En la última entrada publicaba una entrevista a Thomas Doxiadis en la que se vislumbraba un paisajista enamorado del paisaje Mediterráneo. Cómo no enamorarse de un paisaje así, ¿no?. Bueno, no nos emocionemos tan rápido, porque me temo que este enamoramiento no es tan común. La proporción de los que sufren por ver destruidos nuestros paisajes no es para tirar cohetes. Para mayor mérito de Doxiadis, estoy convencido de que ser paisajista y sufrir esas sensibilidad debe ser una pesada carga. Seguro que su ideal sería que las casas y sus jardines parezcan mágicamente posados sobre un paisaje inalterado. Ambiciosa y vana ilusión. Hablar de procesos constructivos de viviendas es un poco un oxímoron: casi todo es destructivo en esos procesos. Las máquinas y camiones son hachas que abren feas heridas en un paisaje frágil y de lenta regeneración como el mediterráneo. No nos olvidemos de la dureza de la soledad. Hay tantos ejemplos que demuestran lo solos que están los Doxiadis del mundo... Para empezar el mercado de plantas apenas presta atención a la mayoría de especies nativas mediterráneas. ¿Para qué, si no interesan? Diría que la idea que tiene la mayoría sobre lo que debe ser un jardín (esto es, flores, grandes árboles y mucho, mucho, mucho césped) es bastante homogénea. Homogénea y distante con lo que los paisajes mediterráneos, especialmente en verano, ofrecen. La vegetación mediterránea es adusta y espartana. En verano duerme espinosa y enfurruñada. Imaginemos al esforzado urbanita que después de años de trabajo ha conseguido comprarse una casa en la playa. Y la estrena y se planta allí en verano dispuesto a no quitarse las bermudas en tres semanas, y orgulloso invita a toda la familia y amigos. Imagínense su cara si esa primera mañana de verano desde la puerta de casa se encuentra un jardín, qué digo un jardín, un trozo de monte, que oscila entre el marrón y el gris. Dios qué sed da este jardín, que nido de víboras y escorpiones. Yo ahí no piso y ahora mismo llamo al cantamañanas este que me ha montado esta mierda de jardín que me va a oír. Y así, me imagino a Doxiadis asumiendo la cruda realidad con un suspiro y sucumbiendo al riego, aunque sea un poquito. Pero no se conforma, y de manera subversiva busca alterar el orden de las cosas, abrir los ojos de sus clientes. Y sí, claro que les instala a dos pasos de su porche jardines que pueden parecer sus jardines soñados, pero estos jardines no son más que un trampantojo que subrepticiamente se difumina con la distancia hasta convertirse en ese paisaje mediterráneo que Doxiadis quiere conservar. ¿Cómo engañar al urbanita entrenado en años de ideas preconcebidas? Con el patrón y densidad, ahí está la clave del engaño.
Hay una cualidad un tanto subjetiva y sutil en cualquier comunidad vegetal, que podríamos denominar coherencia visual. Es cómo si todo encajase entre sí y con su entorno. Parece magia, pero no lo es. Es simple adaptación. Las plantas que se encuentran en un entorno natural están ahí porque han sido capaces de adaptarse a dicho entorno. Y a mismas adaptaciones, mismos colores, formas y texturas. Así, la primera regla que debemos cumplir es la de la coherencia visual. Las plantas que empleemos deben presentar las mismas adaptaciones que las plantas de nuestro entorno y en la plantación debemos respetar los patrones de proporcionalidad, densidad, combinación y contraste que allí encontramos. En la naturaleza la distribución de las plantas es a un tiempo aleatoria y determinista. Me explico. Si por un lado el nacimiento de una planta en la naturaleza viene marcado por el azar, en realidad ese azar es como el de los casinos tramposos, un azar trampeado por las circunstancias del terreno. La topografía, la humedad, el drenaje, el ph y la disponibilidad de nutrientes juegan fuerte en esta partida y deciden a quien le está permitido crecer en un sitio u en otro. Este juego marca unos patrones y flujos de distribución muy característicos, que los paisajistas naturalistas se afanan por evocar. Hay distintas maneras, y Doxiadis por ejemplo juega con la distribución y proporción de especies. Divide el jardín en diferentes áreas y en cada una de ellas usa diferentes combinaciones de plantas. Los porcentajes de cada especie son distintos en cada área, y a medida que se avanza de una zona a otra van apareciendo y desapareciendo especies. Esto produce una distribución de las especies que evocará los patrones naturales.
