Cuando leí lo de museo de árboles, lo primero que pensé fue: ¿pero eso no se llamaba arboreto?. Pero inmediatamente vi las fotos y no me quedó otra que reconocer que sí, que es un museo. Habrá muchos arboretos y jardines botánicos con colecciones más importantes de árboles, pero que entreguen a cada uno de ellos el espacio y el marco que se les entrega en este jardín, no creo. Las colecciones suelen reflejar el anhelo de totalidad del coleccionista, por eso en tantos jardines botánicos la variedad llega a ser opresiva. Un museo en cambio busca la exposición, cuando no el culto, a lo realmente singular, la exhibición de la obra maestra en un marco adecuado que evite que nadie le reste protagonismo. En este museo, pues hemos quedado en que es un museo, cada árbol se exhibe contra un fondo de roca lisa, piezas con categoría de escultura que aquí se ofrecen a hacer el papel de simple marco. Árboles como foco, roca como marco y césped como fondo. Ya está, nada más. Minimalismo. En algún artículo he leído que el museo aúna la tranquilidad de un jardín Zen y el misticismo de Stonehenge. Me parece una descripción muy apropiada.
El museo, se encuentra a orillas del lago Zurich, en Rapperswil-Jona, Suiza, y contiene unos 50 árboles de entre 50 y 130 años de edad dentro de un óvalo de más o menos una hectárea. Justo al lado, varios miles de árboles se amontonan alineados sin demasiado orden ni concierto, como si esperasen ser merecedores de tener su turno en el museo, en algo que me recuerda a los inagotables sótanos del museo del Prado. Por lo visto todos los árboles pertenecen a la colección particular de Enzo Enea, un arquitecto paisajista que se ha molestado en rescatar árboles que no encajaban en las obras en las que se ha visto implicado en su carrera profesional. Que un arce japonés de 130 años, o un tejo de 80, le estorbara a a alguien es algo que me cuesta entender, pero bueno, al menos en este caso hubo alguien con ganas y dinero para conservarlo y no terminó todo en quince minutos de motosierra. Más bien el extremo opuesto, los 50 árboles que representan a 25 especies han sido trasplantados aplicando complejas y pacientes técnicas nacidas del arte del bonsai.
El diseño que permite que este jardín salte a la categoría de museo es obra del estudio Oppenheim Architecture and Design, que también han diseñado el cercano edificio que contiene las oficinas de Enzo Enea. En él se ha buscado dividir la plantación en una serie de espacios propietarios de su propia atmósfera y carácter. Son los elementos de piedra quienes crean espacios que permiten aislar los árboles dentro de un espacio tan abierto, convertirlos en elementos individuales que pueden ser observados desde diferentes ángulos pero siempre dentro de su espacio. Aprovechándose de esta característica, la idea es que haya recorridos cambiantes en el tiempo, que guiarán al visitante a lo largo de una secuencia de espacios contenedores de aquellos árboles destacables en el momento por alguna característica concreta.
Al fin, un sitio capaz como pocos de sacar a la luz esencias que los árboles despiertan en nuestro subconciente, o al menos en el subconsciente de los que los respetamos cuando no los reverenciamos.
Fuente: Enzo Enea, Architypesource
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