domingo, 12 de febrero de 2012

Yo puedo

¿Puede alguien que haya crecido en la espesura de un bosque, donde hay que abrirse camino entre la infinidad de troncos para llevar una carta al correo, comprender lo que es tener que esperar toda la infancia para que crezca un solo árbol?
Esta pregunta la hace el protagonista de la novela Rosa Candida, de la autora islandesa Audur Ava Ólafsdóttir, al final del capítulo 18. Yo sí puedo. Hace ya muchos años, en la primera visita que nos hizo, el que luego se convirtió en mi cuñado le explicaba a mi padre cómo construir un soporte para algo, y le sugería que cortase una vara de unos dos metros bien recta de cualquier árbol, cuando mi padre le interrumpió para preguntarle, ¿y de dónde saco yo una rama de dos metros? Mi cuñado, criado en la montaña cántabra, miró perplejo a su alrededor, y hubo de admitir con una sonrisa desolada que aquello no era tarea fácil en nuestra tierra. 
He crecido en un páramo, donde además de algún almendro solitario, unas cuantas encinas y quejigos perdidos en la extensión cerealista y las laderas de raquíticos pinos de repoblación, no había mucho más, y árboles de los que me siento orgulloso por medir ahora cinco o seis metros, lo hacen después de casi treinta años, así que sí, sí sé lo que es esperar toda una infancia para ver crecer un árbol. 
Dicho lo cual, tampoco es justo que me compare con el protagonista de la novela, pobre muchacho enamorado de la jardinería que le tocó nacer en un país de lava, roca, hielo, musgo y hierbas ralas. 





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