El arquitecto Geoffrey Bawa dice que uno de los placeres que le ha entregado su jardín en Lunuganga ha sido observar las reacciones de sus visitas, y cuenta el comentario inocente del amigo de un amigo que mientras recorrían el jardín le preguntó: Pero señor Bawa, ¿no sería éste un lugar maravilloso para hacer un jardín? Para los amantes de la naturalidad en la jardinería, no puede haber un mejor cumplido que esa pregunta atolondrada. Evocación que no imitación de la naturaleza. ¿Y no hay mejor evocación que dejar la naturaleza como está? Pues en ocasiones puede, pero la mayoría de las veces, si queremos que nuestro espacio sea armónico, bello y sobre todo, abierto a nuestro uso y disfrute, la intervención humana es necesaria. Y ahí, para todos aquellos que queremos que nuestros jardines sean naturales y sostenibles, la maestría de pasajistas como Dan Pearson es una guía, y su mejor ejemplo, el jardín de Torrecchia, en Italia. Torrecchia es un jardín en lo alto de una colina a una hora de Roma. El jardín, que puede parecer tan antiguo como las ruinas con las que se entrelaza, es tan reciente como 1995, y es que en él, Dan Pearson consiguió la más difícil de las tareas de un creador: ser invisible para los que observan su obra.
Dam Pearson conoció a Violante Visconti (un jardín así se merece una dueña con este nombre) durante un certamen del Chelsea Flower Show en el que exponía un diseño. El diseño debía ser bueno, porque la italiana le reclamó impaciente y autoritaria para su jardín. Cuando Dan Pearson recibió poco después una carta con un billete de avión destino Roma, supongo que no dudó demasiado en aceptar una propuesta así. Violante y su marido el príncipe Carlo Caracciolo, un importante empresario en el mundo de la prensa, habían comprado una finquita de 500 hectáreas con la idea de revenderla y forrarse, pero habían cometido el error de conocerla. Paseando entre sus ruinas habían sucumbido a la llamada de la tierra. Ya no había especulación, ya sólo había emoción. Querían un jardín. Luego se habían dado cuenta de que superados de largo los sesenta, lo mejor era darse prisa.
La propiedad era un trozo de historia recobrado por la naturaleza. Rodeadas de bosques de alcornoques, nogales, encinas y laureles se encontraban las ruinas de Torrecchia Vecchia, una villa medieval en lo alto de una colina abandonada hace 800 años debido a la malaria o a un terremoto. Es uno de esos sitios en los que si te pones a dar azadonazos al azar, corres el riesgo de romper un ánfora o descubrir un mosaico de mas de mil años. Violante tenía cerca la inspiración de lo que quería. Muy próxima a Torrecchia se encuentra el famoso jardín de Ninfa, uno de los jardines más hermosos de Italia y del mundo, y quizás el mejor ejemplo de jardín romántico entre ruinas. Cuando Dan Pearson llegó a la propiedad, la arquitecta Gae Aulenti (se ve que la pareja no escatimaba en gastos, esta arquitecta es famosa por reformar nada menos que el museo D'Orsay) era la encargada de adecentar una zona habitable dentro de las ruinas, pero el resto del espacio interior a los muros del castillo (unas 7 hectáreas de nada) debía ser dedicado a jardín. Lauro Marchetti, el conservador de Ninfa, ya había empezado a hacer algún trabajo, pero la dueña, deseaba un toque inglés en su jardín. La descripción de lo que Violante quería es de lo más descriptiva: un jardín que pareciera a punto de ser reclamado por la naturaleza en cualquier momento. Violante quería un jardín verde, un jardín que solo se permitiera colores fríos como el blanco y el azul que funcionasen como antídoto contra los rigores del sur de Italia. En palabras del autor, el jardín tenía que ser en ocasiones comedido y a continuación un fecundo y rústico romance. Terrazas donde se disfrutase de la sombra eran esenciales y debían estar perfumadas siempre que fuera posible. Podríamos seguir dando detalles de las plantaciones, pero esa ya una historia demasiado ambiciosa para un blog, es algo que merece ser contado a lo Frances Mayes. Mejor lo vemos:
Violante no tuvo la oportunidad de disfrutar demasiado de su jardín, murió pocos años después de conocer a Pearson, pero su marido Carlo ha continuado su obra, y otro joven paisajista inglés, Stuart Barfoot se ha encargado de su mantenimiento y es el responsable de mantener el tenue equilibrio entre lo salvaje y lo controlado, la complicada de tarea de conseguir que el jardín siga por siempre a punto de ser reclamado por la naturaleza.