miércoles, 31 de octubre de 2012

Motivos para el optimismo en la Ribera


Desde que empecé a leer sobre jardinería y paisajismo, y no digamos ya desde que me dio por escribir en este blog las elucubraciones que se me van ocurriendo, veo el mundo con otros ojos. Debe ser lo que llaman espíritu crítico. Esto tiene grandes ventajas, pero, ¡ay!, también grandes inconvenientes. Ahora percibo un trasfondo interesante en sitios que no hace tanto me hubieran pasado desapercibidos. Un fresno con una coloración otoñal espectacular me ha tenido una semana encandilado, como la doble hilera de liquidámbar que hay a la salida de mi ciudad. Y estos son ejemplos muy evidentes, pero hay cosas mucho más sencillas. En un eje me interesa desde un erial abandonado donde han crecido plantas silvestres hasta un jardín elaborado con mimo por algún profesional, y en el otro desde la minúscula jardinera de una vecina saturada de dalias hasta un jardín inmenso como el Retiro que siempre ha estado ahí sin que yo lo mirara. Hay infinidad de cosas que ahora son capaces de despertar mis sentidos y hacerme pensar en aspectos que antes ni se me hubieran pasado por la cabeza. El inconveniente es que las otras cosas también están ahí, y tampoco pasan desapercibidas, las atrocidades que antes no veía y ahora saltan a la vista del que ha aprendido a mirar, la fealdad que nos rodea por todas partes y llega a doler, porque en España la fealdad llega a doler. 
Me he dado cuenta leyendo un artículo de Antonio Muñoz Molina, en el que se queja de la insensatez  constructiva a la que nos hemos lanzado en este país durante décadas. A nuestro alrededor hay tantas casas, naves industriales, calles, urbanizaciones, rotondas, esculturas y plantaciones horrorosas, insostenibles y absurdas que uno no puede más que aplaudir la idea del artículo sobre la creación de una empresa destructora que se encargue de limpiar la ruina que las empresas constructoras han dejado a su paso. Aunque me temo que no habrá un dios que encuentre para una empresa tan romántica el empuje económico que tuvieron aquellas en los tiempos de bonanza.
En lo que no estoy de acuerdo con el autor del artículo, es en achacar esta falta de gusto a la celeridad con la que pasamos de la pobreza a la abundancia en la últimas década. Yo creo que es un tema educacional y cultural que arrastramos desde mucho antes y que ha superado a lo largo de la historia más de una oscilación de la pobreza a la abundancia y viceversa. No hablo de cultura en el sentido amplio de la palabra, sino específicamente de la cultura del diseño. Si puedes hacer algo barato y que funcione, ¿para qué preocuparte de si estéticamente agradable?. Para presumir y ostentar, quizás, pero desde luego no por un mínimo sentido de la estética. Por suerte empezamos a dar muestras de que nuestra sensibilidad estética está creciendo. Nos queda camino que recorrer y mucho desastre por arreglar, pero quizás con tiempo, quizás aprendiendo a mirar, quizás apreciando y, por qué no, imitando los ejemplos de buen diseño que nos encontremos, quizás esforzándonos por aprender y dejándonos aconsejar, quizás aplicándonos a nuestro paisaje (y con nuestro paisaje me refiero literalmente al nuestro, el de cada uno, nuestra jardinera, nuestro patio, nuestro huerto, nuestra casa en el campo, nuestro parque, nuestra calle, nuestro pueblo) con espíritu crítico, la excepción llegue a ser regla. 
Yo como clavos de esperanza a los que agarrarme, de entre los muchos ejemplos que encuentro, hoy me apetece quedarme con dos restauraciones que me sorprendieron este verano en la Ribera del Duero. Dos ejemplos de que hay cosas que sí mejoran con el paso de los años: el monasterio de Santa María de Valbuena de Duero, monasterio cisterciense que yo conocí con el encanto del abandono y la guía de un párroco que venció el malhumor de la siesta que le acabábamos de estropear con la ilusión de enseñar sus dominios a una curiosa decena de adolescentes interesados. Ahora creo que se le da uso como sede de las Edades del Hombre y los alrededores los han acondicionado con bastante buen gusto. Y el segundo ejemplo es la bodega evolucionada a hotel de lujo, Le Domaine Abadía Retuerta. 

Monasterio de Santa María de Valbuena






Bodega y Hotel Le Domaine Abadía Retuerta
A ver si con lo de Le Domaine se nos pega algo de los franceses y tiramos para arriba de una zona como la Ribera del Duero, que tiene capacidad para estar paisajísticamente a la altura de la fama de sus vinos. Restauraciones como estas, u otras como la del castillo de Peñafiel, y construcciones arquitectónicas y proyectos de paisajismo de tono mucho más moderno, como los de bodegas Portia, Legaris, Cepa21, Protos, Montecastro, Pago de los Capellanes, Qumrán o Abascal, espero que sean solo el comienzo de una norma por la que la producción de vino no esté reñida con la atracción de turismo hacia un paisaje que simplemente (ojalá fuera simplemente) es hermoso.  

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