo una curiosa sensación: son obras de arte, son preciosos, son inspiradores... pero si mi jardín tuviera su grado de madurez creo que me aburriría como una ostra. Algunos son tan redondos, tan perfectos, tan rotundos, que no dejan ningún margen a la intervención. Jardines contémplame y no me toques. Además muchos de ellos son inaccesibles hasta para mi imaginación. Su tamaño y riqueza de medios los dejan sólo al alcance de entidades o particulares muy acaudalados. Jardines de los que extraigo detalles e ideas, jardines que me enseñan pero que no pueden inspirarme como conjunto. Con el jardín de esta entrada no me pasa ni lo uno ni lo otro. Aún en su perfección me parece un jardín tremendamente vivo y sujeto al cambio, y aún en su espectacularidad es asequible (para una imaginación muy optimista y generosa, claro). Una hectárea y media, sólo algo mayor que nuestra parcela, y diseñado y plantado en exclusiva por un matrimonio en una labor incansable de veinte años. No creo que mi mujer y yo lleguemos a esto ni en veinte ni en cincuenta años, pero me conformaré con cada pasito que nos acerquemos a algo así.
El jardín está situado en la pequeña población de Saint-Biez-en-Belin, en la región de Loira, cerca de Le Mans y no tiene desperdicio. En una superficie de hectárea y media acumula unas 3.800 especies y variedades de árboles, arbustos, vivaces, bulbos y anuales. Podría pasarme (de hecho me paso) minutos con cada foto que aparece en su web jugando a identificar especies. 3.800 especies en un jardín que nació en 1987 y se doctoró en el 2007, cuando obtuvo el premio de mejor jardín de Francia. 3.800 especies en veinte años implican una introducción media de 190 especies al año. Como no creo que la plantación de nuevas especies haya sido uniforme en el tiempo, me imagino la locura de diseño y plantación que han debido ser algunas temporadas de este matrimonio. Y luego mi mujer me dice que estoy obsesionado (impresionado dice mi hija) si planto veinte nueves especies y variedades en un año. 

Michel and Sylvie Berrou es la pareja propietaria y autora del jardín. No he encontrado mucha información sobre sus vidas, pero de acuerdo a los extractos de su libro que he podido ver, todo parece que apunta a la típica historia de la pareja urbanita que un buen día se aburrieron de las angustias de París y fueron a parar a una propiedad con una casa de campo achacosa rodeada de bosques. Cómo llegaron de eso a lo que tienen hoy en tan solo veinte años es algo que todavía me cuesta entender, y más aún después de leer que lo mantienen ellos mismos sin contar con un equipo de jardineros. Se ve a la legua que los Berrou tienen el gusanillo del coleccionismo de plantas, que son los que los ingleses llaman plantsman, pero además tienen un talento excepcional para la composición de jardines. El jardín está articulado alrededor de una serie de caminos y claros serpenteantes y amurallados por plantaciones masivas de  árboles y macizos espectaculares de arbustos y vivaces que ocupan hasta el último milímetro. El jardín está en Francia pero es muy poco francés. Con sus caminos sinuosos, sus plantaciones informales, sus estanques, su pérgola y sus esculturas románticas, tiene mucho más de jardín inglés. El toque más moderno del jardín lo pone la zona de setos redondeados de los que nacen un bosquete de abedules. La casa de piedra, techos de teja y contraventanas de madera, donde viven los Berrou, incrementa el aspecto campestre y asilvestrado del jardín. El jardín está abierto al público y cuenta con un vivero, como no podía ser de otra manera, porque no me parece que haya forma humana de mantener algo así sin contar con tu propio vivero.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La habitación Verde


