En el verano del 2017 pasamos unos días en Normandía. Nos alojamos en un apartamento con mucho encanto en la buhardilla de la casa de una granja de caballos. El dueño de la granja, un inglés que al no hablar ni pizca de francés estaba condenado a comunicarse sólo con su mujer y su hija, se desquitaba con nosotros cada vez que tenía oportunidad. En las muchas charlas que tuvimos nos contó su curioso modelo de negocio. Se dedican a la cría de caballos especializados en competiciones de salto. Sus clientes les envían sus yeguas preñadas para que paran y críen a sus potros en la campiñas normandas. Lo extraño del asunto, es que un porcentaje importante de sus clientes no son franceses, sino ingleses y sobre todo californianos. Mi perplejidad era tan grande que me costó entender el asunto. ¿Por qué puede querer alguien enviar en avión a su yegua a la otra punta del mundo para criar un potro? ¿No se crían los potros en California? Pues bien, el granjero nos explicó que la riqueza de la tierra normanda es tal que las plantas sufren de cierto gigantismo que se trasmite a quien las come. Todo es fértil y exuberante en Normandía, y los caballos que crecen pastando la hierba normanda son más grandes y atléticos que los criados al otro lado del Canal de la Mancha y mucho más que los criados en el desértico oeste americano. Ríanse ahora de la pócima mágica de Panoramix. Desconozco el rigor científico del asunto, pero allí estaban pastando las yeguas yanquis. Sea como sea, es cierto que Normandía es extremadamente verde y conduciendo por sus carreteras me sentí algo desubicado. Supongo que los ibéricos solemos asociar el exceso de clorofila a paisajes más alpinos y umbríos, y aquellas enormes y luminosas extensiones planas salpicadas de hayedos no encajaban en mi mapa mental. Los paisajes normandos, como la tierra de campos de mi Castilla, andan algo castigados por el aburrido monocultivo extensivo que permiten mastodónticos tractores. Pero su luz es muy especial. Es la luz de Madame Bovary, la luz en la que se refugió Monet. Y en mitad de aquella luz se esconde la secreta razón de que anduviéramos por allí: Le jardín Plume.
Los jardines son como los buenos vinos, hay que dejarlos reposar para apreciar bien sus virtudes. Con este jardín me ha pasado eso. A lo largo de aquel verano vimos muchos estupendos jardines, y aunque algunos me impactaron de manera inmediata, ha sido este el que ha dejado un poso más especial en mi memoria. También puede ser por mi predilección por las creaciones de personas que sin ser paisajistas se han atrevido a hacer grandes jardines. Jaap the Vries, James Golden o Sylvie y Patrick Quibel, por poner sólo algunos ejemplos. Le Jardin Plume es un jardín modesto en su entorno y grandioso en sus plantaciones. No rodea ninguna gran mansión o castillo, simplemente acompaña a la casa y los graneros de una antigua granja. A su alrededor sólo hay otras granjas y extensiones de cereal y prados. No lo aísla ningún gran muro, y en su fondo una simple valla de estacas de madera y alambre de espino lo separa de la campiña normanda. Sin Google Maps sería muy complicado llegar allí, y si lo consigues no hay zona de parking ni exceso de señales. Te limitas a dejar el coche en la hierba segada a un lado de la carretera y accedes al jardín a través es una diminuta puerta de madera. Pero a partir de esa puerta, lo que te espera es la creatividad y el buen gusto llevados al extremo.
