lunes, 14 de enero de 2013

Los padres de la jardinería moderna II: Gertrude Jekyll, la madre de la Horticultura Ornamental


Gertrude Jekyll (1843-1932)


Gertrude Jekyll es de acuerdo a muchos autores la diseñadora de jardines más influyente del pasado siglo. Fiel defensora del movimiento Arts and Crafts, fue una mente liberal e inquieta que se atrevió a romper los aburridos moldes que imponía a las mujeres la sociedad victoriana. En un gesto inusual para una joven de su época, estudió en una facultad de arte. No se liberó de todas las convenciones sociales sin embargo, ya que su posición económica, si bien le permitió estudiar e investigar, no le permitió dedicarse a su arte profesionalmente. En pleno siglo XIX, habría sido impensable que una mujer de clase acomodada como era ella hubiese cobrado por su trabajo. Así que de forma amateur, aprovechó su formación y capacidad creativa para dedicarse a campos tan diversos como la pintura, la fotografía, los bordados o el moldeado con metales. No parece por su legado que fuera extraordinaria en ninguno de ellos, pero sí que se desenvolvía con soltura. Dónde sí que fue extraordinaria fue en la última de sus aficiones, a la que fue curiosamente encaminada por una limitación física. A medida que entraba en años la miopía limitó notablemente su vista y encontró en la jardinería una disciplina en la que por su escala sus problemas no eran tan limitantes, y más teniendo en cuenta su aproximación impresionista a la combinaciones cromáticas que enseguida veremos.
Gertrude Jekyll fue contemporánea de William Robinson y como cualquier seguidor del movimiento Arts and Crafts, favorable a la artesanía y las técnica tradicionales del medio rural como rebelión frente a la fabricación masiva industrial, no pudo menos que caer prendida del mensaje naturalista y liberador de The Wild Garden. Jekyll llegó a conocer bien a Robinson (y viceversa) y colaboraron en muchos de sus escritos. Jekyll escribió muchos artículos en la revista The Garden publicada por Robinson e incluso hay quien señala que algunas de las ideas del libro The English Flower Garden de Robinson, tuvieran su origen en Gertrude Jekyll. Supongo que quien señala esto se basa en la diferencia entre ambos autores, que hacen más verosímiles ciertos planteamientos en una que en el otro. Porque pese a su alineación en cuanto al concepto de plantación naturalista basada en las asociaciones sostenibles de plantas, Gertrude Jekyll era bastante más formal y mostraba una mayor preocupación por el color que Robinson, y de hecho profundizó como nadie en las combinaciones de plantas en base al color. 
Si su colaboración con Robinson fue importante, más lo fue aún su asociación con el arquitecto Edwin Lutyens. Jekyll conoció a Lutyens al comienzo de su carrera, mucho antes de que el arquitecto se convirtiera en una gloria del Imperio Británico tras diseñar, entre otras muchas cosas, gran parte de Nueva Delhi en una labor ininterrumpida de 20 años. Cuando Gertrude Jekyll compró Munstead Wood, una finca de seis hectáreas en Surrey donde quería levantar su hogar y desarrollar sus ideas sobre jardinería, buscó arquitecto y conoció a Lutyens, un joven de 20 años con el que hubo sintonía. Ése fue el comienzo de una asociación que casi podríamos calificar de simbiótica. El beneficio mutuo que sacaron uno del otro fue enorme. Jekyll le abrió a Lutyens su amplio círculo de contactos adinerados, y Lutyens le entregaba la posibilidad de colaborar en proyectos de una manera profesional. Jekyll y Lutyens visitaban juntos los solares y luego el arquitecto se hacía cargo del desarrollo del proyecto, aunque presumiblemente contando con la dirección de Jekyll, al menos en lo que a diseño de las plantaciones se refiere. Lutyens se encargaba del diseño de la estructura (demasiado formal para el gusto de Robinson) y de su construcción en forma de casas, muros, caminos y pavimentos, y Jekyll de decorarla mediante sus enormes plantaciones. 
No se puede decir que Gertrude Jekyll inventara el arriate o borde herbáceo (parece que ya lo había hecho bastante antes John Claudius Loudon) pero sí que lo lanzó al estrellato. Los jardines de Jekyll se inspiraban en las pequeñas casas de campo inglesas, pero sus elementos más importantes fueron sus larguísimos bordes herbáceos (para muestra de lo que podían llegar a ser tenemos las dimensiones del mayor borde de Munstead Wood: 70 m x 4 m) compuestos de perennes, arbustos y anuales situados contra un muro o seto recortado y delimitados por un camino o extensión de césped y que permanecían en flor durante todo el verano y parte del otoño. Jekyll estaba profundamente influenciada por los pintores impresionistas, y como éstos, por los trabajos sobre los principios de la armonía y el contraste de colores de Michel Eugéne Chevreul. En los trabajos del químico francés encontró la teoría que necesitaba para las combinaciones de color de sus plantaciones. Hay quien dice que sus bordes florales eran como la típica rueda de color que usan los pintores, pero estirada en línea y con cada grupo de color equilibrado por puntos focales de un color complementario y con grupos de gris y blanco sosteniendo todo el conjunto. La diseñadora también experimentó con el color para acentuar la longitud de sus bordes mediante la ubicación adecuada de colores que aproximan (rojos y anaranjados) y colores que alejan (azules fríos y púrpuras). 
En los últimos tiempos, el color ha perdido importancia en la jardinería frente a la estructura y textura de las plantas, pero durante todo un siglo, el trabajo de Jekyll fue una referencia obligada, que aún hoy no puede ser dejada de lado. Si su influencia fue enorme en toda la jardinería del siglo XX fue gracias a su obra en Munstead Wood, a sus numerosas colaboraciones con Lutyens, pero muy especialmente y una vez más, por su obra escrita compuesta por miles de artículos y quince libros. 

