jueves, 29 de noviembre de 2012

Stone River


Mi padre construyó una casa con sus propias manos. Con las suyas y con las de su familia, porque en especial mi madre y en menor medida los hijos, trabajamos en levantar aquella casa lo que no está escrito. Nunca sentí que mi padre me obligase a trabajar, y de hecho estoy seguro de que no lo hizo, pero con doce años un servidor se pasó muchas mañanas de verano hormigonando la cubierta de aquella casa. Desde abajo mi madre llenaba y enganchaba calderetas a una cuerda y desde arriba yo las subía hasta el tejado jalando con ganas. La de cientos de calderetas que subiríamos a aquel tejado. Ni siquiera teníamos una polea. Hormigonera tampoco. Ya digo que hicimos la casa con las manos. El resultado fue francamente mejorable desde un punto de vista arquitectónico que tenga una mínima dosis de objetividad, pero yo, de pocas cosas me siento más orgulloso que de esa casa.  Es más, estoy seguro de que para bien o para mal, gran parte de lo que soy se debe a aquella casa. 
Mi padre no lo dejó en la casa, después vinieron una piscina y una bodega en una labor ininterrumpida de muchos años. La imagen de mi padre haciendo el hoyo de aquella bodega a pico y pala, sacando la tierra en pequeños tiestos adecuados para las fuerzas menguantes que su edad imponía, siempre me pareció más cercana a Edmond Dantés que a una persona de nuestros tiempos. Porque es extraño encontrar en estos tiempos gente dispuesta a adoptar un trabajo físico de cierta dureza como hobby. Ni como hobby ni como nada. El año pasado un constructor al que pedíamos presupuesto para una pequeña obra de solado nos exigía cortar tres robles bien hermosos para dar acceso a la retroexcavadora imprescindible según él para retirar una capa de 20 centímetros de tierra. Capa que yo podría haber retirado en una jornada de trabajo y que los tres rumanos que finalmente se llevaron la obra quitaron en menos de dos horas con la ayuda de un pico, una pala y una carretilla. Por eso me ha llamado tanto la atención el reportaje sobre el río de piedra de Jon Piasecki que aparece en la edición de Julio de este año de la revista Landscape Architecture Magazine. 
Jon Piasecki es un arquitecto paisajista interesado en la construcción con piedra, las plantaciones nativas y el establecimiento de conexiones entre el ser humano y la tierra. Pero si hay algo que le diferencie es su preocupación por construir lo que diseña. Y para muestra su río de piedra. A lo largo de un antiguo muro abandonado en medio de los bosques del condado de Dutchess, al este de Nueva York (posiblemente un pequeño trozo de los miles de kilómetros de muros perdidos en mitad de los bosques que en Nueva Inglaterra han engullido las granjas abandonadas), Piasecki ha construido un camino de losas de mica unidas con precisión milimétrica. Las piedras del antiguo muro las ha apilado a ambos lados de las losas simulando las orillas de un arroyo. Un río de piedra que persigue la imagen de algo líquido que el autor percibió en la masa de rocas cubiertas de musgos, helechos, zarzas y troncos en la que se había convertido el muro. Allí donde pudo, evitó alterar esos helechos, zarzas, musgos y troncos con el fin de preservar la vida allí existente y crear la sensación de que el camino ha crecido orgánicamente. Al fin, la mejor descripción de su río de piedra es la que aparece en la revista Landscape Architecture Magacine: "un elocuente recordatorio del poder de la simplicidad, el uso del trabajo, el paso del tiempo, la belleza de la artesanía y la fuerza de una idea simple ejecutada tan cerca como se pueda de la perfección".











Los más de 240 metros de camino de piedra han supuesto el movimiento de toneladas de arena y grava para el firme, y muchas más toneladas de piedras para las paredes y el pavimento del camino. Cientos de toneladas movidas con sus propias manos y la ayuda de un simple carrito de madera. Me cae simpático este Piasecki. 



