Mi mujer me acusa de que casi todos los parques y jardines que salen por este blog, no parecen parques y jardines. No sé si tomármelo como una crítica o como un cumplido. En cualquier caso, con la entrada de hoy me podrá decir lo mismo, pero desde luego no por las mismas razones. Nos alejamos un momento del diseño con plantaciones naturalistas y vamos a un proyecto de parque donde lo que prima es la arquitectura. Se trata del parque de Valdefierro, en Zaragoza, diseñado por Héctor Fernández Elorza y Manuel Fernández Ramírez. No tengo el gusto de conocerles, pero diría que son hijo y padre. Es decir, que Héctor Fernández Elorza es hijo de la pareja de arquitectos Manuel Fernández Ramírez e Isabel Elorza García con obra centrada principalmente en Zaragoza. Por su parte Héctor es un arquitecto y profesor de la ETSAM que ya cuenta con unos cuantos edificios y espacios públicos a sus espaldas en los que ha buscado desarrollar una arquitectura sensible de baja tecnología que haga una lectura eficaz de su contexto.
El parque de Valdefierro me parece un excelente ejemplo de como la arquitectura, la escultura y el paisajismo pueden ser las tres patas de un todo indivisible, de como una obra arquitectónica que busca la ordenación del espacio público de cara a facilitar y mejorar su uso, puede ser al mismo tiempo un elemento capaz de despertar una emoción plástica en el espectador. En el caso del parque Valdefierro estos elementos son los gigantescos muros con los que los arquitectos han salvado el desnivel de nueve metros del terreno. Este parque me encanta como casi cualquier proyecto que obedezca al siguiente patrón: recuperación de modelos tradicionales de acuerdo a lineas de diseño contemporáneas. En este parque se recupera el método de cultivo en terrazas empleado en todo el mundo desde la más remota antigüedad, pero se hace en base a la construcción de muros de hormigón entroncados en las corrientes arquitectónicas de nuestro tiempo. El parque es una franja en forma de L de 11 hectáreas encajonadas entre el Canal Imperial de Aragón y el barrio de Valdefierro.
El terreno había sido utilizado durante años como gravera y después rellenado con escombros, y por lo tanto se encontraba muy degradado. Aquí viene otra de las soluciones empleada por los arquitectos reseñable por hacer virtud del defecto: el empleo de los materiales allí abandonados como desechos para la construcción de los muros. La idea es eficaz, barata y sostenible y responde a la filosofía de este arquitecto, del que he leído una frase que me resulta de gran fuerza descriptiva: Como en el arte marcial judo, que japonés significa camino de la suavidad, donde los contrincantes utilizan la fuerza del adversario para derribarles, la arquitectura debería operar de igual modo con su contexto. Arquitectura del contexto que resulta en muros de la tosquedad que se puede ver en las siguientes imágenes.
Al mismo tiempo que se reducen los costes necesarios para limpiar la parcela y construir los muros, se eliminan un gran volumen de desechos que de otra manera habrían ido a parar a otro vertedero. Piedras de gran tamaño de la antigua gravera y desechos de antiguas obras de la ciudad se mezclaron con hormigón para crear muros sin armar que se bastan con su enorme tamaño para contener los nuevos bancales del terreno. El muro principal del lado sur, que separa el parque del Canal Imperial en un gran salto, mide 210 metros de largo, tiene una altura de 9 metros y un espesor de 1,80 metros. Me da pereza calcular la de metros cúbicos que entran en un muro así y la barbaridad de hormigoneras que se habrá comido. En el lado este el parque se divide en tres niveles que se construyeron en base a un juego geométrico de muros de 1,25 metros de espesor y hasta 4 metros de altura. Otros muros de menor espesor y en esta ocasión armados completan la geometría del parque delimitando las vías de comunicación del parque con el barrio. Así, la geometría, ese lenguaje del hombre que decía Le Corbusier, ordena y meora un terreno irregular y degradado. El enorme tamaño de los muros que sustentan el terreno contrasta con la delgadez de los muros armados transversales y además permite integrar con facilidad otros elementos necesarios como escaleras, rampas, bancos y miradores. El último juego de los arquitectos ha sido un juego de contraste entre la rugosidad de la superficie de los muros de gran espesor con la suavidad pulida de los pequeños muros transversales de hormigón. Para lograr esta rugosidad, con la que quizás se desea destacar el carácter de muro nacido de escombros, se han arañado los muros con la corona de una zanjadora empleada de canto. El arquitecto Alberto Campo Baeza, una de las mayores influencias junto con Jesús Aparicio de Héctor Fernandez Elorza, dice que la luz y la gravedad son los principales aliados del arquitecto. Este parque es un buen ejemplo. La gravedad de los inmensos muros se encarga de sostener la nueva forma escalonada del terreno, y los juegos de luces y sombras del sol aragonés con estos muros, escaleras y pasillos bien se merecen una visita.
Sobre los nuevos bancales, se han plantado un buen número de árboles, que espero que crezcan con rapidez y generosidad porque los muros no van a servir por sí solos para librar a los zaragozanos del sol y del inclemente cierzo. Además, si bien los muros han permitido crear un espacio horizontal más habitable y son en sí mismos un elemento escultural que enmarca el paisaje, en mi opinión necesitan el componente vegetal que los suavice, ese componente vivo que humanice el parque y lo convierta en un lugar amable para los vecinos del parque. Confiemos en que esos árboles del amor (Cercis siliquastrum) completen la obra.
Fuentes: dezeen, europaconcorsi, vimeo, viaconstruccion
jajaja qué graciosa tu mujer..
ResponderEliminarY apunto el parque para la próxima visita a Zaragoza.
Tienes un premio en mi blog paisajelibre.com
Saludos!