viernes, 10 de febrero de 2012

Tanto que aprender


Esta mañana me alegraba de las podas inteligentes que están realizando este invierno en los árboles de mi ciudad. Y del esfuerzo por replantar los árboles perdidos. En la poda, eliminan las ramas que apuntan hacía abajo con ganas de arañar el techo de los autobuses, alguna interior que se cruza, y poco más. El resultado de la poda es una copa más elevada, proporcionada y abierta a la luz y en definitiva, nadie diría que el árbol ha sido podado. Además, las ramas que cortan pasan directamente por una trituradora, que es la niña de mis ojos, para hacer compost. Todo como Dios manda. 
No siempre ha sido así, o mejor dicho, nunca ha sido así. No hace ni cinco años desmocharon los plataneros del parque empresarial donde trabajo en el mes de octubre. Un inciso. Desmochar: Quitar, cortar, arrancar o desgajar la parte superior de algo, dejándolo mocho. Mocho: que carece de punta o de la debida terminación. Qué sabia es la lengua castellana. Los desmocharon, decía, en el mes de octubre cuando las hojas empezaban a amarillear, y alguien me argumentaba que era lógico, porque así se evitaban tener que recoger hojas durante todo el otoño. Esto es como la solución de Bush a los incendios forestales, cortamos los árboles y así no se queman. Los plataneros, que deben ser la especie más sufridora de este planeta, se recuperaron (los que se recuperaron, algunos aún lucen cuatro ramas raquíticas por encima del muñón) pero  por favor, dejemos a los plataneros en paz, sigamos el ejemplo de los londinenses, que tienen la ciudad llena de plazas como esta:
De momento, en mi ciudad los últimos años los han respetado, aunque igual por falta de tiempo, porque el año pasado estuvieron ocupados destrozando los Negundos  de la calle a la que da la ventana de mi oficina. ¿Por qué? No lo sé. La enorme rama horizontal del cedro del Líbano de la Fuente de la Fama del Campo Grande de Valladolid, muchos años sostenida por un cable de acero sujeto sobre el tronco protegido por listones de madera ha desaparecido en mi última visita. ¿Seca? ¿Riesgo para los viandantes? ¿Riesgo de desgaje para el árbol? ¿O simple desidia para evitar el mantenimiento de los tensores? No lo sé. 
Desconfío, y eso que ya ni siquiera sé por qué me extraño, ayer mismo un amigo que está buscando una casa me hablaba de un chalet que había visitado, y uno de los valores de la vivienda en cuestión era que tenía el patio solado con una buena capa de hormigón. Vivo rodeado de herejes. Por contra, como para demostrar la teoría de equilibrio de fuerzas en el universo, hace poco me he encontrado con lo que hacen en el parque Kenrokuen de Japón para proteger los árboles de las nevadas. Cuerdas atadas a los extremos de las ramas y reunidas en un vértice como una tienda de campaña, para soportar el gran peso de la nieve de un clima frío y muy húmedo. Postes apuntalando las ramas horizontales de pinos antiquísimos. A partir del 1 de Noviembre, un enjambre de jardineros se ponen manos a la obra y protegen sus árboles con la meticulosidad de un pueblo capaz de polinizar cerezos a pincel:



Fuente: Chotomatte

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