domingo, 13 de enero de 2013

Los Padres de la Jardinería Moderna I - William Robinson


En una entrevista, Gabriel García Márquez aseguraba que no dió con la clave para escribir Cien Años de Soledad hasta que un buen día abrió un librito y leyó aquello de "Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto". Igual que hacía García Máquez con Kafka en aquella entrevista, no es difícil escuchar a Mario Vargas Llosa declararse deudor de Flaubert, de Proust o de Faulkner. Yo he disfrutado mucho más con la obra de García Márquez y la de Vargas Llosa que con la de sus maestros, pero es fácil concluir que sin unos posiblemente no hubieran existido los otros, o al menos tal y como los conocemos. Podrían haberse expresado de otra forma, difícil saber cuál, pero sin duda la historia reciente de la literatura sería distinta. Desde un punto de vista lúdico, no hace ninguna falta leer a Faulkner para disfrutar de Vargas Llosa, pero si quieres estudiar mínimamente la obra del segundo, no puedes dejar de leer al primero. Así es la vida. 
Pues como decíamos ayer, con la jardinería pasa lo mismo. La obra que más disfruto es sin duda la de diseñadores contemporáneos, que cómo suele suceder en cualquier arte y época, casi siempre nos parecen lo más transgresor e innovador que haya habido. Pero en realidad, sin la labor innovadora y divulgadora de otros paisajistas anteriores, ahora no sé si conoceríamos a Piet Oudolf, Dan Pearson, Tom Stuart-Smith y tantos otros. Difícil aventurar cómo serían sus jardines de no haber existido los jardines, libros y artículos de un grupo de paisajistas de finales del XIX y todo el siglo XX. Toda revolución requiere un caldo de cultivo, y en el caso de eso que se ha dado en llamar la "Nueva Ola de Perennes" ese caldo de cultivo tiene una serie de nombres propios. Pensaba empezar el año a las bravas publicando un par de entradas sobre Sarah Price y Jinny Blom, dos paisajistas británicas que he descubierto recientemente (sí, lo sé, soy lento descubriendo), pero ya que estamos en año nuevo, vamos a empezar en condiciones haciendo un repaso de los jardineros que han facilitado que hoy tengamos Sarah Prices y Jinny Blom. Sin ánimo de ser exhaustivo: 

William Robinson (1838-1935) 