Este esfuerzo viene motivado por su preocupación por el distanciamiento actual entre diseño y fabricación. Estamos tan acostumbrados a que unos (habitualmente conocidos y valorados) diseñan y otros (casi siempre desconocidos y despreciados) construyen que hemos llevado esta filosofía a todos los aspectos de nuestra vida, incluido el paisajismo. La separación entre diseño y fabricación no deja de ser una pata del progreso pero quizás hemos ido demasiado lejos, y eso es lo que se pregunta Piasecki abiertamente. ¿Es hora de volver al movimiento Arts and Crafts que tan de moda estuvo entre las clases acomodadas británicas en el siglo XIX?. Yo creo que ya lo estamos haciendo, y si entonces el movimiento nació como respuesta a la brutalidad de la revolución industrial, quizás hoy lo haga como respuesta a la desmesura de la deslocalización y la globalización. 
También me resulta curioso el análisis que Piasecki hace de la construcción en piedra a lo largo de distintas culturas. En su opinión en Roma y alrededor del mundo mediterráneo el poder y el imperio se expresaba mediante la construcción de muros que separaban cultura y naturaleza. El Imperio Inca en cambio trataba de fusionarse con la naturaleza para crear la idea de que el emperador era una fuerza más de la naturaleza. Entiendo de sus palabras que lo que él buscaba era seguir el modelo Inca con el fin de unir cultura y naturaleza, aportar su grano de arena para cerrar una brecha que según él es intrínseca a nuestra moderna relación con la tierra. ¿Y lo consigue?. Pues no lo sé. Desde luego logra dar accesibilidad a la naturaleza, ofrece una vía para disfrutar del bosque sintiéndonos bajo la protección de un camino trazado, librándonos de nuestros miedos atávicos. ¿Pero eso en sí mismo no sigue siendo un pequeño muro, una triquiñuela que distancia jugando a acercar?. Quizás esta forma de verlo sea solo una malformación de mi forma romana de pensar. De hecho, yo no considero que haya una brecha entre la cultura y la naturaleza a las que pertenezco, pero la realidad es que toda mi labor de jardinería no deja de ser un intento de civilización de la naturaleza, la constante construcción de invisibles muros. 
Yo por desgracia no dispongo del tiempo libre que disponía mi padre, ni de la valentía de Piasecki que ha decidido vivir junto con su mujer y sus hijos en una granja en West Stockbridge, Massachusetts, en la que cultivan sus alimentos, crían animales y construyen con piedra y madera. Pero me sigo pegando buenas palizas a trabajar en nuestro terruño, que al menos nos da la oportunidad de, como señala Piasecki, tratar de que nuestras hijas estén conectadas con el mundo y que las estaciones signifiquen algo para nosotros, aunque sólo sea porque sembremos en primavera y cosechemos en otoño. 

Fuentes: Arch Daily, Estudio de Jon Piasecki, Observatory Design Observer, Landscape Architecture Magacine Julio de 2012

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Abrazando Secuoyas


El día que mi cuñado y mi hermana me contaron que tenían un bosque de secuoyas al lado de casa no daba crédito. Uno es, en palabras de algún amigo, un flipao de los árboles, así que un bosque de secuoyas son palabras mayores. Cuando al fin pudimos visitarles, apenas una hora después de haber llegado, a la caída de una tarde de esas frías y lluviosas tan típicas de la primavera cántabra, mi cuñado y yo les comentamos a nuestras respectivas que nos íbamos a dar un garbeo por el bosque de secuoyas, como si no quisiera la cosa, como quien dice me voy a tomar un carajillo al bar pero sólo porque no tengo nada mejor que hacer. Era pose. Yo (de eso estoy seguro) estaba muerto de ganas por verlo y mi cuñado (de esto ya no estoy seguro, pero me apostaría algo) estaba loco por enseñármelo. De esto hace ya unos seis años. Ahora este pequeño bosque es algo más conocido, pero por entonces lo acababan proteger y anunciar con un cartel de madera a su entrada: Monumento Natural de las Sequoias del Monte Cabezón. Hasta la llegada del cartel, me imagino que fuera de unos pocos expertos y algunos amantes avispados de los árboles, nadie se habría parado demasiado a mirar ese bosquecillo de algo más de dos hectáreas al borde de la carretera que va de Cabezón de la Sal a Comillas. Tampoco es criticable, no es que falten los bosques interesantes en Cantabria y hay que mirar muy para arriba para darte cuenta de la singularidad de éste. Y la singularidad es que en estas dos hectáreas no hay hayas o robles, sino secuoyas.  Y son secuoyas rojas, es decir Sequoia sempervirens, no secuoyas gigantes, Sequoiadendron giganteum, que está uno harto de ver confundidas dos especies bien distintas.  
Cuando allá por los años 40 del pasado siglo en España algunos apalancaban su cerrazón en utopías de autarquía, la consecución de energía y materias primas de forma rápida y barata era una prioridad nacional. De ahí la buena colección de embalses que tenemos. Y de ahí también las plantaciones de pinos y eucaliptos que han emborronado gran parte de nuestros mejores bosques. Pero en este punto concreto de Cantabria, alguien decidió experimentar y eligió esta especie que en la teoría debería ser competitiva en eso de la producción rápida de madera en un clima atlántico. En la práctica no lo debe ser tanto, porque los eucaliptos ganaron la partida. Este bosque supongo que es una de esas carambolas del azar, porque me cuesta entender que desde su plantación en los años 40 hasta ahora nadie decidiera cortarlo, con lo sueltos de motosierra que somos por estos lares. Olvido, baja productividad o enamoramiento de algún ingeniero forestal, vaya usted a saber, pero por suerte las algo más de 800 secuoyas han podido llegar a los 70 años de edad y los casi 40 metros de altura. Es una sensación increíble pasear entre ellas y percibirlas como gigantes al tiempo que tu cabeza te dice que no son más que pimpollos al lado de sus padres californianos (hasta 115 metros mide hyperion, la reina de todas ellas, así que es fácil comparar). A estos árboles en Estados Unidos los llaman redwood, y paseando por este bosque es fácil entender por qué. El tono rojizo de sus cortezas impregna todo el ambiente, un color ocre rojizo que migra a un verde profundo cuando miras hacia arriba y pierdes la vista entre las lejanas copas. Entre las secuoyas, crece también algún pino de repoblación (Pinus radiata) que no se ha dejado intimidar por las secuoyas, para el avispado que vea en las fotos que siguen alguna corteza que no tire a rojiza.



















