En diciembre de 1731 el poeta Alexander Pope publicó su Epístola IV a Richard Boyle, Conde de Burlington. Un poema didáctico sobre arquitectura y jardinería donde se hacía una llamada al sentido común, al buen gusto y a la mesura. Una parte del poema dice así:
Construir, plantar, sea cual sea la intención,
Alzar la columna o tender el arco,
Ensanchar la terraza o enterrar la gruta,
En todo, la Naturaleza nunca debe ser olvidada.
Pero tratemos a la diosa como a un hada modesta,
No la cubramos demasiado ni la dejemos totalmente desnuda,
Que todas sus bellezas no puedan ser espiadas por doquier,
Porque la mitad de la habilidad está en esconder decentemente.
Ganará todos los puntos quien con placer confunda,
Sorprenda, varíe y oculte los límites.
Consultemos en todo al genio del lugar:
él dice si las aguas se elevan o se caen,
o ayuda a las colinas ambiciosas a escalar el cielo,
o extrae del valle teatros envolventes,
él convoca al paisaje, atrae los claros que se abren,
une los bosques serviciales, y hace variar las sombras,
a veces frustra la intenciones y a veces las orienta,
pinta cuando plantamos y diseña cuando trabajamos.
El poema de Pope apostaba por la belleza nacida de la naturaleza en lugar de impuesta sobre ella. Piensen en Versalles y sabrán qué estaba criticando. El poema formaba parte del movimiento surgido en Inglaterra a comienzos del XVIII en contra de los diseños exageradamente formales y grandilocuentes del jardín barroco francés. Pope ponía letra a lo que en esa misma época inventaban Willian Kent y Charles Bridgeman, y unas décadas más tarde convertía en movimiento de moda Lacelot 'Capability' Brown: el Jardín Paisajista Inglés.
Pero lo que hizo especialmente famoso al poema de Pope fue ese "Consultemos en todo al Genio del Lugar". La idea del Genio del Lugar caló en la arquitectura y la jardinería, hasta un punto en el que ahora es difícil encontrar un libro de jardinería en el que no se haga referencia a ese tal Genio de Lugar. El Genio de Lugar no era más que una metáfora con la que Pope pedía que los diseños se adaptasen a su contexto, pero adquirió tanta fuerza que a veces tengo la impresión de que hay quien tiene la idea algo naïf de que el Genio del Lugar nos habla de verdad, que si pones toda tu atención podrás llegar a escuchar la voz de la naturaleza a través de ese geniecillo de la elegancia y el buen gusto. Desengañémonos, por mucha atención que pongamos lo único que oiremos serán las voces más o menos paranoides que pululen por nuestra cabeza. O dicho de una manera menos pesimista: el Genio del Lugar es la suma de nuestra memoria, nuestro conocimiento, nuestra capacidad de innovar y nuestro gusto estético en un momento particular. ¿Alguien opina que los jardines de Fernando Caruncho no responden al Genio del Lugar? ¿Y los de Piet Oudolf? Yo creo que los dos hacen honor al poema de Pope, así que o tenemos un Genio del Lugar algo indeciso o va a resultar que el único Genius Loci que existe es el buen jardinero. Pero entonces, ¿qué alimenta a este antropocéntrico ser que debe guiarnos? Pues supongo que muchas cosas, pero yo destacaría tres: el conocimiento de los maestros, la memoria y la búsqueda de un equilibrio.