Pero una vez conseguida la coherencia visual, si queremos conseguir jardines que se integren con su entorno y que al mismo tiempo satisfagan las mínimas exigencias de un público mayoritario, nos queda un problema que resolver. Porque si cedemos a los jardines verdes y floridos en verano, debemos ceder a la necesidad del riego. Y si regamos en un entorno rodeado por un seco paisaje mediterráneo, en algún momento habrá una clara frontera divisoria que dará al traste con todo el objetivo de integración entre el jardín y el paisaje. Nuestro jardín será un pegote verde en mitad del secarral. Para difuminar estas fronteras entra en juego el concepto de densidad de plantación decreciente. Las plantas que van a ser regadas tienen una densidad de plantación decreciente a medida que te alejas de la casa. Cuanto más te alejas de la casa menor porcentaje de plantas será regado, y mayor porcentaje de plantas adaptadas a un régimen de riego bajo o nulo se van introduciendo. Así, con este win-win en el que todos se llevan algo, el cliente cuenta con un jardín del que presumir, y el esforzado paisajista evita las duras transiciones entre el verde y el marrón que tanto le horrorizan.
Estas técnicas son algo así como un pacto entre caballeros en mitad de esa guerra que supone el complejo equilibrio de principios, deseos y gustos en el que yo mismo me veo envuelto. Mi jardín es un querer y no poder en el que cada día me digo que debo buscar una modelo más sostenible desde el punto de vista del riego, y cada día sucumbo antes nuevas tentaciones. Me encantaría ser ultranaturalista, plantar sólo especies adaptadas a los eternos meses de sequía de nuestra meseta y acostumbrar la vista a esa especie de invierno estival que vendrá. Me encantaría soportar con estoicismo la pérdida de plantas por falta de riego y mirar con desdén las exuberantes exóticas que intentan seducirme desde las fotos de los malditos jardines ingleses. Pero soy débil y sucumbo, sucumbo a la tiranía del riego. Pero me esfuerzo, Ringo, me esfuerzo con toda intensidad por ser el pastor.
¿Se podría llegar más allá en la integración con el entorno que lo que llega Doxiadis? ¿Se podría ser ultranaturalista? Bueno, se podría si estás haciendo un jardín para ti mismo y encuentras esa sensibilidad hacia el paisaje que te rodea en tu corazón. Y se podría si encuentras a un cliente muy especial. Para muestra un jardín. Un jardín que ha despertado una significativa expectación en los últimos años, como demuestra que pese a su juventud (la plantación se realizó en la primavera de 2015) ya ha aparecido publicado en el Gardens illustrated y en algún importante libro de jardinería. El cliente especial es Peter Sisseck, un renombrado bodeguero que produce Pingus, uno de los vinos más famosos de la Ribera del Duero. Y el afortunado paisajista que coincidió con él es Tom Stuart-Smith, que no necesita mayor introducción. Esta jardín está en una ladera de los páramos de Valladolid y eso lo convierte en un jardín muy especial para mí. Valladolid es una tierra de curiosa topografía. Debe ser la única provincia de España sin montañas. Aquí, en un paisaje profundamente humanizado, lo que manda es la línea recta. Líneas rectas en los interminables campos de secano, en la hileras de viñedos, y en las mesetas que forman sus páramos. Los páramos son superficies tabulares con una ligera elevación de unos cien metros sobre el fondo de los valles fluviales y la Tierra de Campos, que es algo así como una estepa cerealista. El clima de todo este territorio es entre duro y extremadamente duro. Las fuertes heladas invernales y los sofocantes veranos se resumen en los nueve meses de invierno y tres de infierno que dicen lo lugareños. La lluvia es escasa, por debajo de 400mm en casi toda la provincia. Y el suelo en su mayoría es paupérrimo: terrenos muy calizos y pedregosos con apenas suelo fértil. Salvo