Creo haber leído en algún sitio que cuando Sylvie y Patrick Quibel compraron la granja en 1996, eran funcionarios que nada tenían que ver con el mundo de la jardinería. A su llegada se encontraron con una granja mal mantenida, con setos bajos que dejaban la parcela abierta a a las vistas y los fuertes vientos que azotan la zona. La vegetación más reseñable consistía en dos grandes árboles, un nogal y un peral, y una plantación algo caótica de manzanos. El peral y el nogal fueron derribados poco después por sendos vendavales. Sin árboles grandes y con la marcha de las ovejas de la antigua granja, disponían de un prado salvaje salpicado de manzanos para hacer su jardín. Sylvie y Patrick señalan tres principales referencias a la hora de crearlo: el paisajista belga René Pechrêre y su libro la Gramática de los Jardines, Derek Jarman y Henk Gerritsen. Parece difícil encontrar referencias más contradictorias, pero la realidad es que esa contradicción o juego es lo que te encuentras en el jardín. No hay paisajes más diferentes que la campiña normanda y el guijarral desértico de Dungeness, pero en la aproximación de el Jardín Plume late el mismo pulso por jugar con el espacio preservando el espíritu del lugar que Derek Jarman siguió en su particular jardín de guijarros. Aunque quizás la mayor influencia de los Quibel haya sido Henk Gerritsen y su jardín Priona en Holanda. Hay un libro sobre el Jardín Plume con muy buenas fotografías de Joëlle y Gilles Le Scanff-Mayer y textos de Sylvie y Patrick Quibel. Su título es una declaración de intenciones: "Le Jardín Plume - Comme un jeu avec la nature", el Jardín Plume, como un juego con la naturaleza. De ese mismo juego, habló largo y tendido Henk en su libro Essay on Gardening (no se pierdan este libro si les gusta la jardinería en general y la corriente naturalista en particular). El Jardín Plume, como Priona, es un jardín imaginativo en el que lo formal y lo espontáneo, lo nativo y lo exótico, se alternan con una naturalidad que engaña al espectador que puede llegar a pensar que todo es fruto del azar. En ese despiste, esa relajación de los sentidos, nace el enorme impacto emocional que es capaz de generar. Yo no he podido conocer Priona, que sin Henk Gerritsen posiblemente ya nunca exista como los Quibel lo conocieron, pero para ellos esa naturaleza en la que Henk "había puesto su grano de sal", supuso una verdadera conmoción. Fruto de esa conmoción es un nuevo jardín que miles de personas (unas 5.000 en el año que fuimos nosotros) visitan cada año.
El Jardín, diseñado y mantenido por los Quibel con el apoyo de un único jardinero, Sébastien Damiens, es un jardín de contrastes. Los Quibel no usan planos detallados para realizar sus plantaciones, porque nunca los respetaban, pero en cambio el plano general del jardín que entregan a los visitantes es el mismo que diseñaron en 1997 poco después de su llegada. Este detalle es una muestra del contraste entre una clara y robusta estructura con unas plantaciones libres y sutiles. La estructura formada mayoritariamente por setos de boj, organiza el jardín en una serie de espacios que responden a un tema con un marcado carácter, pero en los que se intuyen las ganas de jugar y experimentar con las plantas de los propietarios. Cada uno de estos espacios tiene su nombre propio:
El Jardín Plume
El primer espacio que te encuentras al acceder al jardín es el que da nombre a todo el conjunto. Acotado por dos viejos graneros y un seto de boj recortado en forma de oleaje, contiene una plantación exuberante de gramíneas y vivaces de hojas y flores altas, finas y flexibles, con las que los Quibel buscan simular la espuma de las olas de boj. Para no dar una sensación caótica, la paleta de especies es acotada y selecta. Aquí no hay ni rastro de plantas de grande follaje o floripondios. Todas las especies empleadas destacan por su sutileza, por estar coronadas por finas espigas o cascadas de pequeñas flores. No hay grandes macizos de una única especia en la plantación, a lo sumo grupo de tres a cinco individuos y ejemplares en solitario, pero la repetición de las plantas a lo largo de la plantación aporta una gran coherencia y naturalismo. La frondosidad de la plantación, la consistencia de la selección de acuerdo a un tema, el ritmo logrado mediante la repetición y la gran altura de las plantas, convierten esta plantación en un espacio inolvidable.