En el último capítulo de su libro Second Nature, Michael Pollan señala muy acertadamente que los jardines de grandes diseñadores del pasado siempre tienen algo que enseñarnos. Estoy de acuerdo. Aunque no tengamos una mansión en los Costwolds, hay mucho que aprender en el estudio del trabajo de otros diseñadores. Charles Moore y William Mitchell apuestan por la misma idea en su libro The Poetics of Gardens. La idea de que hay una universalidad en el diseño de jardines que hace útil estudiar los grandes jardines de otros lugares, épocas y culturas. Sus objetivos, su sentido y su espíritu pueden ayudarnos a discernir el genio que debe regir nuestro jardín, independientemente de su tamaño o ubicación. Podemos celebrar que en las últimas décadas han crecido de manera exponencial las referencias disponibles para cualquier aficionado o profesional de la jardinería. Ya no tenemos que limitarnos a los libros clásicos o a los artículos en la prensa inglesa de autores de culto. Tenemos al alcance de un solo click la obra de los diseñadores del pasado, pero también de los contemporáneos y las más jóvenes promesas. Y todo ello aderezado por las aportaciones de fotógrafos, escritores, ecólogos y aficionados, todos ellos volcando en libros y en internet su visión y experiencia, todos ellos cuchicheando al oído de nuestro particular Genio del Lugar.
La apuesta de Michael Pollan, Charles Moore y William Mitchell no es en absoluto innovadora. Los dos libros apoyan su argumentación nada menos que en el Sakuteiki, posiblemente el primer tratado sobre jardinería del que se tiene constancia escrito por un noble japonés hace la friolera de mil años. En este texto se recomienda: "Empezar por considerar la disposición de la tierra y el agua. Estudiar el trabajo de los maestros del pasado y recordar los lugares de belleza que conozcas. Y entonces, en tu lugar elegido, dejar a la memoria hablar y desarrollar a tu manera aquello que te motive" (en mi traducción libre del texto que aparecen en The Poetics of Gardens). Así que ya en el siglo XI los japoneses sabían que había que estudiar el trabajo de los maestros. Pero además este antiquísimo tratado decía otra cosa muy interesante: dejar a la memoria hablar. Dicen que ya Nabucodonosor II construyó los Jardines Colgantes de Babilonia para combatir la añoranza de los paisajes montañosos de su juventud. Para Michael Pollan desde entonces los jardines han sido moldeados por nuestra memoria, y este es el motivo por el que desde su punto de vista en 3.000 años de jardinería la cultura occidental ha producido sólo tres diseños básicos de jardines: el cuadrado cerrado del hortus conclusus, la geometría abierta impulsada por Le Nôtre en la Francia del Renacimiento y el jardín paisajista o romántico nacido en Inglaterra y que para este autor aún está en desarrollo y marca el estado del arte actual. Para Pollan ha habido incontables variaciones de estos temas, pero realmente poca innovación, una rareza en la historia que viene impuesta por el particular poderío de la memoria en la jardinería. No estoy de acuerdo en simplificar la historia de la jardinería a tres modelos básicos, porque ya puestos lo podríamos simplificar todo a uno, el arte de plantar algo y que quede bonito. Pero no puedo estar más de acuerdo en el enorme poder de la memoria en la jardinería. Para Pollan la infancia alimenta nuestras posteriores tendencias en jardinería, y cree que su tropismo hacia la estética agrícola en jardinería nace en el jardín de su abuelo en Long Island. Como la mía lo hace en el jardín de mi familia en Valladolid. Como Pollan sigo queriendo producir cosas que se coman arrastrado por el huerto de mis padres. Y seguramente las explicaciones que me daba mi padre a mis diez años sobre como estábamos creando un biotopo mientras plantábamos minúsculos pinos, me han marcado más que todo lo leído muchos años después. El poder de un jardín no se encuentra sólo en la capacidad de despertar nuestros sentidos, sino en la intensidad con la que esos sentidos motivados por el jardín remueven nuestra imaginación, en lo capaces que sean de penetrar en los rincones de nuestra memoria y despertar escenas allí perdidas. En palabras de Pollan: "Los jardines no existen sólo aquí y ahora, sino que existen también allí y entonces. Otra forma de decir lo mismo es que los jardines son simultáneamente lugares reales y representaciones. Traen juntos, en un único lugar, la naturaleza y nuestras ideas sobre la naturaleza". Hace poco en una entrevista lo ha dicho Piet Oudolf aún mejor: It's not what you see, but what you see in it. Nuestro Genio del Lugar nos conoce bien y suele tender a recomendarnos jardines capaces de evocar nuestras ideas más queridas.