las zonas de pinares, especialmente en valles arenosos, y la ribera de los ríos, no hay muchos árboles. Algunos trozos de páramo como los Montes Torozos y laderas esclerófilas donde destacan las encinas (Quercus ilex), quejigos (Quercus fagínea) y sabinas (Juniperus thurifera). En fin, es un paisaje de belleza sutil. Y dando botes en medio de esa polvorienta sutileza crecí yo. Les voy a ser sincero: no lo aguantaba. Yo quería montañas, quería hayedos, grandes robledales, praderas verdes. Mis padres tenían una parcela en un páramo, y me apetecía plantar en ella todo lo que un lugar así no me consentía. Tuve que marcharme de allí para aprender a valorar la belleza que hay en este paisaje. Los años me han ayudado a valorar la riqueza vegetal de esas laderas yesosas que a primera vista parecen un desierto, a disfrutar con la mirada perdida en estas enormes extensiones de terreno que a algunos más norteños les producen cierta agorafobia. Peter Sisseck, danés de nacimiento, ha sabido valorar esta belleza desde su llegada a España, y su jardín es una especie de bofetada ejemplarizante.
Si Valladolid es duro, el terreno donde Peter Sisseck ha construido una espectacular casa que sirve a un tiempo como centro de reuniones para su empresa y vivienda particular, ya es puro masoquismo. Lo tiene todo en contra: es una ladera con fuerte pendiente, suelo yesoso y pedregoso y orientación sur. Para colmo de males, no disponen de una fuente de agua. Pero sobre las circunstancias de un jardín, ya lo decía Russell Page: "Tales cosas muestran las limitaciones de un lugar y limitaciones implican posibilidades. Un problema es un desafío". Pero aquí el desafío es morrocotudo. Los minerales del terreno y la dureza del clima son ideales para producir vinos de gran personalidad que se encuentran entre lo mejores del mundo. ¿Pero jardines? Aquí ni siquiera es válido el planteamiento de Doxiadis. Además de la casa y el jardín, el terreno cuenta con una pequeña granja de vacas (esto daría para toda otra entrada) y un huerto. Y el único agua del que disponen es el que recogen de los tejados de las construcciones y otras zonas soladas como una pista de pádel. Con menos de 400 mm de precipitación al año, no es mucha agua la que pueden recoger, y deben racionarla entre las vacas, el huerto y el riego de los árboles en sus primeros años. ¿Qué hacer frente a este desafío? Pues cambiar de mentalidad, dejar de lado las ideas preconcebidas y lanzarte a experimentar. Y si puedes contar con un equipo de lujo, pues mejor. El de Peter es de leyenda: Tom Stuar-Smith realizó el diseño general del jardín, Nigel Dunnet diseñó una mezcla de semillas de especies adaptadas a un lugar así y Olvier Filippi proporcionó conocimiento y plantas adaptadas a este clima. Si a nivel micro, el lugar es duro de asumir, a nivel macro la cosa pinta de otro color. En primer lugar tiene unas vistas espectaculares hacia la Ribera del Duero. Y en segundo lugar, su pobreza hacía que hasta los aguerridos agricultores castellanos lo tuvieran algo olvidado. Tan solo algún trozo de terreno era sembrado de girasol, más para llevarse la subvención de la Unión Europea que para coger cuatro pipas. El resto es monte bajo con buenas encinas y sabinas que crean un entorno de fuerte personalidad. Un sitio idea para hacer algo que se integre y difumine en el paisaje. Tom planteó una matriz de plantas adaptadas a las características del lugar para garantizar su superviviencia y la coherencia visual de la que hablábamos hace un rato. En esta matriz hay algunos árboles como encinas y almendros y una gran mayoría de arbustos esclerófilos (Santolia chamaecyparissus y rosmarinifolia, Helichrysum italicum, Dorycnium pentaphyllum, Cistus albidus, Euphorbia characias, Rosmarinus offcinalis, Hyssopus officinalis, etc) Por el aspecto actual diría que se aplicó un criterio de densidad similar al de