En España no abundan las
publicaciones sobre jardinería y paisajismo. Vamos a dejarlo en que no contamos
con un Gardens Ilustrated a la española. Por eso me gusta cada vez la revista Verde es Vida de la Asociación
Española de Centros de Jardinería. La revista de edición trimestral, una por
estación, se puede recoger de manera gratuita en unos cuantos viveros del país. También se pueden encontrar en su web y en formato PDF los números pasados. Siempre me había resultado entretenida, pero en los últimos años, su selección
de artículos y entrevistas me ha parecido sin duda lo más interesante que he
podido encontrar en castellano en la prensa escrita. No exagero si digo que
algún viaje a un vivero me he hecho sólo con la única intención de recoger el
último número de la revista. Así que entenderán que el día que me pidieron
escribir un artículo sobre mi jardín para ella la ilusión me salía por los
poros. Y ya para colmo hasta lo han publicado. En el número 79 de la revista,
la edición de verano de este año aparece el siguiente artículo. Desde aquí muchísimas gracias a Elita Acosta por la oportunidad que me ha dado.
Texto y Fotos del Artículo incluido en el número 79 de la Revista Verde es Vida sobre nuestro jardín en Segovia.
Las visitas siempre nos preguntan cómo llegamos aquí. No somos segovianos,
no tenemos familiares en la zona y no conocíamos a nadie en la urbanización. Es
lógico preguntarse cómo se nos ocurrió construir una casa en medio de este monte.
Fueron las ganas de recuperar la vida en el campo, lo precios imposibles de
Madrid y la voz pesimista de la responsable de una inmobiliaria los que nos
empujaron a ello. Esa urbanización es distinta, nos dijo con desánimo, son
parcelas muy grandes, hay muchos árboles, muchos animales... hasta el clima es
más frío. Habíamos entrado a preguntar con más curiosidad que interés real,
pero aquello sonó realmente interesante.
No nos engañó, la urbanización es distinta a lo habitual. Una cuadrícula de
parcelas de una hectárea distribuidas en un monte cerrado de robles y jaras. El
terreno arcilloso da a las laderas cercanas aspecto de Cañón del Colorado y los
1.100 metros de altitud imponen un clima de crueles rigores invernales. Tan
cercano a uno de los hayedos más meridionales de Europa como a la sequedad
pedregosa de las Hoces del Duratón, el lugar se encuentra a medio camino entre
la montaña y las mesetas castellanas. Tiene algo de los paisajes verdes a los
que quería escapar en mi niñez y de los paisajes esteparios de los que ahora no
me quiero separar. Quizás por eso me encuentro tan a gusto aquí. Esa sensación
de pertenencia al lugar nos invadió desde nuestro primer paseo por la que
sería nuestra parcela, una ladera de fuerte pendiente y orientación nordeste
poblada de encinas y robles. Queríamos una casa en el campo y después de aquel
paseo la queríamos allí.
La pareja de arquitectos David Archilla y Covadonga Martínez-Peñalver nos
acompañaron los primeros años con una ilusión y dedicación que aún no hemos
terminado de agradecer. La casa se diseñó alrededor de un plan creado por mi
mayor obsesión: plantar árboles. Decidimos dividir la parcela en cuatro áreas.
Cada una de ellas contendría un tipo distinto de bosque que tendría su
apogeo en una estación determinada y estaría adaptado a las condiciones de
luz y humedad que la topografía y vegetación existente imponían. La casa se
levantaría en el centro de la parcela relacionándose con todos ellos. Aunque
fieles a dicho plan pronto nos dimos cuenta de que la parcela ofrecía
posibilidades que excedían nuestros conocimientos. Yo tenía experiencia en el
cultivo de árboles pero ninguno de los dos nos habíamos enfrentado antes al
diseño de un jardín. Sabíamos que nuestro jardín debía conservar el espíritu
que tanto nos había gustado en nuestro primer paseo por la parcela, pero no
sabíamos por dónde empezar. Así que empezamos por leer. Libros, blogs y
revistas fueron nuestros primeros aliados. En este proceso de aprendizaje tuve
mi particular momento Stendhal el día que me encontré con las fotos de Mas de
Las Voltes de Fernando Caruncho. Aun sabiendo que eso no era lo que necesitaba
nuestra parcela, ahí mismo comprendí la complejidad y profundidad que puede
llegar a tener la jardinería. Como sucede en todas las artes, con independencia
del estilo las bellezas se encuentran con facilidad y pronto llegamos a los
jardines naturalistas de Piet Oudolf. Con ellos, pero también con otros como
Dan Pearson, Tom Stuart-Smith, Beth Chatto, Miguel Urquijo, Renate Kastner o
Fernando Martos hemos aprendido a dejar de lado mis afanes coleccionistas, y
hemos empezado a buscar la unidad de las plantaciones, a estudiar las plantas
que puedan sentirse cómodas en nuestro terreno y a volvernos locos en la
persecución del equilibrio entre el naturalismo que conserve la esencia del
lugar y una estructura que lo vertebre y le dé un significado.
