Al final este blog, que nació siendo un reflejo de la amalgama desordenada de gustos y aficiones que se cuecen en mi cerebro, ha querido tomar forma en temas relacionados con el paisajismo, la arquitectura y la agricultura, hasta un punto en el que me pregunto si no debería cambiar lo de blibliotecaycampo por un solodecampo. Y ya que parece que empezamos a centrarnos, creo que no hay un sitio donde el paisajismo, la arquitectura y la agricultura puedan converger mejor que en esto que algunos han dado en llamar enoarquitectura. Arquitectura para el vino, porque de eso se trata, de la construcción de bodegas de diseño que por si solas bien pueden merecer una visita.
Los bodegueros españoles, siguiendo la estela de otras zonas vinícolas del mundo, ha decidido emplear el excelente marketing que dan vinos de gran fama, para ampliar un negocio hasta hace poco limitado a lo enológico, al mundo del turismo. Visitas a bodegas, cursos de cata, rutas organizadas, tiendas especializadas y bodegas reconvertidas en restaurantes y hoteles se han multiplicado en las principales denominaciones de origen, en un modelo en el que la imaginación no parece tener fin. Esta misma semana he visto una bodega que ofrece paseos en globo y las hay que dan masajes con vino. A todo esto, algunos grupos bodegueros de gran capital, han añadido la construcción de bodegas a cargo de arquitectos estrella.
Por desgracia, no se puede decir en todos los casos que hayan conseguido un buen maridaje entre arquitectura, paisaje y agricultura, algún ejemplo hay bien famoso que me parece que tiene la gracia de un porrazo en los morros, o en el paisaje en este caso. Pero otras representan una oleada de aire fresco en un paisaje en el que hasta hace poco el toque de buen gusto sólo aparecía en monasterios medievales y algún edificio con clase, casos aislados entre la mayoría de naves industriales con un logo en la fachada que parecían condenadas a ser las bodegas de nueva construcción.
En la Ribera del Duero, tenemos buenos ejemplos de este movimiento, y el buque insignia es bodegas Portia, diseño con la firma de Norman Foster en los campos de Burgos. La bodega, que ha costado la friolera de 25 millones de euros (detrás está el Grupo Faustino, un grupo empresarial con siete bodegas en cuatro denominaciones de origen), está pegada a la autovía A1 a la altura de Gumiel de Izán, muy cerca de Aranda de Duero. Para esta obra, Foster + Partners han diseñado "una flor formada por un corazón y tres grandes pétalos". A mi me parece más una hélice, pero no seré yo quien lleve la contraria a sus creadores. Cada pétalo, está dedicado a una fase de la elaboración del vino: fermentación en depósitos de acero inoxidable, crianza en barricas de roble y envejecimiento en botella. Lo que más me gusta de la bodega es su adaptación al terreno, con dos de los pétalos semienterrados en la leve pendiente de la vaguada donde se levanta. Esto, además de reducir el impacto del edificio en el paisaje, tiene un carácter práctico: los camiones pueden acceder al corazón del edificio a través de la cubierta de estos dos pétalos, y descargar allí, en la tolva receptora, la vendimia. Esto permite la producción del vino mediante gravedad sin el empleo de bombas que por lo visto pueden dañar el mosto.
Creo que en este caso, la fama de arquitecto está a la altura de la calidad de la obra. Hormigón, madera, vidrio y acero dan forma a un edificio que llama la atención sin ser estridente. Las fachadas de escamas de acero corten y los muros de contención de piedra de la zona, armonizan con el terreno arcilloso y los viñedos que rodean el edificio, una pequeña muestra de las 160 hectáreas que alimentan la bodega. Tres pétalos para cada fase de elaboración del vino, o tres pétalos para cada mundo que esta bodega casa: arquitectura, paisaje y agricultura.