-Vaya como te has puesto
A mi alrededor cinco mujeres me miran con gestos que van desde el pánico hasta la curiosidad científica. Mi hija de ocho años pregunta con voz entrecortada si volveré a ser como antes, y la médica concluye que me van a inyectar un antihistamínico y un corticoide. La enfermera me pregunta que si soy alérgico a algo.
-Sí, a las avispas.
-Bueno, claro, eso ya lo veo, me refiero a medicamentos - resopla.
Hay que ver qué poco sentido del humor. En venganza me avisa de que los picotazos van a doler. Ja, pienso yo. Si tienes jaqueca pégate un martillazo en un pie, verás cómo se te pasa. Aquí es al revés, hemos empezado por el martillazo. Todavía no sé a santo de qué, un avispón ha decidido picarme en plena calva. Les prometo que yo no le había hecho nada. La picadura quema, todo el cuerpo me pica horrores y mi cara parece la de un crápula que se ha pasado con el botox. Los pinchazos de la enfermera, por supuesto, ni los noto. Mi guerra con los avispones se remonta a antiguo. En su día hasta escribí un cuentecillo que me sirvió para ganarme unos eurillos en un concurso literario. Lo publiqué hace tiempo por aquí, en este enlace: Un tropezón lo tiene cualquiera. A estas alturas ni pizca de gracia tiene el cuento de marras, a quién se le ocurre terminarlo así. Vaya por delante que a mi los insectos en el jardín me gustan. Siento que dan mucha vida y colorido y si logras desviar la atención y el interés hacia lo tendente a lo microscópico, descubrirás que una fauna increíble te rodea. Pero no todos. Hay gente que dice que usar insecticidas es una barbaridad y que las avispas son criaturitas de dios que tienen mucho que aportar. No les digo yo que no, pero ya llevo dos incidentes este año con avispas y avispones y no me hace ninguna gracia tener que andar respondiendo en una sala de urgencias si respiro bien. ¿Y si estoy solo y me da algo más de reacción? ¿Y si me pica más de una? ¿Y si pican a alguna de mis hijas? Demasiados interrogantes con respuesta incierta. Este homo sapiens ha declarado la guerra a las Vespa crabro.
En fin, que creo que ya he comentado por aquí que la naturaleza me parece una tía muy chunga. Los expertos dicen ahora que la vida de nuestros antepasados cazadores-recolectores era mucho más sana que la de los primeros agricultores. Parece que su dieta era más variada y que su vida itinerante estaba menos predispuesta a las plagas y enfermedades que la de los habitantes de los primeros asentamientos. Puede ser, no seré yo quién discuta a los expertos, pero me parece que tal y cómo se cuenta perdemos un poco la perspectiva y enseguida sale gente dispuesta a decir que hay que volver a la dieta paleolítica (la dieta paleo, dicen ellos). A ver, no nos confundamos, que creo que la comparación es entre una vida penosísima y otra horrorosa. Entre las cosas raras que he hecho en mi vida una de ellas fue salir a cazar con los Hadzabe, en la zona del lago Eyasi, en Tanzania. Bueno, lo de salir a cazar es una forma generosa de decirlo. Aquello consistió en intentar que el hígado no se me saliese por la boca mientras daba tumbos en un monte de arbustos espinosos detrás de tres hombrecillos de pura fibra que corrían como posesos. Aquellos cazadores terminaron por acorralar a un zorro, lo mataron de un estacazo y allí mismo, con la ayuda de un palito y unas briznas de yesca se hicieron una fogata en cuestión de minutos, lo asaron y se lo comieron. La grasa sobrante se la restregaron por el cuerpo, como si de Nivea se tratase.
Aquella gente de lenguaje imposible repleto de clicks, son de los pocas tribus de cazadores recolectores que quedan en el mundo y parecían felices y risueños. Aunque no sé hasta que punto tendrá que ver en eso el consumo generoso de marihuana que hacen, parece que una de las muchas desgraciadas influencias del contacto con el mundo exterior. Aún así a mí me pareció que llevaban una vida cercana en grado sumo a la naturaleza y qué quieren qué les diga, que era extremadamente penosa. Me faltará cierto romanticismo. Por poner otro ejemplo, hace poco he releído el libro Hacia Tierra Salvajes de Jon Krakauer. El libro cuenta la historia de un joven que decide abandonarlo todo y lanzarse a la aventura de vivir del aire en Alaska. No hago spoiler, porque ya lo cuenta al principio del libro el propio autor, si digo que al final casca. Una vez leída la lista de despropósitos del joven que le llevan a morirse de hambre, imagino que la opinión sobre él variará entre que era un poco irresponsable para gente aventurera y romántica, o que era tonto del culo para los más conservadores. Yo me muevo entre las dos opiniones, dependiendo de la vena de padre con la que piense en el tema. Krakauer hace un intento desesperado por parecer neutral sin querer serlo y se decanta por el romanticismo. Era un soñador, un intelectual, un rebelde. La postura del autor es lógica. Él mismo hizo locuras similares en su juventud y supongo que a nadie le gusta escribir más de doscientas páginas acerca de un tonto del culo. Al fin, el autor defiende al protagonista achacando su muerte a un error derivado de la desinformación y no de la irresponsabilidad. Vamos a ver machote, meterte a sobrevivir en Alaska desinformado es un acto de pura irresponsabilidad. Este joven quiso entrar a la tía chunga ignorando a todos los que le avisaron de lo chunga que puede llegar a ser. Ya ven, fíjense si es chunga que nosotros somos parte de ella, que a veces parece que se nos olvida. Con eso está dicho todo. Sin ir más lejos estos días arde el norte de España y Portugal. Atroz el destrozo ecológico y atroces las cifras de muertos de las que se hablan. Ahora durante unas semanas nos dedicaremos a soltar mierda a diestro y siniestro. Da igual lo desinformados que estemos, la soltaremos para sentirnos consolados con nuestros propios prejuicios, sean los que sean. Bah, ahí voy yo con el mío, por qué voy a ser menos: no plantemos mas eucaliptos y pinos, por dios, que arden como teas. Ni dios me hará caso, pero aquí queda dicho.
Y toda esta diatriba viene a cuento de que estoy un poco resentido, lo reconozco. En los últimos dos años me he llevado muy bien con la fauna local y este verano se ha ido todo a la porra. Los jabalíes han sido capaces de atravesar la línea Maginot que levanté hace años. Un desastre. Cuando plantas veinte plantas de Sedum y a la mañana siguiente te las encuentras todas desperdigadas por la parcela, pues sientes una especie de odio infinito que nace de un punto muy interior y oscuro. Días así me encantaría volver a la dieta paleo, y limitarla a la carne de jabalí cazado por mí. La lista de destrozos durante semanas ha sido tan grande que llego a soñar con un sacrificio a los dioses comiendo corazón de jabalí crudo. Dios, cómo les odio. Aunque un poquito menos que a los avispones, estos al menos, de momento, no me atacan. Pero qué importan los jabalíes y los avispones habiendo humanos a nuestro alrededor. Como un día a algún enajenado le dé por prender una cerilla, no queda ni rastro de la Cereza y la Almendra. Porque en nuestra urbanización somos todos somos muy ecologistas. Tanto que no se nos ocurre limpiar el monte, no sea que se nos gaste. En fin, les prometo que yo hoy iba a escribir sobre un libro que he leído que explica como conseguir que nuestros jardines favorezcan la existencia de insectos. Pero se me han quitado las ganas. Las fotos ya no vienen a cuento, pero ya no las quito, demos un poco de colorido a un día negro.