viernes, 3 de junio de 2016

Verde es Vida

En España no abundan las publicaciones sobre jardinería y paisajismo. Vamos a dejarlo en que no contamos con un Gardens Ilustrated a la española. Por eso me gusta cada vez la revista Verde es Vida de la Asociación Española de Centros de Jardinería. La revista de edición trimestral, una por estación, se puede recoger de manera gratuita en unos cuantos viveros del país. También se pueden encontrar en su web y en formato PDF los números pasados. Siempre me había resultado entretenida, pero en los últimos años, su selección de artículos y entrevistas me ha parecido sin duda lo más interesante que he podido encontrar en castellano en la prensa escrita. No exagero si digo que algún viaje a un vivero me he hecho sólo con la única intención de recoger el último número de la revista. Así que entenderán que el día que me pidieron escribir un artículo sobre mi jardín para ella la ilusión me salía por los poros. Y ya para colmo hasta lo han publicado. En el número 79 de la revista, la edición de verano de este año aparece el siguiente artículo. Desde aquí muchísimas gracias a Elita Acosta por la oportunidad que me ha dado. 



Texto y Fotos del Artículo incluido en el número 79 de la Revista Verde es Vida sobre nuestro jardín en Segovia. 
Las visitas siempre nos preguntan cómo llegamos aquí. No somos segovianos, no tenemos familiares en la zona y no conocíamos a nadie en la urbanización. Es lógico preguntarse cómo se nos ocurrió construir una casa en medio de este monte. Fueron las ganas de recuperar la vida en el campo, lo precios imposibles de Madrid y la voz pesimista de la responsable de una inmobiliaria los que nos empujaron a ello. Esa urbanización es distinta, nos dijo con desánimo, son parcelas muy grandes, hay muchos árboles, muchos animales... hasta el clima es más frío. Habíamos entrado a preguntar con más curiosidad que interés real, pero aquello sonó realmente interesante. 
No nos engañó, la urbanización es distinta a lo habitual. Una cuadrícula de parcelas de una hectárea distribuidas en un monte cerrado de robles y jaras. El terreno arcilloso da a las laderas cercanas aspecto de Cañón del Colorado y los 1.100 metros de altitud imponen un clima de crueles rigores invernales. Tan cercano a uno de los hayedos más meridionales de Europa como a la sequedad pedregosa de las Hoces del Duratón, el lugar se encuentra a medio camino entre la montaña y las mesetas castellanas. Tiene algo de los paisajes verdes a los que quería escapar en mi niñez y de los paisajes esteparios de los que ahora no me quiero separar. Quizás por eso me encuentro tan a gusto aquí. Esa sensación de pertenencia al lugar nos invadió desde nuestro primer paseo por la  que sería nuestra parcela, una ladera de fuerte pendiente y orientación nordeste poblada de encinas y robles. Queríamos una casa en el campo y después de aquel paseo la queríamos allí.  
La pareja de arquitectos David Archilla y Covadonga Martínez-Peñalver nos acompañaron los primeros años con una ilusión y dedicación que aún no hemos terminado de agradecer. La casa se diseñó alrededor de un plan creado por mi mayor obsesión: plantar árboles. Decidimos dividir la parcela en cuatro áreas. Cada una de ellas contendría un tipo distinto de bosque que tendría su apogeo en una estación determinada y estaría adaptado a las condiciones de luz y humedad que la topografía y vegetación existente imponían. La casa se levantaría en el centro de la parcela relacionándose con todos ellos. Aunque fieles a dicho plan pronto nos dimos cuenta de que la parcela ofrecía posibilidades que excedían nuestros conocimientos. Yo tenía experiencia en el cultivo de árboles pero ninguno de los dos nos habíamos enfrentado antes al diseño de un jardín. Sabíamos que nuestro jardín debía conservar el espíritu que tanto nos había gustado en nuestro primer paseo por la parcela, pero no sabíamos por dónde empezar. Así que empezamos por leer. Libros, blogs y revistas fueron nuestros primeros aliados. En este proceso de aprendizaje tuve mi particular momento Stendhal el día que me encontré con las fotos de Mas de Las Voltes de Fernando Caruncho. Aun sabiendo que eso no era lo que necesitaba nuestra parcela, ahí mismo comprendí la complejidad y profundidad que puede llegar a tener la jardinería. Como sucede en todas las artes, con independencia del estilo las bellezas se encuentran con facilidad y pronto llegamos a los jardines naturalistas de Piet Oudolf. Con ellos, pero también con otros como Dan Pearson, Tom Stuart-Smith, Beth Chatto, Miguel Urquijo, Renate Kastner o Fernando Martos hemos aprendido a dejar de lado mis afanes coleccionistas, y hemos empezado a buscar la unidad de las plantaciones, a estudiar las plantas que puedan sentirse cómodas en nuestro terreno y a volvernos locos en la persecución del equilibrio entre el naturalismo que conserve la esencia del lugar y una estructura que lo vertebre y le dé un significado. 
