Uno tiene que saber cuando parar. No creo que haya muchas niñas que hayan visitado más viveros que mis hijas. Hago verdaderos esfuerzos por buscar en cada visita un atractivo para ellas. Los viveros en los que venden mascotas son un valor seguro y tengo uno cerca de casa donde tienen un foxterrier al que le encanta jugar con los niños y me ayuda a salir del paso. Pero la verdad es que en en general las niñas se aburren. No me ha quedado otra que asumirlo hace unos días, cuando mi hija de seis años al aterrizar en un vivero nuevo estalló en una avalancha de protestas:
-¡Ooootro vivero!. ¡Siempre viveros!. ¿Pero por qué estás tan impresionado con los árboles?, eh, papá, ¿por qué estas tan impresionado?. Siempre árboles. ¡Estás impresionado!
¿Impresionado?. ¿Estoy impresionado?. Hombre, yo me calificaría de muchas maneras, pero impresionado... Después de una breve charla y un repaso rapidito al vivero, nos fuimos a la carrera, justo más o menos cuando entendí que mi hija aún no sabe cómo se dice obsesionado.
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