lunes, 19 de marzo de 2012

Quiero mis tomates

Tengo una obsesión: volver a comer tomates que sepan a algo. Con el tiempo, después de varias experiencias desagradables en las que tomates recogidos de huertos de aficionados más o menos ecológicos eran igual de insípidos que los del supermercado, he llegado a la conclusión de que los métodos de cultivo, transporte y conservación han llegado a ser lo de menos. El problema está en la pérdida genética que hemos sufrido en las frutas y hortalizas. Las semillas y esquejes de variedades híbridas se han extendido como la pólvora empujadas por intereses comerciales. Estas nuevas variedades son capaces de producir frutas más grandes, más sanas, más hermosos y tremendamente insípidas. Lo del tomate me parece el caso más significativo. Me encantan, pero ya nunca los compro, estoy cansado de comer madera de color rojo.  No hace mucho que empezamos a ver en las tiendas tomates RAF, una variedad de tomates atravesados de surcos, tonos verdosos, un excelente sabor y un precio prohibitivo. Pese al precio eran una nota de esperanza en el desolado panorama de nuestros supermercados y fruterías. Bien, pues años después lo han conseguido: los tomates RAF tienen el mismo aspecto que antes, ha bajado considerablemente su precio, y ya no saben a nada. Descorazonador. 
Hace muchos años mi padre apareció un día en casa con una sobre de semillas de tomate que le había costado un ojo de la cara. En el envase aparecía una foto de un enorme tomate de color y textura impecables que habían bautizado con el intrigante nombre de híbrido. No vimos lo que se nos venía encima. Por aquel entonces, a mi padre le sobraban las variedades de tomate, sólo con el intercambio entre vecinos te hacías con más tomateras de las que te podías permitir. A finales de agosto mi madre empezaba a hacer tomate frito en conserva y después de regalar a todos los amigos y vecinos aún había para saturar todos los armarios de la casa. No me extrañaría que veinte años después mi madre aún tenga algún frasco del excedente de aquellos años. Cuando conseguir variedades de toda la vida era tan asequible, la palabra híbrido era lo exótico. Los tomates que salieron de aquel sobre, no fueron gran cosa, aunque todos nos guardamos mucho de decírselo a mi padre, al que por cierto le daba auténtico asco el sabor del tomate y hacía esfuerzos ímprobos por tragar algún trozo bien bañado en sal y aceite. Seguro que con aquellos híbridos le costó algo menos, porque fue el principio del fin: no sabían a nada.  
De entre los tomates que plantábamos recuerdo como especialmente buenos los tomates de pera que producían las plantas que todos los años nos regalaba mi amigo Fernando. Cada año su tío (nunca he visto un huerto más primorosamente cuidado que el del tío de mi amigo en un pueblo de Zamora) guardaba alguna semilla de su producción para los semilleros del año siguiente, y cada año nos reservaba unas cuantas plantas. Aquellas plantas generaban una cantidad asombrosa de pequeños tomates con forma de pera, una piel gruesa y áspera, y un sabor tan intenso que el tomate parecía estallar en tu boca. 
Ahora, las semillas y plantones de variedades seleccionadas con fines comerciales son la norma y las variedades que hace veinte años no valorábamos porque siempre habían estado (y estarían, ay, pensábamos) se han convertido en un exotismo. El problema es que los fines comerciales se enfocan en la producción, el aspecto, tamaño y conservación y dejan de lado el sabor. Es absurdo, producimos comida sin preocuparnos del sabor. Es como publicar libros sin preocuparse del contenido. Aquí tienes, fíjate que encuadernación, es precioso, y mira, mira lo poco pesa. Ya, ¿y qué cuenta?. No sé, qué más da, a quién le importa. Nos dicen que es la ley de la oferta y la demanda, pero yo creo que es la tiranía de la oferta, no nos dan la capacidad de elegir ¿De verdad nos dan lo que los compradores exigimos? ¿Los compradores exigimos que todas las frutas y verduras tengan un aspecto impecable y no sepan a nada? ¿Los compradores sólo nos preocupamos por el precio? ¿Todos? ¿No hay nadie que preferiría comprar las fresas más pequeñas y sabrosas de antaño antes que los enormes fresones más bien insípidos que saturan por estas fechas todos los supermercados? ¿Sólo yo? Creo que es fácil entender lo que ya no tenemos con las siguientes fotos que he sacado de internet (aleluya!!!, si alguien los fotografía es que aún existen). Este era el aspecto que tenían los tomates cultivados por mi padre. 

Surcados, feos, pero con un sabor inolvidable. Y fáciles de conservar. No era raro que en los meses de diciembre y enero siguiéramos comiendo ensaladas de los tomates recogidos antes de la llegada de las primeras heladas. Nada que ver con la asombrosa capacidad de inundar de moho en una sola semana toda una estantería del frigorífico (en eso, sí son inigualables los de ahora) En fin, Al menos hay un rayo de esperanza. Un buen número de viveros, profesionales y aficionados se están preocupando de la conservación de frutas y verduras tradicionales. Hay gente que está invirtiendo tiempo y dinero en recoger esquejes de frutales tradicionales en su zona para injertarlos en sus huertos y garantizar su supervivencia. Y gracias a esta poderosa herramienta que es internet, no es complicado encontrar semillas de variedades tradicionales. Esa es la esperanza que nos queda, producir nuestras frutas y verduras a la espera de que la humanidad recupere la cordura y podamos volver a encontrar en los supermercados cosas así: 


2 comentarios:

  1. puedes mandar un email al IMIDRA (Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario) ellos te facilitarán semillas autóctonas para comenzar a cultivar y en el Matadero (en Madrid) también tienes la posibilidad de acercarte al banco de intercambio de semillas

    :)

    missjardin

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