Un día me di cuenta de que recordaba la historia de la jardinería desde la antigüedad clásica pero que no recordaba la historia de nuestro jardín. Para dejar un registro de esa particular historia decidí empezar a escribir un blog. Así, Arañazos en el Cielo nació como una especie de antídoto contra el olvido. Empecé escribiendo bajo pseudónimo, pero para mi sorpresa hubo personas que empezaron a demostrar interés por lo que escribía. Poco a poco el blog se convirtió en la mejor de las herramientas de aprendizaje. Entre otras cosas, gracias a él hemos conocido personas de las hemos aprendido y obtenido motivación. Por citar sólo  algunos ejemplos, la paisajista Amalia Robredo nos ha animado a buscar inspiración entre las plantas de nuestros montes. El estudio de paisajismo Planta Paisajistas nos han enseñado que una jardinería contemporánea de altísimo nivel es asequible en nuestro clima. Y del jardinero holandés Jaap de Vries hemos aprendido que la ilusión y las ganas de aprender y experimentar permiten a un aficionado conseguir resultados espectaculares. 
Los medios a nuestro alcance son limitados y el jardín ha avanzado a medida que disponíamos de tiempo y dinero. Eso nos ha evitado cometer algunos errores garrafales y nos ha dado confianza en nuestras decisiones. Y también nos ha permitido acompasar nuestro aprendizaje a nuestro conocimiento del entorno. Empezamos regando con cubos nuestros tres primeros árboles y hemos terminado teniendo dos huertos, distintas plantaciones de vivaces y más de 150 especies de árboles y arbustos. Entre medias ha habido un largo camino en el que en ocasiones hemos llegado a la extenuación. Las ganas de hacernos desaparecer que nos demuestra la naturaleza nos ha llevado en ocasiones  al borde de la rendición. Pero nos hemos repuesto y a veces la hemos respondido con la misma moneda, aunque de momento creemos haber mantenido el equilibrio entre las zonas ajardinadas y las que permanecen como hábitat natural. Nuestra parcela ya no es impenetrable pero aún seguimos sintiendo en ella la emoción del primer día. Ahora, como Michael Pollan, tenemos dos jardines. Uno tozudo, precario, adolescente y real crece en Segovia. Otro hermoso, inalcanzable e imaginario madura en nuestras cabezas. Creo que otros diez años son necesarios para que ambos empiecen a parecerse, y lo extraordinario es que eso es lo mejor de todo. 

El Jardín Comestible 

La parcela se llama la cereza y la almendra. La cereza y la almendra son nuestras hijas, pero también son la vocación productiva que ha tenido nuestro jardín desde el primer día. Hemos creado un huerto con diez cubos de acero colocados en estricta geometría, porque diseño y productividad no tienen por qué estar reñidos. Los cubos funcionan como pequeñas terrazas de poco más de dos metros cuadrados en las que cultivamos las verduras de temporada más delicadas. Entre ellas destacan los tomates. Persiguiendo el sabor de los tomates de mi niñez este año cultivaremos 30 variedades antiguas. En la zona baja de la parcela aprovechamos el suelo excepcional que crean los depósitos de un arroyo primaveral para cultivar un segundo huerto. Nada más divertido que descubrir las patatas cultivadas en ese antiguo claro en mitad de un bosque. También hemos plantado frutales. Cerezos y almendros, claro, pero también manzanos, perales, membrilleros, higueras, vides, nogales, avellanos, acerolos, granados, endrinos, olivos, ciruelos, albaricoqueros, melocotoneros y gran variedad de arbustos de baya. Son todos muy jóvenes aún y lo que recogemos es testimonial, pero en esto la calidad es mejor que la cantidad y la paciencia hace que todo sea más sabroso.

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