Es obligado empezar con este irlandés, porque fue él quién sentó las bases de lo que un siglo después se convertiría en la "Nueva Ola de Perennes". A finales del XIX su voz sonó en Inglaterra soberbia y rebelde en contra del modelo formalista de desarrollo de jardines tan de boga en la época. El estilo formalista capitaneado por sir Reginald Blomfield, se basaba en una concepción arquitectónica de la jardinería basada en la simetría y los trazados axiales. A la escuela formalista se la denominó estilo Beaux-Arts porque se inspiraba en las enseñanzas de la escuela Beaux-Arts de París que a su vez tomaba como modelo las creaciones francesas de los siglos XVII y XVIII. Versalles o La Granja de San Ildefonso, para que nos entendamos. Frente a esta concepción, Robinson se erigió en líder de la escuela naturalista que daba mayor importancia a las plantas que a la arquitectura, y se alineaba con los dictados del movimiento Arts and Crafts. El movimiento Arts and Crafts surgió como una oposición a la dictadura de lo mecánico nacida de la revolución industrial, y promovía enlazar belleza con utilidad potenciando el uso de materiales y patrones locales. Esa fue la oposición que promovió el cambio: William Robinson contra sir Reginald Blomfield, Arts and Crafts versus Beaux Arts, naturalismo contra formalismo, jardinería frente a arquitectura.  
Robinson clamó en contra de los excesos formales de sus contemporáneos y en sus escritos llegó a considerar de mal gusto la ejecución victoriana de plantaciones en línea o de acuerdo a dibujos geométricos repetitivos. Él apostaba por el empleo de plantas, igual daba que fueran nativas o exóticas siempre que se adaptasen bien al entorno y prosperasen sin gran ayuda, como principal herramienta para su aproximación a la jardinería naturalista y de bajo mantenimiento. En otra entrada del blog (aquí) comenté las que entiendo como líneas maestras de su ideario. Más de cien años después, estas ideas siguen siendo el núcleo de la filosofía que impera en gran parte de los jardines modernos. Estas ideas las saqué de su libro The Wild Garden, reeditado recientemente por Rick Darke. Y aquí llegamos al meollo del asunto: el éxito de Robinson no estuvo tanto en su obra paisajista como en su obra escrita. Fue el primer diseñador en darse cuenta del poder de los medios de comunicación y además de escribir un gran número de artículos en revistas especializadas publicó sus propias revistas y dos libros, The Wild Garden y The English Flower Garden, que tuvieron muy buena acogida (del primero se publicaron 7 ediciones en vida de Robinson y del segundo nada menos que 15). Si Reginald Blomfield dejó detrás de sí una labor creativa ingente y tuvo gran prédica en sus tiempos, Robinson ganó la batalla de la posteridad al reflejar sus ideas en libros de éxito. Yo creo que la aproximación a una jardinería menos formalista ya se había dado un siglo antes con el movimiento paisajista de Lancelot Capability Brown, pero hasta Robinson no había habido un polemista tan persuasivo. Y quizás también fue el primero que se aproximó a lo que ahora llamamos ecología y sostenibilidad. 
De todas formas, es posible que la obra de Robinson hubiera muerto con él de no ser porque fue capaz de captar la simpatía de una nueva hornada de paisajistas, la mayoría mujeres, que fueron quienes continuaron su labor divulgativa en libros y revistas. Beatrix Farrand, Gertrude Jekyll y Vita Sackville-Vest, por ejemplo, le veneraban. Aunque tampoco es que fueran estrictamente fieles a sus ideas. Quizás porque fueron las primeras en darse cuenta de su dogmatismo y pelín de deshonestidad. Como buen crítico y escritor, una cosa es lo que escribía y otra lo que hacía, porque el hecho es que su jardín, el jardín que rodea su mansión Gravetye Manor en East Sussex  (mansión que por cierto compró con los ingresos de sus escritos) es bastante formal. Clamaba en contra de los macizos florales pero plantaba anuales de flor como el que más. Quizás haya que ponerlo en su contexto histórico para entenderlo del todo. Pero el hecho es que con Robinson la plantación superó a la arquitectura como elemento principal en el diseño de jardines, al menos en una de las principales líneas estilísticas que perduran hasta hoy. Supongo que Robinson habría hecho buenas migas con Piet Oudolf y no habría tragado a Fernando Caruncho. 

De verdad que no quería ser exhaustivo, pero la entrada se ma ido de madre. Más en nuevas entradas.

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