El Vergel
El vergel es el núcleo que equilibra, oxigena y articula el jardín. Está formado por una estructura clara y definida creada con elementos muy sutiles. En su libro The Road to le Tholonet, Monty Done señala que este jardín parece ser el fruto de un matrimonio entre dos extremos de la jardinería francesa: el jardín en movimiento de Gilles Clement y el jardín formal francés de André le Nôtre. Es en este espacio central, el Vergel, dónde se respiran esas diferentes inspiraciones. El vergel ha sido la forma de los Quibel de conservar el espíritu del lugar, el espíritu del prado y huerto de manzanos que adquirieron, sin renunciar a la creación de una sensación de intencionalidad a través del orden. El vergel no es más que una cuadrícula alrededor de un eje central que va desde el centro de la casa hasta el fondo de la finca. Lo original, es que una estructura tan clara y definida se consigue sin necesidad de caminos, muros o borduras. El único elemento estructural es una lámina de agua cuadrada a ras del suelo que encabeza la cuadrícula formada por la alternancia de espacio segado y bloques de prado sin segar en los que crecen una mezcla asilvestrada de hierbas, flores nativas y exóticas. Para darnos cuenta de la escala de este espacio hay que tener en cuenta que cada cuadrado de prado sin segar tiene un lado de aproximadamente diez metros, y la cuadrícula cuenta con cuarenta de estos cuadrados. Aunque a pie del terreno tienes la sensación de que los cuadrados son homogéneos, la realidad es que a vista de pájaro se puede observar que su forma y tamaño son bastante variables con el fin de adaptarse a la forma irregular del espacio. En cada cuadrado de prado los Quibel han trabajado para mejorar su diversidad plantando bulbos y distintas especies de vivaces, muchas de ellas habituales en las cunetas de la zona. El uso de Rhinanthus les ayuda a mantener bajo control el crecimiento de las hierbas en un suelo extremadamente fértil y dejar espacio a una mayor diversidad. El aspecto de cada uno de estos pequeños prados salpicados de manzanos que sólo se siegan una vez al año, en Octubre, es de un gran naturalismo. En una nueva contraposición, algunos cuadrados situados en los laterales de la cuadrícula han sido plantados con bloques de gramíneas como Sporobolus, Panicum o Miscanthus. Estos bloques contienen y arman magistralmente el jardín.
El Jardín de Verano
En el frente de la casa, como un espacio de transición entre la vivienda y el Vergel, se encuentra el jardín de verano. Nada que ver con el Jardin Plume o con el Vergel. Aquí una estructura de setos de boj decididamente formal contiene una plantación barroca donde prima la variedad y el color. Este no es sitio para la discreción. Aquí encuentra su sitio el colorido de las dalias, girasoles, heleniums, hemerocalis, rudbeckias y kniphopias. La gama de colores se ha restringido a los amarillos, rojos y naranjas dando una intensidad cromática a la zona que resulta algo apabullante. Plantas de gran follaje como las Gunneras añaden exuberancia. De esta zona es destacable también la proximidad de la plantación al frente de la casa. Stipas giganteas, Euphorbias, Achilleas, Verbascum y otras plantas adaptadas a la sequía parecen a punto de engullir una fachada cubierta por un enorme rosal de Banks.
El Jardín de Otoño
Continuando con el recorrido, la siguiente zona con acceso desde un lateral de la casa es un espacio encerrado entre altos setos de haya y carpe. Una pérgola cubierta por una parra y separada de la plantación por un enorme macizo de boj de casi cuatro metros de ancho, es el espacio perfecto para disfrutar de una tarde verano. En el resto de la plantación, la altura de las plantas, la ausencia de estructuras internas y la estrechez de los caminos, consiguen una sensación de inmersión total en la plantación. El recogimiento de la zona y la gama de plantas empleadas hace que sea un espacio muy destacable en los meses de otoño.
El Jardín de Flores
En su origen iba a ser un huerto y en el plano del jardín que aparece en algunos libros así aparece señalado. Pero un huerto es demasiado poco colorido para el espíritu de los Quibel y ha sido reconvertido en un jardín de flores. Una vaya de madera acota un espacio reservado para las anuales y las bianuales que conviven con algunas vivaces y boj en forma de nubes en una amalgama de colores y texturas que recuerda al típico Cottage Garden Inglés o a la espontánea locura de joyas como Priona o Great Dixter.
El Estanque
Este espacio es una de las imágenes más icónicas del jardín. Un seto cuadrado de altos Miscanthus rodea una plataforma de madera que enmarca una lámina de agua. ¿Cómo puede ser algo a un tiempo tan simple y complejo? Este es quizás el mejor lugar para entender porque muchas personas se refieren a este jardín como un jardín de contrastes. Llegar hasta este espacio desde el anterior jardín de flores es como saltar de una fiesta bulliciosa a un espacio zen de meditación.