sábado, 28 de abril de 2012

Paul W. Steinbeiser


Paul W. Steinbeiser dirige una empresa de diseño, paisajismo y construcción en Stockton, Nueva Jersey. El foco de su actividad es el diseño y construcción de paisajes sostenibles, y la construcción en piedra. De acuerdo a lo que señala él mismo en una entrevista, lo que su compañía ofrece a sus clientes es la posibilidad de tener un entorno más saludable que mejore la calidad de su estilo de vida y atmósfera de trabajo. Sostenibilidad es una palabra que aparece una y otra vez a su alrededor, y sus herramientas para conseguirla son el uso de plantas nativas adaptadas al clima y suelo del jardín, el empleo de materiales reciclados (piedra y ladrillo principalmente) y la sustitución de las extensiones de césped por macizos de perennes y prados de flores silvestres.
La mayoría de sus trabajos son para clientes particulares en los estados de Pensilvania y Nueva Jersey. No sé si facturará mucho o poco con su empresa, y la verdad es que no sabría decir si es más o menos famoso. Diría que mucho menos famoso que otros que trabajan en su misma línea, y posiblemente desde hace menos tiempo, pero lo que es innegable es que diseña jardines de una belleza que no tiene nada que envidiar a los de nadie:










miércoles, 25 de abril de 2012

La nueva agricultura


Llevo más de veinte años escuchando que la agricultura y la ganadería en España no tienen futuro fuera del abrigo de un modelo subvencionado. Y durante veinte años me ha costado creer que dicha afirmación pueda ser cierta para un país capaz de producir 850.000 toneladas anuales de aceite de oliva, tener una superficie de invernaderos visible desde la estación espacial europea o producir exquisiteces como el jamón de Jabugo o el vino de la Ribera del Duero. Durante años los pesimistas han argumentado que nuestra agricultura no puede ser competitiva frente a la producción de países menos desarrollados, y durante años he visto como importamos, por poner algún ejemplo, nueces de California o manzanas de Suiza, que no son precisamente países en vías de desarrollo. Contrariamente a lo que me decían, lo que durante años he creído es que lo que no tiene futuro en España es precisamente el modelo de producción agrícola extensivo de productos poco diferenciados, pero que de la mano del esfuerzo, la imaginación y la cercanía a la tierra, un país que en la antigüedad fue el granero de Europa debería tener campo de desarrollo, y que ese desarrollo debería ser bueno tanto para nuestra economía como para nuestros paisajes. De vez en cuando leo alguna noticia que demuestra que otros piensan igual, y por suerte cada vez son más numerosas las alternativas exitosas a los cultivos tradicionales. El cultivo de trufas en comarcas como Soria y Teruel, con las que se ha conseguido reactivar la economía de zonas moribundas y además repoblar miles de hectáreas con encinas. La evolución de éxito de la enología, con los principales motores de denominaciones como La Ribera de Duero o La Rioja, cada vez más capacitados para introducir sus caldos en la gama alta de los vinos a nivel mundial, y que en los últimos años han apostado por incorporar actividades turísticas a su actividad y dar un empaque a sus marcas con arquitectura, paisaje y tecnologías de última generación en sus bodegas. La plantación de cientos de hectáreas de frutales en zonas de altura tan impensables hasta hace poco para esa actividad como el Burgo de Osma, capaces de producir manzanas que no tendrán nada que envidiar a las que importamos del Tirol. Invernaderos en Lleida productores de cerezas de calidad (Cherry Glamour las llaman, nombre acorde a los 150€ el kilo a los que las cobran) en una franja temporal en la que nadie más en el mundo puede hacerlo. La focalización cada vez mayor del olivar hacia la producción de un aceite virgen de calidad, retomando métodos tradicionales menos productivos pero capaces de crear un aceite exportable como artículo para gourmets, para hacer verdad esa frase de un anuncio alemán de hace unos años que decía aquello de: hagan como nuestros vecinos franceses e italianos, consuman aceite de oliva español. La reconversión de terrenos de secano en terrenos de olivar en pueblos de Valladolid, aprovechando la calidad excepcional que da la aceituna un clima que alguna ventaja debe tener. La plantación de cientos de hectáreas de pistachos, un cultivo sostenible y perfectamente adaptado a climas extremos del interior de la península y que produce un fruto del que realizamos importantes importaciones. 
Hay muchos más ejemplos, y del último que me he enterado es la iniciativa de plantación de un millón de nogales en la comarca de la Bureba, al norte de Burgos. Para alcanzar esa cifra el modelo que busca el promotor de la iniciativa es el de cooperativa, con la unión de pequeños productores que aporten sus nogales o  sus tierras o su trabajo. Para lanzarse a una aventura así, hay que tener muchas ganas de trabajar y dejar de lado las prisas y ciertas mentiras con las que muchos agricultores se autolimitan. En el caso del nogal no es raro escuchar el típico, ¿y para qué voy a plantar nogales, si las nueces las comerán con suerte mis hijos?. Podríamos decir que para eso, para que las coman tus hijos, pero es que además la afirmación es falsa. Con técnicas adecuadas de injerto, se pueden conseguir nogales productivos en pocos años. Y España importa la friolera de diez millones de kilos de nueces al año. Y Europa importa la friolera de ciento cuarenta millones de kilos al año. ¿Por qué debemos seguir siendo ajenos a ese mercado potencial si tenemos zonas aptas para el cultivo? Las nueces de la Bureba seguro que serán más feas y difícil de abrir que las de California, pero tendrán un sabor de una intensidad que bien publicitado, el mercado europeo sabría valorar. Además los nogales tienen la ventaja de ser una inversión a largo plazo excelente por la calidad de su madera y otros productos secundarios, como los pellets y la lija de la cáscara triturada o la nogalina del envoltorio de la nuez. Actualmente la Bureba cuenta con unos 11.000 nogales, por lo que llegar a contar con un millón es un proyecto extremadamente ambicioso, aunque espero que la noticia sea cierta y se plasme en algo, aunque sea mucho más modesto, porque además de las ventajas sociales derivadas de la reactivación económica de la zona, las ventajas paisajistas y medioambientales de una plantación de este calibre serían enormes. 

