Mi anterior entrada se titulaba La Naturaleza Aborrece los Jardines. Supongo que si la naturaleza tuviese a bien querer hablar conmigo, me diría algo del estilo: "Anda cachondo, que tiene guasa que tú precisamente me acuses de esto. Que eres español". Y yo tendría que balbucir alguna excusa apresurada. Porque la verdad es que a veces uno siente que tiene asumir su responsabilidad y echarse sobre los hombros la carga del pueblo al que pertenece. Vamos a ver, que nadie se me ofenda por la generalización, que ya sé que a los que suelen pasar por aquí no les aplica la crítica que viene, pero a ratos (un rato de 363 días al año más o menos) siento que los españoles aborrecemos los jardines y la naturaleza. Todo a uno. Veamos un ejemplo muy sencillito. El otro día publiqué en facebook que me sentía un privilegiado porque puedo ir caminando al trabajo todas las mañanas. En ese paseo de quince minutos atravieso un pequeño jardín que es una delicia (para que no me digan que lo veo todo negativo), dejo atrás un colegio y una urbanización, y justo antes de llegar al parque empresarial donde trabajo atravieso un pequeño y estrecho terreno baldío encajonado entre la valla de un instituto y una carretera con bastante tráfico. Un lugar que siempre había visto árido y desangelado y del que hasta el momento sólo me había llamado la atención que por alguna razón que se me escapa los dueños de perros de la zona consideran que los excrementos allí depositados por sus canes no precisan ser recogidos. Circunstancia que hace que a mediados de verano los efluvios de la zona inviten a pasar deprisita y sin respirar. Pero hace un par de semanas, al pasar por allí mi mujer me dijo: "mira, este podría ser uno de los jardines que tanto te gustan". Y era verdad, aquello se había convertido en un vergel de flores bastante llamativo. Así que ese fin de semana allí me fui con mi cámara de fotos. Subí algunas a Facebook comentando la riqueza que podía dar a un terreno baldío la simple ausencia de una segadora. Entendía que aquello era un ejemplo del Tercer Paisaje del que habla Gilles Clement. Para que diría nada. ¡Zas!, en todos los morros. El martes me encontré a un trabajador del ayuntamiento desbrozadora en ristre poniendo orden en el asunto, no sea que llegue el verano y las hierbas no nos dejen ver las cagadas de los perros de nuestros vecinos. Así lucía este espacio el domingo:
Y así lo hacía el martes:
¿De verdad era necesario hacer esto? ¿Tanto molestaban las hierbas y las flores? No es un ejemplo aislado. Las podas de los árboles en nuestros parques deberían ser constitutivas de delito. En el parque empresarial donde trabajo no existe el otoño por decreto ley. Llegado octubre amputamos los plataneros no sea que insistan en su fea costumbre de dejar caer sus hojas y lo manchen todo. Así ahora llega mayo y sus calores y el metro cuadrado de sombra es más escaso que el terreno edificable en Tokio Y ver una flor que no hayamos plantado nosotros nos saca de nuestras casillas. No muy lejos de donde se encuentra el solar que comento este año han ajardinado una amplia avenida. Ha quedado bonita, desde luego mucho mejor que como estaba antes. Pero el diseño del jardín se basa en la alternancia de macizos de una única especie de arbustos, con trozos de césped y grava. La proporción de arbustos, césped y grava debe ser más o menos de 20%, 50%, 30%. La grava (que a veces es corteza de pino) se extiende sobre una malla anti hierbas, no sea que alguna florecilla le dé por asomar por allí. Estamos en Mayo y hemos tenido temperaturas por encima de 30 grados. ¿De verdad no hay opciones más adecuadas que un 80% de césped y grava?.
En contraposición a este jardín, aprovechándome del retraso exterminador de los servicios de mantenimiento del ayuntamiento, he encontrado una zona que me ha recordado muchas de las cosas leídas sobre espacios recuperados por la naturaleza. La zona es un estrecho pasillo entre una carretera y una urbanización. Allí en algún momento debió haber un jardín del que aún queda un pequeño rastro. Ahora ha sido tomado plantas silvestres y algunas de las que se escapan de los jardines cercanos. Es increíble la sensación de naturaleza salvaje que te invade en un pasillo de menos de diez metros de ancho, la sensación de naturaleza recobrada en un entorno fuertemente urbanizado. A pequeña escala en mi paseo matinal del domingo creo que he debido sentir algo muy parecido a lo que sintieron los que fueron capaces de ver por primer vez la High Line como algo muy distinto a una estructura metálica que habría que derribar. Pero no me hago ilusiones. Aquí no haremos una High Line. Ni siquiera dejaremos a las hierbas en paz. Aquí desbrozaremos. Quizás hasta extendamos mallas antihierbas y echemos unas cuantas toneladas de grava. Desde luego dudo mucho que hagamos nada por mantener esto: