"No voy a llorar, pero ahora es lo único que me apetece."
Este era el texto que acompañaba la foto que envié a mi mujer por Whatsapp el fin de semana pasado. La foto era de un gallinero destrozado por quinta (o sexta, o séptima, ya he perdido la cuenta) vez en lo que va de año. La desolación empieza en el momento en el que entro en la parcela y mis gallinas salen a recibirme muy ufanas y pizpiretas. Las dejé encerradas, así que alguien las ha soltado. Y ese alguien siempre es un cochino jabalí. Parece que un botín de quince kilos de maíz triturado es estímulo más que suficiente para arrancar con el hocico el acero que te pongan por delante. En fin, lo de llorar no lo digo en serio, me salió porque soy muy aficionado a la hipérbole. He vivido suficiente campo como para tomarte estas cosas con mucho estoicismo. Además, los jabalíes no saben que esta guerra la voy a ganar yo. Los pobres desconocen que hice la mili en zapadores. "No seguimos los caminos, los abrimos". Ese era nuestro lema. Y si hace falta los cerramos, añado ahora yo. Pero en fin, de momento van ganando ellos, así que me limito a soltar un suspiro, agacho la cabeza y empiezo a arreglar el destrozo colocando nuevas capas de acero cada vez más grueso y retorcido. Mi parcela va a terminar pareciéndose a una comisaria de Belfast en los 80. Mientras busco las piezas desaparecidas del comedero de las gallinas (los jabalíes tienen sentido del humor y hacen cosas como llevarse piezas metálicas imprescindibles) pienso que el último libro que he leído me ha hecho ser consciente de mis contradicciones. Llevo años clamando contra todos los bichos que han hecho destrozos en el jardín. A ratos los eliminaría a todos de la faz de la tierra. ¿Pero es esto cierto? ¿Si tuviera un botón mágico que me permitiera eliminar a corzos, conejos y jabalíes lo pulsaría?... No. La respuesta es rápida y sin matices. Corzos, conejos y jabalíes son los que hacen que esto tenga gracia. Son la representación peluda de la esencia que nos encantó de esta parcela. Una de las mayores alegrías que me he llevado en los últimos años ha sido observar la vuelta del lobo a estas tierras. Que conste que también me he alegrado de que un rumano haya decidido asentarse en la zona y ganarse la vida con un enorme rebaño de cabras. Espero que sus mastines y los lobos sepan entenderse. Pienso en todo esto porque atar mallazo a una valla es muy aburrido, y porque acabo de terminar un libro estupendo. Se trata de Salvaje, de George Monbiot.
El libro está muy bien escrito, hay literatura de verdad en esas líneas, lo cual siempre es de agradecer en un libro. El autor intercala experiencias personales con reflexiones sobre cómo podemos dar una nueva orientación a nuestro cuidado de la naturaleza. El libro es a ratos ensayo y a ratos relato de viajes, pero todo él gira alrededor de una única idea: la resalvajización de nuestro entorno. Durante muchos miles de años el Homo sapiens tuvo que enfrentarse a un entorno hiperagresivo plagado de seres dispuestos a aplastarnos, comernos o envenenarnos, y en un lapso de tiempo evolutivamente ridículo, hemos desarrollado una tecnología y una economía que nos mantienen entre algodones. Por supuesto esto es positivo. Idealizar los tiempos en los que un mamut podía aplastarnos a la hora del té es ridículo. No me quiero imaginar lo que sería de mí si de mis éxitos en la lucha contra los jabalíes dependiera la subsistencia de mi familia. Supongo que a estas alturas se habrían buscado otro macho alfa. Desde la revolución neolítica hemos optado por priorizar la seguridad sobre la experiencia vital, y al hacerlo hemos ganado mucho, claro que sí, pero también hemos perdido algo. Para George Monbiot, y yo no discrepo, los niveles de bienestar y de aislamiento de la naturaleza a los que hemos llegado nos han convertido en seres grises, frustrados. Somos seres ecológicamente aburridos. Nuestro éxito en la búsqueda del bienestar ha sido tan rápido (siempre hablando en términos evolutivos) que no nos ha dado tiempo a reprogramar nuestro software. Para el autor contamos con recuerdos genéticos grabados en nuestros cromosomas que son un componente irreductible de nuestra identidad. Algunos a esto lo denominan psicología evolutiva. La psicología evolutiva sostiene que muchas de nuestras necesidades emocionales y sociales evolucionaron cuando eran esenciales para nuestra supervivencia en la naturaleza, y ahora seguimos sintiéndolas inconscientemente, aunque ya no sean necesarias en absoluto. La idea no es tan novedosa. Hace mucho que los expertos señalan que si nos cebamos más allá de toda lógica hasta sufrir las peores tasas de obesidad de la historia, es porque nuestro ADN nos exige comer lo que podamos por si vienen mal dadas. Hay otros muchos comportamientos del ser humano, casi siempre negativos, que los científicos asocian a este abandono del cazador recolector que somos en un sofá. Lo que me parece original en George Monbiot es asociar a este problema de recuerdos genéticos no atendidos la sensación de aburrimiento y vacío existencial que mucha gente padece. Y más aún su solución propuesta: la resalvajización.
El autor aporta dos definiciones para esta palabra inexistente en castellano. La primera es la restauración masiva de los ecosistemas mediante la recuperación de las cascadas tróficas generalizadas. Lo que buscaría la resalvajización es la recuperación de lo que los ecologistas llaman la diversidad trófica. Recuperar la diversidad trófica es enriquecer el menú de los animales y plantas de un determinado ecosistema. Si clasificamos a los seres vivos de acuerdo a su dieta, tendríamos depredadores superiores, depredadores intermedios, hervíboros, plantas, carroñeros y detritívoros. Aumentar la diversidad trófica es tener la mayor riqueza posible en cada una de las categorías. Así, resalvajizar consistiría en crear oportunidades para que crezcan la cantidad y complejidad de relaciones entre seres vivos en todos los niveles. El ejemplo más típico de lo que puede generar la modificación de la diversidad trófica fue lo que pasó en el parque de Yellowstone con la reintroducción del lobo. En 1995 se introdujo en este parque una pequeña manada de lobos después de llevar 70 años extinguidos en la zona. Para todo el mundo es obvio que los lobos matan especies, pero lo que no era tan obvio es que fuesen a dar vida a otras muchas. En ausencia de lobos había muchos ciervos que habían reducido en extremo la vegetación. Con la introducción del lobo, dado que se trataba de una manada muy discreta, no parece que la población de ciervos se redujera muchísimo. Pero lo que sí ocurrió es que de una manera rapidísima los ciervos modificaron sus hábitos de comportamiento. Básicamente dejaron de moverse por zonas como gargantas o cabeceras de valles dónde podían ser fácilmente emboscados. Podríamos decir que dejaron de meterse en la boca del lobo. Esas zonas abandonadas por los ciervos sufrieron un cambio radical en su vegetación. Los árboles de algunas áreas del parque quintuplicaron su tamaño en un plazo de seis años. Con el crecimiento de los árboles llegó el crecimiento de las poblaciones de ciertas especies de aves y de los castores. Los castores son auténticos zapadores (anda mira, como yo) capaces de cambiar el aspecto de un territorio de forma mucho más directa que los lobos. Sus embalses son los nichos perfectos para la vida de patos, nutrias, ratas almizcleras y otras muchas especies de peces, anfibios y reptiles. Por otro lado los lobos no sólo comen ciervos, claro. En algo que se acerca al canibalismo, no hacen asco a comer coyotes. La reducción de la población de coyotes conduce al crecimiento de las poblaciones de pequeños mamíferos como conejos y ratones. Que haya mas conejos y ratones es una bendición para las rapaces, comadrejas, tejones y zorros. Las aves carroñeras también se benefician claramente de un animal que genera carroña. Incluso los osos vieron mejorada su existencia con la disponibilidad de carroña y especies de bayas en la vegetación regenerada. El crecimiento en la población de osos fue otra pésima noticia para los ciervos. Más osos, menos ciervos y volvemos a empezar. Al fin, después de tan solo veinte años de la reintroducción del lobo, en el parque ha cambiado incluso el curso de algunos ríos. La regeneración de los bosques y la acción directa de una fauna más variada estabilizaron los márgenes de los ríos, redujeron la erosión en las laderas de los valles, estrechó canales, regeneró pozas y zonas de aguas embalsada. De alguna forma naturalizó (o resalvajizó) a los ríos. Una pequeña manada de lobos cambió el ecosistema y la geografía física de una maravilla como Yellowstone. Esto es una cascada trófica.
