domingo, 9 de septiembre de 2012

Contra la dictadura del césped


Un amigo italiano me comentaba durante una comida lo curioso que le resultaba que un país como España dónde la mayoría de restaurantes y comensales se decantaban por platos abundantes, contundentes y clásicos a más no poder (el cocido, la fabada, la paella, un buen lechazo asado, un chuletón digno de los picapiedra...) estuviera a la cabeza de las listas internacionales de mejores restaurantes. sobre todo teniendo en cuenta que estos suelen ser restaurantes que ofrecen platos innovadores, sutiles (por decirlo de alguna manera) y escasos en cantidad, que no en variedad. En fin, algo alejado del apetito típico hispano. Yo le respondí que precisamente por eso, que las mayores revoluciones siempre habían surgido frente a las peores dictaduras. 
Vale, ya sé que es un poco excesivo hablar de la dictadura del lechazo.  En España la gente come en los restaurantes lo que quiere y su bolsillo le permite, pero algo había que decir para defender el orgullo patrio y el arroz con bogavante que nos estábamos metiendo no permitía grandes esfuerzos intelectuales. Pero el argumento de las revoluciones frente a las dictaduras me ha vuelto a la cabeza leyendo el libro Second Nature: A Gardener's Education, de Michael Pollan. En el libro Pollan habla, entre otras muchas cosas, de las praderas de césped en el frente de las casas de los barrios residenciales estadounidenses, esos espacios inmaculados sin vallas que los separen que unen el frente de todas las casas alineadas a ambos lados de una calle en una extensión de césped ininterrumpida. Wisteria Lane, para que nos entendamos. Ese modelo, es toda una rareza en Europa, supongo que porque no encaja demasiado con nuestra idea de la intimidad y la seguridad. Aquí la gente que tiene una casa con jardín, invariablemente la aísla de la calle y los vecinos con una buena valla y/o seto. Nada de saludos sonrientes a primera hora de la mañana agitando un periódico enrollado desde la puerta de casa a vecinos igual de sonrientes, aquí no nos gusta que el vecino nos vea las legañas. Pollan explica con detalle los orígenes y evolución del movimiento, y si lo que cuenta es cierto (tiene mucha verosimilitud, así que lo será) no sería excesivo hablar de la dictadura americana del césped. El efecto final de lo que nos cuenta el autor es que si en Estados Unidos tienes una casa en un barrio residencial del extrarradio, no es fácil, e incluso puede no ser legal, hacer lo que te salga de las narices con el trocito de parcela en el frente de tu casa. Lo que la sociedad impone es que tengas césped, y bien cuidado. Y si esto es así, ¿no es curioso que los americanos hayan encargado a Piet Oudolf algunos de sus jardines más grandes y representativos o que James Van Sweden y Wolfgang Oehme hayan desarrollado su carrera en aquel país, o que tenga tanto tirón la corriente que aboga por la sustitución de los prados de césped por las salvajes praderas americanas de perennes y gramíneas? Pues no: revolución frente a dictadura. 
Y todo este rollo es la excusa que se me ha ocurrido para introducir un proyecto de paisajismo que me encanta: Seven Ponds Farm, de la firma estadounidense de paisajismo Nelson Byrd Woltz. El proyecto, para ser un proyecto privado es impresionante en su amplitud: una colaboración entre el cliente y los arquitectos de doce años para dar forma a las 53 hectáreas de terreno de una granja en Virginia. El objetivo era transformar una antigua granja de ganado en un paisaje agrario diverso y sostenible que soportase tantas especies de plantas y animales nativos como fuera posible. 







El plan maestro consistió en dividir la finca en cuatro cuadrantes: pradera nativa, granja de trabajo, jardines cultivados y jardín salvaje nativo. Sólo esto ya es motivo para que el proyecto me caiga simpático, otro día contaré por qué. 
Este enorme jardín, con piscina, huertos, un campo de fútbol, un jardín de bayas, un laberinto para los niños y hasta un arboretum con 800 especímenes de especies resistentes al clima de Virginia, tiene por supuesto espacio para el césped, pero su concepción, más cercana a la restauración ecológica que a la jardinería, no puede estar más alejada de la corriente pulcra, aburrida e insostenible que respira detrás del césped. Para el que no se lo crea, un par de fotos que muestran la política de mantenimiento de las praderas que siguen con el fin de controlar las especies invasivas: quemas controladas regulares. Es fácil imaginar el aspecto de una pradera después de una de estas quemas, y lo poco que le importará a quién sabe que así se ha ahorrado litros de herbicida y gasóleo. 


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