Me siento un poco traidor. Casi todas mis entradas se refieren a proyectos de paisajistas de éxito que además de su talento tienen todos los medios a su alcance para hacer jardines espectaculares. Son una guía y una fuente de inspiración, sí, pero están a años luz de lo que yo soy: un aficionado a la jardinería. Y es que estoy convencido que los jardineros y paisajistas de éxito son el resultado y no la causa (al menos no la causa única) del éxito de la jardinería. Usando un símil de esos literarios que tanto me gustan, es una gozada poder leer Cien Años de Soledad, pero mi admiración va por los millones de lectores y escritores anónimos que garantizan la supervivencia de la cultura literaria y aseguran que en distintos momentos y lugares sigan apareciendo otros Cien Años de Soledad. Así, la supervivencia de la cultura de la jardinería se sostiene sobre millones de aficionados y profesionales que no tienen que haber ganado una medalla en el Chelsea Flower Show. Y ahí llegamos al fondo del problema: yo creo que en España no disponemos de esa base de aficionados y profesionales que garanticen una sana cultura del jardín. En España asumimos que el diseño y construcción de nuestras casas, ropas, muebles, coches y tantos y tantos objetos de uso cotidiano, debemos dejarlos en manos de profesionales, pero en cambio asumimos, en una curiosa pirueta mental, que el diseño y construcción de nuestros jardines puede limitarse a plantar un olivo arrugado y cuatro petunias a su alrededor. ¿Para qué contar con profesionales si con asfaltar el patio lo tenemos hecho? ¿Y la terraza? La terraza para tender la ropa y dejar las bicis. No necesitamos jardineros y paisajistas. Y así nos luce el pelo, claro. 
Que no se me entienda mal, no estoy diciendo que uno no pueda aspirar a diseñar sus jardines (yo lo intento) lo que digo es que no entiendo por qué ni siquiera aspiramos a diseñar nuestros jardines. ¿Por qué renunciamos con tanta facilidad a vivir en un espacio cómodo, agradable y bello? ¿Por qué tenemos esa facilidad para despreciar la potencialidad de nuestro entorno e ignorar la capacidad de ayudarnos que tienen paisajistas, arquitectos e interioristas?. Por eso aquí va mi más sincera admiración hacia quien lo intentan en semejante territorio hostil. Esta entrada va dedicada a los valientes que en un país como el nuestro pelean contra la indiferencia para tratar de vivir del sentimiento estético. Y un buen ejemplo me parece La Habitación Verde,  un estudio formado por una pareja de arquitectos paisajistas empeñados en quitar el aura de elitismo y exclusividad al diseño de jardines, dos profesionales que apuestan porque el diseño de un jardín esté al alcance de todos. Empiezan bien desde el nombre, porque lo de Habitación Verde me parece la mejor de las definiciones de lo que debería ser un jardín: una extensión agradable al aire libre de nuestra vivienda en lugar de un espacio aséptico e inutilizable. Más vale un ejemplo que mil palabras, unas fotos de un ático en Madrid diseñado por este estudio. 






 







Estamos de acuerdo en que esta terraza no responde a los parámetros habituales, ¿verdad?. A ojímetro diría que el 99% de las terrazas españolas son terreno baldío. La de hectáreas de terreno que sumarán todas las terrazas, patios y jardincillos desaprovechados en España, despreciados cuando en un clima como el nuestro podrían ser el espacio más importante de la casa. Hacer un diseño no es fácil, pero lo que sí que es fácil es disfrutar del diseño de otros. Si nos gastamos dinero en amueblar y vestir nuestras casas, ¿por qué no amueblamos y vestimos toda la casa?. A mí esta terraza me parece que el resultado merece la pena. Por si a alguien se anima, aquí las 7 claves del diseño de jardín en áticos que nos regalan los autores de éste. Y hablando de regalos, los responsables de la Habitación Verde además nos regalan dos blogs, el primero de ellos el asociado al estudio (Blog La Habitación Verde) y el segundo el mantenido por Andrea, Miss Jardín, un sitio donde se respira diseño y belleza. Por este blog y otro par de ellos, un servidor empezó a elucubrar en estas líneas. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

Stone River


Mi padre construyó una casa con sus propias manos. Con las suyas y con las de su familia, porque en especial mi madre y en menor medida los hijos, trabajamos en levantar aquella casa lo que no está escrito. Nunca sentí que mi padre me obligase a trabajar, y de hecho estoy seguro de que no lo hizo, pero con doce años un servidor se pasó muchas mañanas de verano hormigonando la cubierta de aquella casa. Desde abajo mi madre llenaba y enganchaba calderetas a una cuerda y desde arriba yo las subía hasta el tejado jalando con ganas. La de cientos de calderetas que subiríamos a aquel tejado. Ni siquiera teníamos una polea. Hormigonera tampoco. Ya digo que hicimos la casa con las manos. El resultado fue francamente mejorable desde un punto de vista arquitectónico que tenga una mínima dosis de objetividad, pero yo, de pocas cosas me siento más orgulloso que de esa casa.  Es más, estoy seguro de que para bien o para mal, gran parte de lo que soy se debe a aquella casa. 
Mi padre no lo dejó en la casa, después vinieron una piscina y una bodega en una labor ininterrumpida de muchos años. La imagen de mi padre haciendo el hoyo de aquella bodega a pico y pala, sacando la tierra en pequeños tiestos adecuados para las fuerzas menguantes que su edad imponía, siempre me pareció más cercana a Edmond Dantés que a una persona de nuestros tiempos. Porque es extraño encontrar en estos tiempos gente dispuesta a adoptar un trabajo físico de cierta dureza como hobby. Ni como hobby ni como nada. El año pasado un constructor al que pedíamos presupuesto para una pequeña obra de solado nos exigía cortar tres robles bien hermosos para dar acceso a la retroexcavadora imprescindible según él para retirar una capa de 20 centímetros de tierra. Capa que yo podría haber retirado en una jornada de trabajo y que los tres rumanos que finalmente se llevaron la obra quitaron en menos de dos horas con la ayuda de un pico, una pala y una carretilla. Por eso me ha llamado tanto la atención el reportaje sobre el río de piedra de Jon Piasecki que aparece en la edición de Julio de este año de la revista Landscape Architecture Magazine. 
Jon Piasecki es un arquitecto paisajista interesado en la construcción con piedra, las plantaciones nativas y el establecimiento de conexiones entre el ser humano y la tierra. Pero si hay algo que le diferencie es su preocupación por construir lo que diseña. Y para muestra su río de piedra. A lo largo de un antiguo muro abandonado en medio de los bosques del condado de Dutchess, al este de Nueva York (posiblemente un pequeño trozo de los miles de kilómetros de muros perdidos en mitad de los bosques que en Nueva Inglaterra han engullido las granjas abandonadas), Piasecki ha construido un camino de losas de mica unidas con precisión milimétrica. Las piedras del antiguo muro las ha apilado a ambos lados de las losas simulando las orillas de un arroyo. Un río de piedra que persigue la imagen de algo líquido que el autor percibió en la masa de rocas cubiertas de musgos, helechos, zarzas y troncos en la que se había convertido el muro. Allí donde pudo, evitó alterar esos helechos, zarzas, musgos y troncos con el fin de preservar la vida allí existente y crear la sensación de que el camino ha crecido orgánicamente. Al fin, la mejor descripción de su río de piedra es la que aparece en la revista Landscape Architecture Magacine: "un elocuente recordatorio del poder de la simplicidad, el uso del trabajo, el paso del tiempo, la belleza de la artesanía y la fuerza de una idea simple ejecutada tan cerca como se pueda de la perfección".











