Mi padre construyó una casa con sus propias manos. Con las suyas y con las de su familia, porque en especial mi madre y en menor medida los hijos, trabajamos en levantar aquella casa lo que no está escrito. Nunca sentí que mi padre me obligase a trabajar, y de hecho estoy seguro de que no lo hizo, pero con doce años un servidor se pasó muchas mañanas de verano hormigonando la cubierta de aquella casa. Desde abajo mi madre llenaba y enganchaba calderetas a una cuerda y desde arriba yo las subía hasta el tejado jalando con ganas. La de cientos de calderetas que subiríamos a aquel tejado. Ni siquiera teníamos una polea. Hormigonera tampoco. Ya digo que hicimos la casa con las manos. El resultado fue francamente mejorable desde un punto de vista arquitectónico que tenga una mínima dosis de objetividad, pero yo, de pocas cosas me siento más orgulloso que de esa casa. Es más, estoy seguro de que para bien o para mal, gran parte de lo que soy se debe a aquella casa.
Mi padre no lo dejó en la casa, después vinieron una piscina y una bodega en una labor ininterrumpida de muchos años. La imagen de mi padre haciendo el hoyo de aquella bodega a pico y pala, sacando la tierra en pequeños tiestos adecuados para las fuerzas menguantes que su edad imponía, siempre me pareció más cercana a Edmond Dantés que a una persona de nuestros tiempos. Porque es extraño encontrar en estos tiempos gente dispuesta a adoptar un trabajo físico de cierta dureza como hobby. Ni como hobby ni como nada. El año pasado un constructor al que pedíamos presupuesto para una pequeña obra de solado nos exigía cortar tres robles bien hermosos para dar acceso a la retroexcavadora imprescindible según él para retirar una capa de 20 centímetros de tierra. Capa que yo podría haber retirado en una jornada de trabajo y que los tres rumanos que finalmente se llevaron la obra quitaron en menos de dos horas con la ayuda de un pico, una pala y una carretilla. Por eso me ha llamado tanto la atención el reportaje sobre el río de piedra de Jon Piasecki que aparece en la edición de Julio de este año de la revista Landscape Architecture Magazine.
Jon Piasecki es un arquitecto paisajista interesado en la construcción con piedra, las plantaciones nativas y el establecimiento de conexiones entre el ser humano y la tierra. Pero si hay algo que le diferencie es su preocupación por construir lo que diseña. Y para muestra su río de piedra. A lo largo de un antiguo muro abandonado en medio de los bosques del condado de Dutchess, al este de Nueva York (posiblemente un pequeño trozo de los miles de kilómetros de muros perdidos en mitad de los bosques que en Nueva Inglaterra han engullido las granjas abandonadas), Piasecki ha construido un camino de losas de mica unidas con precisión milimétrica. Las piedras del antiguo muro las ha apilado a ambos lados de las losas simulando las orillas de un arroyo. Un río de piedra que persigue la imagen de algo líquido que el autor percibió en la masa de rocas cubiertas de musgos, helechos, zarzas y troncos en la que se había convertido el muro. Allí donde pudo, evitó alterar esos helechos, zarzas, musgos y troncos con el fin de preservar la vida allí existente y crear la sensación de que el camino ha crecido orgánicamente. Al fin, la mejor descripción de su río de piedra es la que aparece en la revista Landscape Architecture Magacine: "un elocuente recordatorio del poder de la simplicidad, el uso del trabajo, el paso del tiempo, la belleza de la artesanía y la fuerza de una idea simple ejecutada tan cerca como se pueda de la perfección".
Los más de 240 metros de camino de piedra han supuesto el movimiento de toneladas de arena y grava para el firme, y muchas más toneladas de piedras para las paredes y el pavimento del camino. Cientos de toneladas movidas con sus propias manos y la ayuda de un simple carrito de madera. Me cae simpático este Piasecki.
Este esfuerzo viene motivado por su preocupación por el distanciamiento actual entre diseño y fabricación. Estamos tan acostumbrados a que unos (habitualmente conocidos y valorados) diseñan y otros (casi siempre desconocidos y despreciados) construyen que hemos llevado esta filosofía a todos los aspectos de nuestra vida, incluido el paisajismo. La separación entre diseño y fabricación no deja de ser una pata del progreso pero quizás hemos ido demasiado lejos, y eso es lo que se pregunta Piasecki abiertamente. ¿Es hora de volver al movimiento Arts and Crafts que tan de moda estuvo entre las clases acomodadas británicas en el siglo XIX?. Yo creo que ya lo estamos haciendo, y si entonces el movimiento nació como respuesta a la brutalidad de la revolución industrial, quizás hoy lo haga como respuesta a la desmesura de la deslocalización y la globalización.
También me resulta curioso el análisis que Piasecki hace de la construcción en piedra a lo largo de distintas culturas. En su opinión en Roma y alrededor del mundo mediterráneo el poder y el imperio se expresaba mediante la construcción de muros que separaban cultura y naturaleza. El Imperio Inca en cambio trataba de fusionarse con la naturaleza para crear la idea de que el emperador era una fuerza más de la naturaleza. Entiendo de sus palabras que lo que él buscaba era seguir el modelo Inca con el fin de unir cultura y naturaleza, aportar su grano de arena para cerrar una brecha que según él es intrínseca a nuestra moderna relación con la tierra. ¿Y lo consigue?. Pues no lo sé. Desde luego logra dar accesibilidad a la naturaleza, ofrece una vía para disfrutar del bosque sintiéndonos bajo la protección de un camino trazado, librándonos de nuestros miedos atávicos. ¿Pero eso en sí mismo no sigue siendo un pequeño muro, una triquiñuela que distancia jugando a acercar?. Quizás esta forma de verlo sea solo una malformación de mi forma romana de pensar. De hecho, yo no considero que haya una brecha entre la cultura y la naturaleza a las que pertenezco, pero la realidad es que toda mi labor de jardinería no deja de ser un intento de civilización de la naturaleza, la constante construcción de invisibles muros.
Yo por desgracia no dispongo del tiempo libre que disponía mi padre, ni de la valentía de Piasecki que ha decidido vivir junto con su mujer y sus hijos en una granja en West Stockbridge, Massachusetts, en la que cultivan sus alimentos, crían animales y construyen con piedra y madera. Pero me sigo pegando buenas palizas a trabajar en nuestro terruño, que al menos nos da la oportunidad de, como señala Piasecki, tratar de que nuestras hijas estén conectadas con el mundo y que las estaciones signifiquen algo para nosotros, aunque sólo sea porque sembremos en primavera y cosechemos en otoño.
Fuentes: Arch Daily, Estudio de Jon Piasecki, Observatory Design Observer, Landscape Architecture Magacine Julio de 2012
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