martes, 24 de abril de 2012

Torrecchia


El arquitecto Geoffrey Bawa dice que uno de los placeres que le ha entregado su jardín en Lunuganga ha sido observar las reacciones de sus visitas, y cuenta el comentario inocente del amigo de un amigo que mientras recorrían el jardín le preguntó: Pero señor Bawa, ¿no sería éste un lugar maravilloso para hacer un jardín? Para los amantes de la naturalidad en la jardinería, no puede haber un mejor cumplido que esa pregunta atolondrada. Evocación que no imitación de la naturaleza. ¿Y no hay mejor evocación que dejar la naturaleza como está? Pues en ocasiones puede, pero la mayoría de las veces, si queremos que nuestro espacio sea armónico, bello y sobre todo, abierto a nuestro uso y disfrute, la intervención humana es necesaria. Y ahí, para todos aquellos que queremos que nuestros jardines sean naturales y sostenibles, la maestría de pasajistas como Dan Pearson es una guía, y su mejor ejemplo, el jardín de Torrecchia, en Italia. Torrecchia es un jardín en lo alto de una colina a una hora de Roma. El jardín, que puede parecer tan antiguo como las ruinas con las que se entrelaza, es tan reciente como 1995, y es que en él, Dan Pearson consiguió la más difícil de las tareas de un creador: ser invisible para los que observan su obra. 