Doxiadis, con densidad decreciente a medida que te alejas de la casa, y que alrededor de esas plantas se realizó una siembra con la mezcla de Nigel Dunnett. No se enmendó el suelo y no se instaló ningún sistema de riego. Sólo quedaba confiar en el clima y asumir que el jardín iba a tener un aspecto seco en verano y que probablemente se iban a perder muchas plantas. El primer año tuvieron la fortuna de tener buenas lluvias y enlazaron con una primavera muy húmeda. El aspecto del jardín en ese momento es el que aparece reflejado en las fotos de Andrea Jones en el Gardens Illustrated. Yo he tenido la oportunidad de visitar el jardín varias veces. Algunas en modo paparazzi. Obligaba a mis hijas a acompañarme para parecer inofensivo (soy inofensivo, pero una cosa es serlo y otra parecerlo) y desde los montes cercanos sacaba algunas fotos del jardín. La primera ver que lo vi fue en Septiembre del 2015, y su aspecto no me dejó mucho margen a la esperanza. El jardín era marrón. En aquel momento habría asegurado que el jardín iba a ser un fracaso. Pero después volví a visitarlo en junio del 2016, diría que poco después que Andrea Jones, y lucía espectacular. Muchos de los arbustos medraban bien, y la plantación de Nigel Dunnett había creado unos densos macizos de Achillea nobilis y Anthemis tinctoria salpicados de otras especies como Salvia sclarea y Anchuza azurea. Era un jardín florido y denso que se integraba en el paisaje que lo rodeaba. Era el sueño naturalista. Después vinieron años de dura sequía y de las cerca de 7.000 plantas que se plantaron y de la mezcla de Nigel se ha perdido un porcentaje muy alto. Pero esto entraba en uno de los escenarios previstos. Tom Stuart-Smith ha dicho a propósito de este jardín: "En ningún otro sitio he sentido de manera más intensa que lo que estoy haciendo como diseñador es poner en marcha un proceso". Para un diseñador que hace jardines tan cuidadosamente planificados, este jardín debió ser realmente disruptivo. En sus jardines suele haber combinaciones vegetales diseñadas con primor, y aquí en cambio dio el salto a un plan de plantación más indicativo que prescriptivo. En junio del 2019 he vuelto a visitar el jardín, esta vez invitado por su dueño, y en las zonas de mayor densidad de plantación cercanas a la casa el jardín tiene muy buen aspecto, pero a medida que te alejas de la casa, aunque algunas plantas se han reproducido de manera espontánea, se ha perdido casi toda la densidad vegetal y hay mucho suelo desnudo. Ahora quedan dos opciones. Armarse de paciencia y esperar a que la naturaleza vaya repoblando el terreno. Al final se llegaría a un comunidad vegetal similar a la que hay en las laderas cercanas, rica en especies aunque variable en aspecto dependiendo del año. En el mismo mes de diferentes años yo la he visto variar entre rica y florida e inexistente. Para evitar la inexistencia, está la segunda opción: seguir actuando y relanzar el proceso. Creo que Peter opta por esta opción. Cuenta con un vivero propio en el que están reproduciendo muchas de las especies que han medrado especialmente bien en el jardín y me consta que está pensando en nuevos experimentos con semillas. Seguiremos atentos e interesados su evolución.
Fotos de las vistas de la Ribera del Duero desde Granja Alnardo. En una de ellas se ve el castillo de Peñafiel, lugar espectacular que me trae estupendos recuerdos.
Fotos del jardín en Junio del 2016
La casa de piedra de Campaspero se integra en las laderas de monte bajo de sabinas |
Algunas fotos del monte que rodea al jardín después de una primavera especialmente lluviosa. Estas mismas laderas pueden ser un terreno blanquecino y desnudo un año de mucha menos lluvia.
Algunas fotos del jardín durante junio del 2019 en las zonas más cercanas a la casa.
Y para acabar, el aspecto que mostraba la pasada primavera el jardín a medida que te alejabas de la casa.