Mientras dábamos resbalones en mitad del bosque, mi cuñado me contaba partido de la risa que la primera vez que había ido por allí se había encontrado una excursión de algo así como hippies que se dedicaban a abrazar a los árboles. La verdad es que hasta un flipao de los árboles como yo se rió de la anécdota, porque bastante tenía en aquellos momentos con evitar en estamparme contra ellos como para pensar en juegos amorosos, por muy mullida que me pareciera su corteza. La anécdota me pareció graciosa, hasta que me topé con una imagen que me recordó al momento de la novela La Leyenda del Lobo Cantor de George Stone en el que los cachorros de lobo rompen a cantar de manera atávica. Mi hija con dos años recién cumplidos se encontró con una enorme secuoya en el señorío de Bertiz y de manera totalmente espontánea hizo lo siguiente: 


Da que pensar, ¿no?.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Otra vez la modesta y secreta complejidad


Otro proyecto de paisajismo en el que los diseñadores han sabido explotar la belleza del lugar. Me viene a la cabeza la imagen de dos arquitectos corriendo para subirse a la carrera a un tren desbocado y tomar los mandos de la locomotora. Aquí el tren es el paisaje del condado de Columbia, en el estado de Nueva York, y los movimientos de las palancas (o lo que sea con lo que se conduzca una locomotora) resultan en palabras de los autores en un "proceso de tallado topográfico con restauración".
Rees Roberts + Partners es una firma (ya la hemos visto aquí) que nació del departamento de paisajismo e interiorismo de la firma de arquitectura Steven Harris LLP. Las dos firmas aún comparten oficinas, proyectos y hasta diseño de su web, y de hecho esta casa parece ser la casa de fin de semana de Steven Harris y Lucien Rees Roberts. Para restaurar y tallar la veinte hectáreas de parcela contaron con la colaboración de Margie Ruddick. El resultado es un paisaje espontáneo y minimalista donde no encontramos huellas del diseño. 
El paisaje ondula alrededor de la casa de dos módulos levantada en la cima de una colina. La casa es una adaptación de un estilo tradicional al modernismo, o al menos a mi por un lado los dos edificios no dejan de recordarme al granero que Harrinson Ford y una comunidad Amish construían en la película Único Testigo y por otro me parecen tremendamente modernos. Alrededor de la casa, las zonas humanizadas son un campo de croquet de césped artísticamente segado, un hoyo para el fuego en medio de una zona de estar con bancos de hormigón y piedra y una terraza sostenida por muros de piedra local y alfombrada con tomillo. Anchas puertas de cochera permiten a las dos estructuras gemelas abrirse a estas zonas exteriores y las ventanas enmarcan todo el paisaje, y muy especialmente el espectacular camino de acceso. 
Porque en el exterior, el paisaje se articula alrededor de un camino de pizarra triturada que serpentea haciendo que la casa aparezca y desaparezca de la vista a medida que te aproximas a ella. En la zona inferior de la parcela se excavó un claro y se construyó un dique para retener el agua de un arroyo natural y dar lugar a un bioestanque. Los alrededores del estanque se replantaron para integrarlo en la naturalidad de toda la composición. Para su disfrute se creó una playa de rocas y una zona para el baño. Al final han generado un hábitat excelente para multitud de especies salvajes. El resto de la parcela son prados naturalizados con manzanos, bosquecillos de árboles autóctonos y plantaciones de flores y hierbas silvestres que parecen haber estado siempre ahí. Todos los elementos, el estanque, el bosquecillo natural, el huerto de manzanos, el campo de croquet y el hueco para el fuego, se entrelazan por caminos cuidadosamente planeados y sencillamente ejecutados mediante la simple siega de la hierba. En palabras de los autores: "La consistencia del lenguaje de diseño minimalista - caminos de hierba, muros de piedra, asientos de hormigón - crea una sensación de continuidad a través de todo el emplazamiento". Y al final, una vez más, la modesta y secreta complejidad. 






















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