Dam Pearson conoció a Violante Visconti (un jardín así se merece una dueña con este nombre) durante un certamen del Chelsea Flower Show en el que exponía un diseño. El diseño debía ser bueno, porque la italiana le reclamó impaciente y autoritaria para su jardín. Cuando Dan Pearson recibió poco después una carta con un billete de avión destino Roma, supongo que no dudó demasiado en aceptar una propuesta así. Violante y su marido el príncipe Carlo Caracciolo, un importante empresario en el mundo de la prensa, habían comprado una finquita de 500 hectáreas con la idea de revenderla y forrarse, pero habían cometido el error de conocerla. Paseando entre sus ruinas habían sucumbido a la llamada de la tierra. Ya no había especulación, ya sólo había emoción. Querían un jardín. Luego se habían dado cuenta de que superados de largo los sesenta, lo mejor era darse prisa.  
La propiedad era un trozo de historia recobrado por la naturaleza. Rodeadas de bosques de alcornoques, nogales, encinas y laureles se encontraban las ruinas de Torrecchia Vecchia, una villa medieval en lo alto de una colina abandonada hace 800 años debido a la malaria o a un terremoto. Es uno de esos sitios en los que si te pones a dar azadonazos al azar, corres el riesgo de romper un ánfora o descubrir un mosaico de mas de mil años. Violante tenía cerca la inspiración de lo que quería. Muy próxima a Torrecchia se encuentra el famoso jardín de Ninfa, uno de los jardines más hermosos de Italia y del mundo, y quizás el mejor ejemplo de jardín romántico entre ruinas. Cuando Dan Pearson llegó a la propiedad, la arquitecta Gae Aulenti (se ve que la pareja no escatimaba en gastos, esta arquitecta es famosa por reformar nada menos que el museo D'Orsay) era la encargada de adecentar una zona habitable dentro de las ruinas, pero el resto del espacio interior a los muros del castillo (unas 7 hectáreas de nada) debía ser dedicado a jardín. Lauro Marchetti, el conservador de Ninfa, ya había empezado a hacer algún trabajo, pero la dueña, deseaba un toque inglés en su jardín. La descripción de lo que Violante quería  es de lo más descriptiva: un jardín que pareciera a punto de ser reclamado por la naturaleza en cualquier momento. Violante quería un jardín verde, un jardín que solo se permitiera colores fríos como el blanco y el azul que funcionasen como antídoto contra los rigores del sur de Italia. En palabras del autor, el jardín tenía que ser en ocasiones comedido y a continuación un fecundo y rústico romance. Terrazas donde se disfrutase de la sombra eran esenciales y debían estar perfumadas siempre que fuera posible. Podríamos seguir dando detalles de las plantaciones, pero esa ya una historia demasiado ambiciosa para un blog, es algo que merece ser contado  a lo Frances Mayes. Mejor lo vemos: 










Violante no tuvo la oportunidad de disfrutar demasiado de su jardín, murió pocos años después de conocer a Pearson, pero su marido Carlo ha continuado su obra, y otro joven paisajista inglés, Stuart Barfoot se ha encargado de su mantenimiento y es el responsable de mantener el tenue equilibrio entre lo salvaje y lo controlado, la complicada de tarea de conseguir que el jardín siga por siempre a punto de ser reclamado por la naturaleza.

domingo, 22 de abril de 2012

Ron Lutsko Jr.

Tengo la sensación de que los grandes diseñadores de paisajes están indisolublemente unidos a su tierra. Pasa como con los novelistas, que por mucho que hayan viajado o sufrido el destierro, están condenados a que su obra permanezca anclada al paisaje de su niñez. Vargas Llosa lleva toda una vida en Europa, pero sus grandes obras, aunque estén ambientadas en Brasil o la República Dominicana, siguen pareciéndome peruanas, o como mucho sudamericanas, pero desde luego nunca europeas. García Márquez ha vivido en México,  Estados Unidos y en Europa, pero sus obras son irremediablemente un reflejo, todo lo mágico que queramos, de su Colombia. Y la escritura de Faulkner fue prisionera de su Mississippi hasta la obsesión. Los ejemplos en el mundo de la literatura son interminables, y nunca me había dado cuenta de que pasa (al menos a mí me pasa) lo mismo con los jardines. No termino de imaginarme un paisajista como Fernando Caruncho que no fuera español. Quizás podría haber sido italiano, pero desde luego nunca holandés o inglés.  El uso de la naturaleza muerta que hace Piet Outdolf sólo puede salir del norte de Europa, podría haber sido alemán o sueco, pero no mediterráneo, y cuando un inglés como Tom Stuart-Smith continua y adapta el estilo del holandés, lo hace introduciendo el color que los jardines ingleses exigen, de la misma manera que no creo que un estilo como el de Ben Chatto hubiera podido desarrollarse fuera de Gran Bretaña. Y en este contexto, hay un estilo, que es el de paisajistas como Andrea Cochran y Ron Lutsko Junior que definiría como californiano. Ya parafrasee en una entrada anterior la descripción que hace en su blog Thomas Rainer del trabajo de Andrea Cochran: diseño de paisajes minimalistas con un máximo impacto emocional. La frase me parece perfectamente válida para Ron Lutsko junior. No me voy a complicar la vida: de acuerdo a la RAE el minimalismo es una corriente artística que utiliza elementos mínimos y básicos, como colores puros, formas geométricas simples, tejidos naturales o lenguaje sencillo. Ron Lutsko utiliza en sus paisajes los elementos mínimos y básicos, pero esos elementos están tan magistralmente empleados que el impacto que genera su obra sobre el espectador  es enorme: intensa percepción del espacio, evocación de la naturaleza sin domesticar o sensación de intemporalidad, son efectos generados por las obras de este paisajista. Algunas de sus claves para conseguirlo: 
  • Elementos arquitectónicos sin ornamentación que se apoyan en su sencillez y ubicación para esconderse en el paisaje o enmarcarlo:
  • Ordenación clásica de los espacios con una separación limpia y nítida entre ellos:
  • Uso monolítico de grandes masas vegetales y espartana reducción en la variedad de especies empleadas:
  • Hacer de la necesidad virtud: el clima de california, como el nuestro, exige ser cuidadoso con la exigencias de agua. Esta obligación, la asume con naturalidad y busca la sostenibilidad de sus plantaciones con especies poco exigentes. El empleo de plantas nativas además facilita la conexión entre el paisaje creado y el paisaje circundante:
  • Diseños modernistas que se entremezclan con plantaciones naturalistas:
Ron Lutsko consigue en definitiva con sus diseños paisajes más amables que los existentes antes de su intervención, aporta soluciones que ofrecen mayores posibilidades de disfrute para la gente con un respeto máximo hacia el paisaje.