Lo que propone George Monbiot para recuperar estas cascadas tróficas es seguir el ejemplo del lobo en Yellowstone: traer de vuelta algunas de las especies de plantas y animales desaparecidos. Lo innovador en su planteamiento no es tanto este objetivo último, sino la forma en la que propone hacerlo. Mientras el movimiento conservacionista suele apoyar una participación activa del hombre en la gestión de los espacios naturales encaminada a mantenerlos en un estado definido como ideal, George propone una actitud más pasiva. El movimiento conservacionista suele hacer aguas precisamente porque parte de una base equivocada o cuando menos muy subjetiva. ¿Qué es un ecosistema ideal o correcto? ¿Por qué buscar mantener un ecosistema tal y como estaba en un momento histórico determinado y no en otro? Libros como The Rambunctious Garden razonan muy bien el absurdo de este planteamiento. La naturaleza nunca ha sido estática, y paradójicamente aquellos que suelen promover la libertad de la naturaleza sobre el hombre lo suelen hacer desde un punto de vista radicalmente antropocéntrico: vamos a recuperar este estado que yo, ser humano, digo que es el correcto. Frente a mirar al pasado, a un estado que en nuestra ignorancia definimos como ideal porque es el que más nos gusta entre lo mínimo que hemos conocido, Monbiot propone mirar al futuro. Simplemente apartémonos. Eliminemos las barreras que impiden la vuelta de las especies, pero más allá de esto, resistamos la tentación de controlar la naturaleza y dejemos que ella encuentre su camino. Casi siempre lo hará mejor que nosotros. Visto desde esta perspectiva, el objetivo de la resalvajización no es otro que el proceso mismo de la resalvajización. No se busca un resultado concreto, se busca restaurar las interacciones dinámicas de la ecología, las relaciones cambiantes entre las especies y con su entorno físico.
Si la primera acepción de resalvajizar que daba Monbiot era la restauración masiva de los ecosistemas, la segunda se refiere a la resalvajización de la vida humana. Esto no es una alternativa a la civilización y la tecnología, no se trata de renunciar a lo bueno de nuestra civilización, sino a mejorar nuestra relación con el entorno. Hay espacio suficiente para poder disfrutar de nuestras ventajas culturales y tecnológicas y al mismo tiempo tener a mano una naturaleza mucho más salvaje y excitante. Para el autor no es necesario plantearse renunciar a terrenos de cultivo u otros espacios aprovechados por el ser humano, sino simplemente permitir que la naturaleza se abra camino en la infinidad de rincones en barbecho y reductos sin explotar que nos rodean por todas partes. He aquí de nuevo el Tercer Paisaje. El autor opina que nadie debería tener que desplazarse mucho para poder disfrutar de algo de naturaleza salvaje autogobernada donde desconectar y descansar del orden de nuestra civilización. Recuerdo que cuando era niño escuché a Miguel Delibes decir lo afortunado que se sentía por haber podido vivir en una ciudad como Valladolid en la que tenías el campo a tiro de piedra. A mí entonces Valladolid me parecía una gran ciudad y no entendí su comentario hasta que no me fui a vivir a Madrid. Un día me di cuenta de que salir de la ciudad sin usar un coche era cuando menos peligroso por todas las barreras que nos rodean. Pero aún así, los españoles, y volvemos a mis jabalíes, lo tenemos bastante más fácil que los británicos por poner un ejemplo. Desde la ventana del dormitorio en el que escribo esto veo una dehesa en la que pastan manadas de gamos y anida el águila imperial. A escasos veinte kilómetros de la ciudad más poblada del país. En Gran Bretaña no hay un sólo lobo, y nosotros hemos recuperado importantes manadas. Y corzos, ciervos o jabalíes son muy frecuentes, a veces incluso excesivos, en nuestros montes. Además tenemos algo que favorece la resalvajización desde la perspectiva de no hacer nada: el campo se queda vacío. Actualmente España sigue sufriendo el despoblamiento de las zonas rurales. Cuesta creerlo pero alguna de nuestras comarcas tiene una densidad de población menor que la de Laponia. Como señala Sergio del Molino en su libro La España Vacía, Madrid no deja de ser un agujero negro en medio de un enorme espacio muy despoblado. Esto, que es una desgracia para los habitantes de las zonas rurales por la soledad y la pérdida de oportunidades y servicios que conlleva, es una bendición para la fauna salvaje. Cómo me decía el cabrero rumano al charlar con él hace unos días: ¿por que no va a haber lobos? ¿quién se va a enfrentar a ellos aquí? Pues bien, yo quiero pensar (tal vez algo ingenuamente) que esta vuelta de especies como los lobos, puede generar otra cascada trófica que permita la vuelta de otras muchas especies. Entre ellas el ser humano. Nuestro campo se despuebla por la falta de oportunidades para sus habitantes. Una agricultura y ganadería basadas en un modelo altamente subvencionado no parece que tengan demasiado futuro. En mi opinión, es la regeneración de la naturaleza la que puede traer oportunidades que reviertan la situación de estos pueblos de la España vacía. ¿La estabilización de la población rural gracias al turismo y otros negocios asociados a la naturaleza en su estado más salvaje puede repercutir en el mantenimiento de servicios básicos que, unidos a la tecnología, permitan el regreso al campo de otros profesionales que ejecuten nuevas actividades, muchas veces en remoto? Yo quiero pensar que la respuesta a esta preguntas es un sí. El tiempo lo dirá.