Pero tenemos aún un aspecto más alimentando al Genio del Lugar: la lucha de contrarios o búsqueda de un equilibrio. A menudo el Genio del Lugar ha sido invocado como la excusa perfecta para situar a la naturaleza (naturaleza entendida como lo salvaje o no humano) como factor determinante y limitar las intervenciones paisajistas a una especie de acupuntura que mejore lo que ésta nos entrega. Es decir, en la excusa para optar por jardines de corte naturalista. Podemos admitirle a Pope que haya sabido dar nombre al Genio del Lugar, pero en realidad el Genio de Lugar es mucho más viejo que su epístola. De hecho existe desde que existen los jardines, sea cual sea el estilo que estos tengan. Pero si antes decíamos que la jardinería tenía cierta universalidad, ¿cómo puede ser tan cambiante el Genio del Lugar?. Posiblemente porque se vea en la obligación de recomendar líneas de acción capaces de despertar en el espectador algún sentimiento. Y ese sentimiento muchas veces sólo se podrá lograr mediante la chispa del contraste con el mundo que a diario rodea al espectador. Los jardines a menudo han sido refugio, físico o espiritual, y así en ocasiones han nacido como una lucha contra la dictadura del paisaje circundante. En el libro Planting, a New Perspective, Noel Kingsbury señala que la historia de la jardinería en su mayoría ha sido una búsqueda de la imposición del orden sobre la naturaleza. Y en su opinión esto tiene sentido dado que desde los orígenes de la humanidad, la naturaleza ha sido considerada como un ente todopoderoso y no siempre benevolente. De acuerdo a su punto de vista, el sentimiento se ha invertido en los últimos tiempos porque estamos viendo una naturaleza en retroceso ante los ataques de una agresiva humanidad. Yo aquí apuntillaría que lo que está retrocediendo no es la naturaleza, que queramos o no está en todas partes y puede aplastarnos cuando quiera, sino algunas formas específicas de naturaleza como pueden ser las comunidades vegetales o animales. En la misma línea Pollan asegura que el jardín paisajista de Capability Brown nació en Inglaterra como una reacción contra la conquista del paisaje inglés por una agricultura exageradamente cuadriculada. Los campos ingleses habían llegado a parecerse a un tablero de ajedrez con cada casilla delimitada por setos, y así, cuanto más se parecía el paisaje a un jardín formal (ergo cuanto más había retrocedido lo que entendemos por naturaleza) más se parecían los jardines a lo que antes era el paisaje (más naturalistas se hacían). En definitiva, parece que al Genio del Lugar siempre le ha gustado llevar la contraria y ha tratado de oponerse al paisaje dominante en su época y localización.
Y aquí me encuentro yo ahora, sintiendo la necesidad de aportar más y más estructura a mi jardín en una época en la que la principal corriente es la de los jardines naturalistas. Bueno, está mi memoria, mi estudio de los maestros y mi idea irrenunciable de que la jardinería naturalista puede convivir con la formal. Pero no es suficiente. Todo el día leyendo sobre la Dutch Wave y sembrando vivaces para luego aterrizar en mi jardín y sentirme desolado con la falta de un seto bien podado. Cada día que pasa sentimos que necesitamos más elementos estructurales, echamos en falta un cierto grado de formalidad, una dosis creciente de geometría. ¿Qué le pasa a mi genio del lugar, por qué me hace esto?. Pues le pasa que los principios señalados también se ajustan a particularidades. Puede que la cultura actual sienta la naturaleza en retroceso, pero para nosotros es muy difícil sentirlo así. Nuestro jardín intenta crecer en mitad de un joven bosque de Quercus pyrenaica, que con sus rebrotes no duda en devorar cualquier cosa que se le plante delante. Después de tratar de atravesar cualquiera de las parcelas que nos rodean sin acumular menos de media docena de arañazos en las pantorrillas, habría que ser