jueves, 19 de abril de 2012

Vías hacia el olvido


Me encanta hablar con José Luis, porque es el único enlace que tengo con el pasado de esta tierra en la que no somos más que colonos de última hora. En el sedimento arqueológico de nuestro terruño, G. y un servidor no somos más que una mota de polvo. No tengo mayor interés en saber si por mi parcela se paseaban mamuts, pero me frustra no conocer quienes pasaron por allí y que uso hicieron de la tierra hace sólo unas décadas. Por eso, en vez de contar anillos del tronco de los robles, prefiero preguntarle a José Luis. Por lo que me cuenta, mi parcela llevaba dejada a su suerte durante 30 años, los pasados entre los que un especulador de los que acaban en la cárcel decidió hacer una urbanización en un lugar tan improbable, y G. y un servidor vinimos como otros hicieron antes, a darle la razón. Antes del especulador, un padre y su hijo, procedentes de la Acebeda usaron la zona para apacentar a su rebaño de cabras. Vivían en un chozo del que sólo quedan los cimientos en la parcela de al lado. ¿Y antes de los cabreros? Zonas de pasto para las vacas y extracción de leña. Como ahora en la parcelas de terreno comunal del pueblo, con suerte se respetaba alguna encina, el resto se talaba a matarrasa en cuanto tenía un tamaño digno de alimentar las estufas y hornos. Por eso es raro encontrar en la zona robles que tengan más de cincuenta o sesenta años. ¿Y antes de eso? Quién sabe, el olvido. 
Sobre las lomas que se levantan enfrente de mi parcela serpentean las vías del ferrocarril directo Madrid-Burgos, que por desgracia están abandonadas al óxido. Hace sólo cinco años de vez en cuando disfrutábamos con el paso de algún tren, que con su traqueteo y sus bocinazos en la distancia marcaba las seis de la tarde. Hace poco que me di cuenta de que hacía años que no escuchábamos el paso del tren. Supongo que habrá sido una víctima más de la fría racionalización de gastos, esa misma que ha transformado a los viajeros en clientes en la terminología oficial. Al menos no parece que crean que la muerte sea definitiva, ya que el invierno pasado hicieron obras de contención para evitar el desplome de algunos terraplenes.  José Luis recuerda que él tenía 13 años y trabajaba de pastor cuando tiraron las vías del tren, recuerda que su abuelo le hablaba de los equipos de obreros que a pico y pala abrieron los nueve túneles que hay desde aquí hasta Somosierra. Recuerda la visita de inauguración de Franco, que en su boca suena muy parecido al Bienvenido Míster Marshall de Berlanga. Me cuenta que esa misma vía fue el final del cabrero y su hijo, el día que un regional se llevó por delante medio rebaño descarriado. Ahora hasta la estación del pueblo está abandonada, y empieza a sufrir la decadencia vertiginosa de los edificios vacíos y las vías no son más que un buen reclamo para un día coger una mochila, una linterna y recorrer una vía verde en exclusiva.  