Los más de 240 metros de camino de piedra han supuesto el movimiento de toneladas de arena y grava para el firme, y muchas más toneladas de piedras para las paredes y el pavimento del camino. Cientos de toneladas movidas con sus propias manos y la ayuda de un simple carrito de madera. Me cae simpático este Piasecki. 



Este esfuerzo viene motivado por su preocupación por el distanciamiento actual entre diseño y fabricación. Estamos tan acostumbrados a que unos (habitualmente conocidos y valorados) diseñan y otros (casi siempre desconocidos y despreciados) construyen que hemos llevado esta filosofía a todos los aspectos de nuestra vida, incluido el paisajismo. La separación entre diseño y fabricación no deja de ser una pata del progreso pero quizás hemos ido demasiado lejos, y eso es lo que se pregunta Piasecki abiertamente. ¿Es hora de volver al movimiento Arts and Crafts que tan de moda estuvo entre las clases acomodadas británicas en el siglo XIX?. Yo creo que ya lo estamos haciendo, y si entonces el movimiento nació como respuesta a la brutalidad de la revolución industrial, quizás hoy lo haga como respuesta a la desmesura de la deslocalización y la globalización. 
También me resulta curioso el análisis que Piasecki hace de la construcción en piedra a lo largo de distintas culturas. En su opinión en Roma y alrededor del mundo mediterráneo el poder y el imperio se expresaba mediante la construcción de muros que separaban cultura y naturaleza. El Imperio Inca en cambio trataba de fusionarse con la naturaleza para crear la idea de que el emperador era una fuerza más de la naturaleza. Entiendo de sus palabras que lo que él buscaba era seguir el modelo Inca con el fin de unir cultura y naturaleza, aportar su grano de arena para cerrar una brecha que según él es intrínseca a nuestra moderna relación con la tierra. ¿Y lo consigue?. Pues no lo sé. Desde luego logra dar accesibilidad a la naturaleza, ofrece una vía para disfrutar del bosque sintiéndonos bajo la protección de un camino trazado, librándonos de nuestros miedos atávicos. ¿Pero eso en sí mismo no sigue siendo un pequeño muro, una triquiñuela que distancia jugando a acercar?. Quizás esta forma de verlo sea solo una malformación de mi forma romana de pensar. De hecho, yo no considero que haya una brecha entre la cultura y la naturaleza a las que pertenezco, pero la realidad es que toda mi labor de jardinería no deja de ser un intento de civilización de la naturaleza, la constante construcción de invisibles muros. 
Yo por desgracia no dispongo del tiempo libre que disponía mi padre, ni de la valentía de Piasecki que ha decidido vivir junto con su mujer y sus hijos en una granja en West Stockbridge, Massachusetts, en la que cultivan sus alimentos, crían animales y construyen con piedra y madera. Pero me sigo pegando buenas palizas a trabajar en nuestro terruño, que al menos nos da la oportunidad de, como señala Piasecki, tratar de que nuestras hijas estén conectadas con el mundo y que las estaciones signifiquen algo para nosotros, aunque sólo sea porque sembremos en primavera y cosechemos en otoño. 

Fuentes: Arch Daily, Estudio de Jon Piasecki, Observatory Design Observer, Landscape Architecture Magacine Julio de 2012

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