Un día me di cuenta de que recordaba la historia de la jardinería desde la
antigüedad clásica pero que no recordaba la historia de nuestro jardín. Para
dejar un registro de esa particular historia decidí empezar a escribir un blog.
Así, Arañazos en el Cielo nació como una especie de antídoto contra el olvido.
Empecé escribiendo bajo pseudónimo, pero para mi sorpresa hubo personas que
empezaron a demostrar interés por lo que escribía. Poco a poco el blog se
convirtió en la mejor de las herramientas de aprendizaje. Entre otras cosas,
gracias a él hemos conocido personas de las hemos aprendido y obtenido
motivación. Por citar sólo algunos ejemplos, la paisajista Amalia Robredo
nos ha animado a buscar inspiración entre las plantas de nuestros montes. El
estudio de paisajismo Planta Paisajistas nos han enseñado que una jardinería
contemporánea de altísimo nivel es asequible en nuestro clima. Y del jardinero
holandés Jaap de Vries hemos aprendido que la ilusión y las ganas de aprender y
experimentar permiten a un aficionado conseguir resultados
espectaculares.
Los medios a nuestro alcance son limitados y el jardín ha avanzado a medida
que disponíamos de tiempo y dinero. Eso nos ha evitado cometer algunos errores
garrafales y nos ha dado confianza en nuestras decisiones. Y también nos ha
permitido acompasar nuestro aprendizaje a nuestro conocimiento del entorno.
Empezamos regando con cubos nuestros tres primeros árboles y hemos terminado
teniendo dos huertos, distintas plantaciones de vivaces y más de 150 especies
de árboles y arbustos. Entre medias ha habido un largo camino en el que en
ocasiones hemos llegado a la extenuación. Las ganas de hacernos desaparecer que
nos demuestra la naturaleza nos ha llevado en ocasiones al borde de la
rendición. Pero nos hemos repuesto y a veces la hemos respondido con la misma
moneda, aunque de momento creemos haber mantenido el equilibrio entre las zonas
ajardinadas y las que permanecen como hábitat natural. Nuestra parcela ya no es
impenetrable pero aún seguimos sintiendo en ella la emoción del primer
día. Ahora, como Michael Pollan, tenemos dos jardines. Uno tozudo,
precario, adolescente y real crece en Segovia. Otro hermoso, inalcanzable e
imaginario madura en nuestras cabezas. Creo que otros diez años son necesarios
para que ambos empiecen a parecerse, y lo extraordinario es que eso es lo mejor
de todo.
El Jardín Comestible
La parcela se llama la cereza y la almendra. La cereza y la almendra son
nuestras hijas, pero también son la vocación productiva que ha tenido nuestro
jardín desde el primer día. Hemos creado un huerto con diez cubos de acero
colocados en estricta geometría, porque diseño y productividad no tienen por
qué estar reñidos. Los cubos funcionan como pequeñas terrazas de poco más de
dos metros cuadrados en las que cultivamos las verduras de temporada más
delicadas. Entre ellas destacan los tomates. Persiguiendo el sabor de los tomates
de mi niñez este año cultivaremos 30 variedades antiguas. En la zona baja de la
parcela aprovechamos el suelo excepcional que crean los depósitos de un arroyo
primaveral para cultivar un segundo huerto. Nada más divertido que descubrir
las patatas cultivadas en ese antiguo claro en mitad de un bosque. También
hemos plantado frutales. Cerezos y almendros, claro, pero también manzanos,
perales, membrilleros, higueras, vides, nogales, avellanos, acerolos, granados,
endrinos, olivos, ciruelos, albaricoqueros, melocotoneros y gran variedad de
arbustos de baya. Son todos muy jóvenes aún y lo que recogemos es testimonial,
pero en esto la calidad es mejor que la cantidad y la paciencia hace que todo
sea más sabroso.