viernes, 13 de abril de 2012

Desert Nomad House


En la búsqueda de casas integradas en el paisaje y soluciones constructivas que no dañen el entorno, me he dado cuenta de que las que más me atraen no son precisamente las que crecen esquivando los troncos de los árboles, sino aquellas que esquivan otras cosas más delicadas y son capaces de integrarse en paisajes de una aspereza y austeridad que arañan el alma. No hace mucho publiqué una entrada sobre el proyecto de paisajismo de Ron Lutsko en el estado de Idaho, en la que buscaba reflejar la interrelación de una casa con su paisaje a través de un jardín que suaviza y facilita la integración de ambos. La entrada de hoy va de ir un poquito más lejos: la interrelación de una casa con su paisaje sin facilitadores, conseguir que la vivienda parezca plenamente integrada en su paisaje, que parezca caída del cielo o nacida de la tierra, y que además no estorbe demasiado. Esto es algo que puede parecer fácil conseguir cuando el paisaje es un bosque húmedo de rápido crecimiento capaz de envolver en poco tiempo lo que se encuentre dentro de él. Pero, ¿qué pasa cuando la casa se levanta en un desierto dónde un cactus puede tardar décadas en crecer? ¿Cómo logramos construir sin destrozar sin remedio el entorno? ¿Cómo logramos que una construcción tenga continuidad en un paisaje de rocas, polvo, cactus y arbustos espinosos? Pues no lo sé, si lo supiera igual era arquitecto, pero seguro que las claves están en la obra de Rick Joy. 
Su Desert Nomad House, en el desierto de Sonora, Arizona, está formada por tres cajas independientes de acero corten. El propio arquitecto asegura que es su proyecto más conceptual y que en realidad es una pieza de arte. Lo cierto es que la casa bien podrían ser una escultura de Richard Serra.



Cada caja tiene su baño y es un espacio dedicado a un aspecto de la vida doméstica: salón, comedor y cocina en uno, dormitorio en otro y despacho o habitación de invitados el tercero. Los grandes ventanales de cada caja tienen una orientación diferente, incrementando su intimidad frente a los otros espacios y dándoles su propio carácter. Mientras dos de ellas disfrutan de vistas hacia espacios abiertos, la tercera, la que hace las funciones de casa de invitados, enfrenta su ventanal hacia las montañas, lo que aumenta la sensación de integración en el desierto. 



A pesar de las incomodidades que puede generar una casa con espacios totalmente independientes (en el desierto puede hacer mucho calor y también mucho frío, así que no sé la gracia que hará tener que salir a horas intempestivas a la calle a, digamos por ejemplo, coger las gafas que te has olvidado en la habitación) el concepto de espacios organizados de manera físicamente independiente, es una opción que debe dar mucha libertad, intimidad e independencia sus habitantes. La relación entre las tres casas y los espacios entre ellas, hace que la vivienda pueda parecerse a un pequeño pueblo. 
Además de la sencillez de las formas y la reducción espartana en el uso de materiales, uno de los aspectos que facilitan la integración de la casa con el paisaje es que éste permanece inalterado. Los cubos se adaptan a la pendiente flotando sobre pilares y los espacios entre ellos conservan la vegetación original y no han sido pavimentados, con la excepción de una terraza que incluye una chimenea al aire libre escavada en el terreno. Un sitio ideal para disfrutar de la noche en el desierto al calor de una hoguera. 


El garaje, elemento diferenciado y aislado de los tres módulos principales, me parece otra obra de arte. En la primera foto de esta entrada, es el elemento que parece difuminarse en el desierto a la derecha de la imagen. Una estructura de lamas de acero oxidado es la que genera este efecto en la distancia.

Rick Joy, como Steve Martino, es un especialista en la creación de proyectos de arquitectura y paisajismo capaces de harmonizar con el desértico paisaje de Arizona y que además, o como consecuencia de ello, crean en el espectador un importante impacto sensorial. Según el arquitecto, la belleza del desierto es capaz de crear una atmósfera muy especial definida por la calidad de la luz y otras entradas sensoriales, y en sus proyectos busca sacar partido de ello, y lo consigue, habida cuenta de que sus proyectos (tiene otras casas espectaculares) aunque podríamos calificarlos de modernistas, no tienen nada de la frialdad que a veces aqueja a este movimiento. Sus obras no son rechazadas por el paisaje circundante, no intentan imponerse sobre él y éste les deja que se incorporen con naturalidad. Incidiendo en esto, lo que más me gusta de la casa es su capacidad de respetar un paisaje de suma fragilidad. Los cactus Saguaro (Carnegiea gigantea) que tanto asociamos a las películas del oeste, tienen un crecimiento de un metro cada 30 años, así que algunos de los ejemplares que rodean la casa pueden ser centenarios, y esto es algo que el arquitecto sin duda tuvo en cuenta a la hora de diseñar una solución constructiva de bajísimo impacto. 







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