extremadamente pesimista para ver naturaleza en retroceso a nuestro alrededor. En los caminos de nuestra urbanización este invierno ha aparecido un corzo devorado por los lobos, y mi primer seto de tejo duró lo que un jabalí tardó en arrancarlo para ver qué había debajo. Así que en nuestro caso, aún siendo conscientes de los problemas ambientales del mundo y siendo fieles seguidores de las plantaciones de estilo naturalista, necesitamos algo de orden. Estoy seguro de que si abandonásemos nuestra parcela durante un período de diez años, el bosque recuperaría todos los caminos que he abierto durante años de motosierra y desbrozadora. No es una teoría romántica, me basta con mirar a mi alrededor. En nuestra urbanización hay parcelas en las que por falta de tiempo o ganas los propietarios no practican la jardinería. Pues bien, en ellas el mayor paseo que se puede dar es el del camino de entrada hasta la casa. Más allá de esta frontera, se encuentra la selva de robles y jaras en la que más vale que te armes de algún objeto contundente y buenos pantalones para abrirte camino. En su libro Jardines, Los Verdaderos y los Otros, Umberto Pasti dice que un jardín no puede nacer de la violencia ejercida sobre la tierra, ni siquiera el jardín más formal, que hacer un jardín es obedecer, obedecer a la calidad del suelo, a la exposición al sol, a la disponibilidad del agua, al clima. Que los grandes jardines surgen de una atentísima escucha de la voz de la naturaleza y son el resultado de la obediencia absoluta a la voluntad del Genius Loci. También nos aconseja que nos lo pensemos mucho antes de eliminar cualquier forma de vida vegetal del lugar donde nos disponemos a plantar nuestro jardín. Bien, en cierta medida puedo estar de acuerdo. Con pocas flores he disfrutado tanto como con las orquídeas salvajes que nacieron aquí y allá por nuestra parcela el año pasado. Y nuestro plan es dejar grandes zonas de nuestra parcela sin ajardinar. Pero con miedo a que alguien se piense que soy una persona violenta, créanme que en mi parcela no puede haber jardín sin grandes dosis de ella. Después de años deslomándome he tenido que rendirme a la evidencia de que hachas, picos y azadas son insuficientes. Para pelear contra un bloque de arcilla surcado por una red inexpugnable de raíces necesito un arma más poderosa, y el año pasado me he rendido a los mercenarios servicios de una buena retroexcavadora. Y así al fin hemos comido patatas de nuestro huerto, y por fin empezamos a hacer caso el Genius Loci del lugar, que a veces no está tan del lado de la naturaleza y en nuestro jardín grita como un poseído: ¡Pero pon un seto de algo ahí, alma de cántaro, ordena este desastre!. Créanme. Yo lo oí.
Algunas fotos de lo que se encontró nuestro Genio del Lugar el día que le llevamos a visitar por primera vez nuestra parcela.
En esta foto se puede observar un bosque que quiere tragarse mi recién nacido huerto de patatas y judías. Y a mis hijas si nos despistamos.
El Genio del Lugar es esclavo de la topografía y otros elementos naturales. Para hacer nuestro huerto tuvimos que resolver la enorme pendiente de la parcela. Para proteger nuestro huerto de jabalíes y corzos es inevitable contar con una buena valla. Para que esto se parezca a un jardín necesitamos un seto que oculte la valla. Y aquí ese seto no puede ser informal, porque la informalidad nos sale por las orejas.
Vistas desde nuestra cocina. Bonito, ¿verdad? Sí, pues ya ven, nuestro Genio del Lugar no sé que intenta decirnos sobre esta zona. Aún no hemos terminado de entender qué le desazona, pero seguimos trabajando en ello.
Y para acabar el paisaje que nos rodea. Sí, por estos caminos y estas montañas pasean zorros, ginetas, gatos monteses, conejos, liebres, ratones, topos, corzos, jabalíes, lobos y como nos despistemos vuelven los osos. Mi Genio del Lugar no me cree cuando le hablo de la naturaleza en retroceso.